sábado, 7 de octubre de 2017

7 octubre: Te doy gracias, Señor

LA VIRGEN DEL ROSARIO
           Como a mí me ha llegado, así lo cuento. Son hechos y aplicaciones. Cuando cayó la bomba atómica en Hiróshima, hubo destrucción devastadora, de modo que no quedó construcción en pie. Salvo una: la de los jesuitas, pese a que estaban más cerca del lugar de la explosión. Permaneció la casa en pie y vivos todos los moradores. No había explicación humana, después de la bola de fuego y las enormes temperaturas que se registraron en el ambiente. Sólo se dio una explicación: allí se rezaba el rosario todos los días.
          Podría parecer traído por los pelos. Pero se da la circunstancia de un caso similar en la otra bomba atómica de Nagasaky, donde los supervivientes y la casa que queda en pie es la de los Franciscanos. También allí se rezaba el rosario cada día.
          Interprétese como se quiera, pero es un dato coincidente que no se debe minimizar hasta el punto de negarse. Al menos da que pensar.
          Sea conveniente una conclusión moral: el rezo del Santo Rosario es agradable a Dios y a la Santísima Virgen. En concreto se ha presentado en Lourdes y Fátima con el rosario. Los videntes rezaron el rosario en aquellas esperas de las apariciones.

Liturgia:
                      Baruc (4,5-12. 27-29) comienza dando ánimos a Israel por ese nombre que llevan. Y les hace una reflexión de su vida perdida, que fue la que atrajo esas desgracias que le han sobrevenido. Porque irritasteis al Señor, vuestro Dios. Eso provoca a Israel una pena terrible, porque crió hijos e hijas, y ahora se encuentra “viuda” (solitaria, sin apoyo, “desierta”…), por sus pecados que apartan de Dios. Y vuelve a levantar los ánimos para que griten al Señor, que se acordará de vosotros. Os mandará el gozo eterno de vuestra salvación.

          El evangelio es el regreso de los 72 discípulos enviados a hacer de avanzadilla para cuando fuera Jesús a aquellos lugares, y vuelven pletóricos de gozo porque hasta los demonios se les sometían en nombre de Jesús (Lc 10, 17-24). Jesús les acoge y hace una síntesis de aquella labor que ellos han desarrollado: Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Pero al mismo tiempo les hace caer en la cuenta que no es eso lo grande que hay en ellos. Lo más importante de todo es que sus nombres están escritos en el cielo.
          Y con una alegría profunda, Jesús mismo da gracias a Dios: Te doy gracias, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Esa era la emoción interior de Jesús. Los “entendidos” –los sabios de este mundo- no captan siquiera estas realidades, sumidos como están en sus ciencias de hojarasca. En cambio la gente sencilla vive esos sucesos como acciones de Dios que se hace presente a las criaturas. Y tomando pie en lo que acaba de decir, se afirma en ello: Sí, Padre, así te ha parecido bien. Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo se lo quiere revelar.
          Y vuelto a aquellos discípulos, exclama: Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis, pues muchos profetas y reyes pretendieron verlo y no lo vieron. Es que se trata de la luz que da la humildad de quienes saben acoger a Dios, y –por contra- los pagados de sí mismos que creen saberlo todo…, y pretenden saber como Dios. Esos no captan los valores espirituales porque están embotados de sí mismos. No están en condiciones de abrirse a la fe, porque ellos se consideran capaces de dar explicación a todo y que se bastan a sí mismos. Pretenden aprehender a Dios para dominarlo, y se quedan a las puertas sin poder entrar.
          Los sencillos se sienten indigentes, necesitados y, por ende, abiertos a un Dios más grande que sabe más, que puede más, que actúa a través del que no se apropia en los dones que recibe. Y están capacitados para “entender” los caminos de Dios. De eso da gracias Jesús. De gentes así se puede fiar. A gentes así les puede confiar sus dones. Sabrán sacar el fruto de ello.



Yo doy hoy mis gracias particulares a Dios y a la Santísima Virgen porque hoy cumplo 56 años de jesuita, el tesoro que –junto al sacerdocio- constituye el gran misterio del amor de Dios sobre mi pequeñez personal: Te doy gracias, Dios, Señor del cielo y de la tierra.

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