martes, 3 de octubre de 2017

3 octubre: ¿De qué espíritu somos?

Liturgia:
                      Zacarías sigue con su profecía gozosa (8,20-23) anunciando las gentes que vendrán de otros pueblos admiradas por la prosperidad de Jerusalén. Quieren ir a consultar al Señor de los ejércitos (=el Señor poderoso) e implorar su protección. Y avisa el profeta cómo diez personas se agarrarán al manto de un judío por el deseo de ir con él y con ese pueblo que tiene a Dios a su favor.
          Atrae la profecía de Zacarías que estamos siguiendo hasta aquí, porque lo normal de los otros profetas es que anuncian desastres y calamidades y sufrimientos. A Zacarías le ha tocado vivir un período favorable y su anuncio puede ir en la línea del triunfo del pueblo judío y de su templo, símbolo de la vida de Israel.
          ¿A qué se debe esa prosperidad? –A que se ha restablecido la religión a partir de Ciro, Darío y Astajerjes, reyes extraños que, sin embargo, han defendido y colaborado en la reconstrucción del templo y en la prosperidad de sus gentes, simbolizadas –como veíamos ayer- en los niños jugando en las calles y los ancianos que, de viejos, van apoyados en bastones, pero que pueden vivir y gozar. Es una imagen muy simbólica y expresiva, puesto que otras generaciones no han podido llegar a esa edad por causa de las guerras que acababan con la población antes de llegar a la ancianidad.

          Seguimos con esa idea de supremacía de los apóstoles, de la que ya dimos cuenta ayer. Hoy se da la misma realidad en otro escenario y por otros motivos, pero con el mismo fondo. Jesús se dirige de Galilea a Judea y tiene que pasar por Samaria. Samaria es una región cismática que no vive la fe de Israel, que tiene otro lugar para adorar a Dios (el monte Garizín) y no admite muchos de los postulados religiosos de los judíos. De vez en cuando se ponían más agresivos.
          Y hoy nos narra Lucas (9,51-56) el episodio de aquellos samaritanos que le impiden a Jesús pasar por un poblado cuando se dirigía a Jerusalén. Juan y Santiago montan en cólera por esa obstrucción de los samaritanos y se vuelven a Jesús con la pretensión de pedir que llueva fuego del cielo que abrase a aquella población.
          Siguen en la idea de que ellos son superiores –“más importantes”- y que aquella situación tiene que ser castigada de una manera ejemplar por no dejar pasar a Jesús y los suyos. Jesús tuvo una vez más que enfriar aquellos ánimos exaltados y hacerles caer en la cuenta de que no saben de qué espíritu son…, no han adentrado todavía en sus vidas que Jesús es pacífico y no busca el enfrentamiento. Si aquel poblado no les deja pasar, todo consiste en deshacer un poco de camino y marchar por otro paso posible.
          La razón es muy sencilla: El Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos. Por eso “les regañó” a los apóstoles por tener aquellos arrebatos de ira. Jesús es de otra manera. El mesianismo de Jesús no es violento. No busca enfrentamientos.

          Es una lección muy clara y concreta y que nos cuesta trabajo aplicar, aún en temas de menor importancia en los que con tanta facilidad nos exaltamos y rompemos la baraja. No digamos cuando se trata de temas de mayor importancia, en los que se nos calientan las reacciones y nos volvemos extremosos en el modo de sentir y de buscar soluciones.

          Hoy celebra la Iglesia –y en particular, los jesuitas- la memoria litúrgica de San Francisco de Borja, el santo que tiene su momento profundo de reflexión al tener que testificar en Granada que la persona que iban a enterrar era la de su bella emperatriz, muerta en Madrid. Los días de traslado desde la capital y el traqueteo de la carreta han desfigurado de tal modo el cadáver, que Francisco de Borja decide en aquel momento nunca más servir a señor que se me pueda morir.

          Y cambia sus honores de la Corte por la sotana de la Compañía de Jesús, en la que llegó a ser Superior General. Fue un hombre de altas dotes de oración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!