viernes, 20 de octubre de 2017

20 octubre: La hipocresía

Liturgia:
                      Seguimos en el mismo argumento de Pablo en su carta a los fieles de Roma (4,1-8): quien salva y da la gracia es Dios. Las obras  de la persona no son las que pueden arrancarle a Dios lo que por parte de Dios es un regalo (=gracia). Y pone el ejemplo de Abrahán. Abrahán hizo obras muy meritorias, heroicas. Sin embargo lo que le vale a Abrahán no es lo que él ha hecho sino el haberse fiado de Dios, el haber acogido la voluntad de Dios, el haber dejado que Dios actúe a su manera. Eso es lo que se le computa como justo.
          Y argumenta Pablo: a quien trabaja a jornal no se le debe la paga como regalo sino como obligación. Pero desde el pecado nadie puede trabajar a jornal sino en súplica. Y Dios absuelve al culpable. Absuelve por pura gracia, por pura benevolencia suya. Por eso, dichoso aquel a quien no se le toma en cuenta su pecado y es absuelto de su culpa. Sólo Dios puede hacer eso.

          Lc 12,1-7 empieza con una advertencia de Jesús a aquellas multitudes, aunque dirigiéndose primeramente a sus discípulos: Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea con su hipocresía. A Jesús le gustan las imágenes y en vez de decir llanamente que se cuiden de la hipocresía de los fariseos, emplea la imagen de la levadura que hace fermentar la masa. Tener cuidado de caer en esa levadura que podría contagiarlos con esa serie de formas religiosas externas con las que influyen en las gentes, y de las que los discípulos se deben alejar.
          Lo externo no tiene entidad, no tiene valor por sí mismo. Por eso lo que se haga externo expresará lo que hay en lo interior. Y precisamente por eso, lo que queda oculto en el fondo de la persona, acabará manifestándose al exterior y se predicará desde las azoteas porque no hay nada escondido que no llegue a saberse. Y lo que se diga de noche, va a salir en público a pleno día. La hipocresía se va a descubrir a la primera de cambio. De hecho se descubre fácilmente.
          Por eso no tengáis miedo, amigos míos, a los que matan el cuerpo pero no pueden hacer más. Por fuera pueden hacer daño, pero lo que cada uno es no puede ser atacado porque cada uno es lo que es en su interior. Ahí está la verdadera fotografía de la persona.
          Os voy a decir a quien tenéis que temer: al que tiene poder para matar y después echar en el fuego. No es extraño que la gente interprete que ese que tiene tal poder es Dios. Eso está fuera de contexto porque renglón más abajo habla de Dios como el que se cuida del hombre más que de los pájaros. ¡Y ya se cuida de los pájaros!, de manera que  ni uno cae sin la autorización de Dios. O los cabellos: que si caen, ya Dios los tiene contados y no deja que caigan sin su permiso. No es, pues, Dios el que mata y echa al fuego. Eso lo hace el espíritu del mal, que es al que hay que temer. En cuanto a Dios, expresamente dice Jesús: Por lo tanto, no tengáis miedo. El miedo nunca puede tenerse con respecto a Dios, que es providente y tiene amoroso cuidado de todos.
          Hablando de “las prácticas externas” es natural que no es que haya que suprimir la expresión externa de la fe. Lo malo es cuando sólo queda lo externo. Pongo por caso: la persona que se cree en pecado porque no fue a Misa. Pero no fue a Misa porque estaba ingresada en un Hospital, o porque estaba en un campo distante de la Iglesia. ¿Por qué esa persona se cree estar en pecado? –Por la mera razón externa de no haber ido a Misa. Ya no se entienden las razones objetivas que –de hecho- impedían la asistencia a la Misa, y que por tanto ahí no ha habido ningún pecado ni apariencia de pecado. Pero “lo externo” (“ir a Misa”/ “no ir a Misa”) es lo que cuenta en la conciencia de esa persona.
          De eso es de lo que Jesús previene de “la levadura de los fariseos”, del mero ritual exterior como forma de religión. Jesús expresará a la samaritana que “los verdaderos adoradores adoran a Dios en espíritu y verdad”. Y la expresión externa de esa adoración tiene el valor que brota de lo interior. La tal persona irá a vivir la Misa del próximo domingo en que esté en condiciones de poder asistir y participar.

          ¡Ah!: esa es otra. No basta con “ir a Misa”, “cumplir el precepto”. El tema hay que plantearlo desde la más sincera participación y los efectos que eso va a tener en la vida concreta diaria de la persona. Porque el solo “ir a Misa” puede ser tan farisaico como las puras prácticas exteriores (=levadura de los fariseos).

2 comentarios:

  1. A Dios hay que adorarlo y amarlo, Jesús nos lo dice: "No le tengáis miedo a Dios."

    La Misa para un cristiano es el acto más redentor: El Hijo ama infinitamente al Padre y le obedece y se ofrece como Víctima en cada Eucaristía.Por eso, el valor de una Misa es infinito, no se puede medir por la Dignidad de la Ofrenda y por el Sacerdote que la ofrece. Es Cristo mismo Qién se ofrece y permanece como Sacerdote principal y como Víctima Real que se ofrece al Eterno Padre y se inmola sacramentalmente. En la Santa Misa los frutos de acción de gracias y de adoración, el Señor los recibe en su plenitud infinita de cada uno de nosotros, no depende de la atención que hayamos prestado ni de la santidad del Celebrante.En cada Misa está Cristo orando y reparando por nosotros. Ya no se puede adorar mejor a Dios ni reconocer su Soberanía sobre sus criaturas. El hombre no puede dar a Dios una reparación por sus faltas diariamente cometidas si no participa con más o menos atención del Sant Sacrificio del Altar. Sólo en la Misa podemos agradecer los bienes incontables que recibimos , incluso, desde nuestra fragilidad y nuestra pobreza.No hagamos como los leprosos que fueron curados por Jesús y nueve se fueron sin darle las gracias; y Jesús se quedó muy trisie.Nosotros, cada vez que recibamos a Jesús, lo vamos a hacer con una FE muy grande y, con un amor que abrase, como si fuera la última vez de nuestra vida.




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