viernes, 13 de octubre de 2017

13 octubre: La penitencia

Liturgia:
           De la 1ª lectura (del profeta Joel 1,13-15; 2,1-2) yo entresaco una lección que es importante y que es tan antigua como la vida misma: la oración necesita apoyarse con la penitencia. La penitencia da fuerza a la petición. Lo comprobamos constantemente en la vida diaria. Quien pide limosna mostrará su carencia para mover a compasión: una herida, una mutilación…, que hace resaltar a la vista del que puede socorrerle. También en nuestra petición a Dios tiene su fuerza si le mostramos a Dios nuestro arrepentimiento, nuestro sacrificio voluntario… De ahí el origen de esas “promesas” tan habituales de determinados fieles, que en tanto piden en cuanto que ofrecen alguna compensación que se centra en algún sacrificio.
          Joel ha presentado un día del Señor que él define como día del azote, día de oscuridad y tinieblas, de nube y nubarrón como negrura extendida. Ante esa visión de la vida que tiene el profeta, reacciona convocando al pueblo a vestirse de luto y hacer duelo; a los sacerdotes, llorar: a los ministros del altar a dormir en esteras. Y así invita a proclamar el ayuno y congregar a los ancianos a clamar al Señor.
          San Ignacio en los Ejercicios Espirituales le dice al ejercitante que tenga algunas privaciones (con tal que no dañen la salud). Y cuando el ejercitante no siente ningún movimiento interior del espíritu, le aconseja que aumente la mortificación como un reclamo de súplica al Señor para que le conceda esos movimientos internos del alma.
          La historia de la Iglesia y de los santos está llena de ejemplos de sacrificios y penitencias –a veces muy llamativas- porque esas almas escogidas consideraron que aquello era el camino que necesitaban para hallar a Dios.
          El mundo de hoy, tan cómodo y placentero, ha ido quitando de su espiritualidad el sacrificio y mortificación voluntarios y ha optado por una forma de espiritualidad que no exige demasiado y que está montada más sobre la consolación y la dulzura, que aderezada de privaciones, que son parte importante de la relación de la criatura con el Creador. La realidad que comprobamos es que nos equivocamos porque no damos frutos de santidad, ni acabamos encontrando a Dios en profundidad.

          El evangelio es  de Lucas: 11,15-26. Jesús ha expulsado un demonio y algunos juzgan que lo ha echado con el poder del demonio. Otros, por si tal exorcismo fuera poca señal, todavía le piden una señal del cielo. Y Jesús les explica lo absurdo de esas posturas: no es lógico, les dice, que el demonio eche al demonio. Sería como una guerra civil entre iguales, y eso daría lugar a un reino dividido que acaba deshaciéndose a sí mismo.
          Otra cosa, dice Jesús, es si yo echo los demonios con el dedo de Dios, porque eso significa que ha llegado a vosotros el reino de Dios. Y eso es lo que realmente ha sucedido: que uno que es más fuerte ha lanzado al demonio y le ha quitado las armas de que se fiaba.
          La lección es clara: quien no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. El secreto de la vida es estar de la parte de Cristo y entonces dar fruto. Que cuando no se hace así, el problema es que se da marcha atrás y los finales son peores que los principios. Es lo que manifiesta Jesús al terminar esta enseñanza: el demonio que ha sido expulsado merodea si no se adoptan posturas drásticas a favor de la enseñanza de Jesús. Y como es más astuto que las personas, acaba buscando siete espíritus peores que él y vuelve con redoblada furia al sitio de donde salió.
          Esto es algo que molesta leer en esa perícopa que hemos tenido hoy. Pero la vida nos está enseñando el desastre que se ha producido en muchas almas que -por otra parte- querrían permanecer fieles, pero que han caído bajo ese envenenamiento de una sexualidad que ha tomado cartas de ciudadanía, y se ha hecho el vicio general de tantos. Y el flirteo que han aceptado del “sí pero no” y el “no pero sí”, les tiene agarrotados bajo la fuerza de esos siete espíritus peores que el primero, y de los que ahora son impotentes para liberarse.

          Jesucristo había anunciado ya esa situación. Por supuesto que abarcando muchos más aspectos de la vida de los hombres. Lo que nos toca es examinar nuestros vicios para darles solución antes de que se enraícen en la debilidad de la voluntad y nos puedan llevar adonde no queremos. También aquí tendremos que hablar de la penitencia y la urgencia de la mortificación.

1 comentario:

  1. ¿Qué quieres, señor de mí? Dadme riquezas o pobreza...La aceptación de la voluntad divina nos dará una gran paz en el alma, pero muchas veces no nos suprimirá el dolor. Jesús también lloró y sufrió amargamente. En la Carta a los Hebreos dice que en sus día mortales" ofreció oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas. "Nuestras lágrimas después de un acontecimiento doloroso, no ofenden a Dios y lo mueven a su compasión. Después de nuestra aceptación gozosa, porque estamos ofreciéndonos al Señor, pondremos todos los medios humanamente posibles para salir de esa mala situación lo más pronto posible. Se lo pediremos a nuestra Madre y le diremos a Dios,"hágase en mí lo que Tú quieras y como Tú quieras, Señor y Padre mio.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!