jueves, 30 de marzo de 2017

30 marzo: Oración de intercesión

Liturgia
          Dos temas concentra hoy la lectura del Éxodo (32,7-14): de una parte Dios se ha disgustado con aquella actitud del pueblo que se ha pervertido en lo que más puede llegar al corazón de Dios: se ha hecho una imagen de Dios, cosa que expresamente Dios les había prohibido. Y están adorando a aquel toro tallado con el oro y demás metales preciosos que habían sacado de Egipto. Dios le dice a Moisés: Déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo. ¡Dios le dice a Moisés: “Déjame”…!, como si Dios necesitara el permiso de Moisés.
          Y es que Dios ha querido hacerlo así. Tiene tal fuerza la oración y la intercesión, y tiene tal fuerza la honradez de aquel hombre volcado siempre en el servicio de Dios y en hacer su voluntad, que Dios encuentra un obstáculo para realizar aquella obra de exterminio del pueblo idólatra. Hay quien ha llamado a la oración: la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. Dios se ha hecho “débil” ante la súplica del hombre, con esa debilidad que demuestra precisamente su gran fortaleza, porque ha dejado todo en manos de la misericordia.
          Moisés, el hombre que hablaba cara a cara con Dios, lo sabe. Ha tenido ya muchas pruebas de ese “punto flaco” de Dios y se planta delante de él para razonarle intercediendo por aquel pueblo: ¿Por qué se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con mano poderosa? Y con su picardía –estamos hablando todo esto al modo que podemos expresarlo los hombres en nuestro lenguaje- “tienta a Dios” y le pone delante que “va a quedar mal ante los egipcios” porque van a deducir que los sacó pero fue con mala intención de hacerlos perecer en las montañas hasta exterminarlos de la tierra. Aleja, pues, el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza, acuérdate de tus siervos Abrahán, Isaac, a quienes juraste: Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo… Moisés “ha comprometido a Dios”. Lo ha puesto (seguimos en nuestro torpe lenguaje para expresar cosas sublimes) ante sí mismo, para que Dios siga siendo Dios y no reaccione al modo humano. Al final nos dice el texto sagrado: Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.
          Para la pedagogía cuaresmal tenemos, pues, dos temas en esa lectura: Dios no es impasible ante la infidelidad humana y “se irrita” y “sufre” ante la actitud de la persona que no ha puesto a Dios sobre todas las cosas.
          Pero cuando ha sucedido esa penosa situación, ante Dios nos queda el resorte de la oración, la súplica en confianza, el poner a Dios ante sí mismo y “recordarle” su infinita misericordia y cómo la historia de Dios con su pueblo es un alarde de grandezas del corazón de Dios que se hace “débil” para expresar así su fuerza amorosa de su compasión por la pobre criatura humana.

          Seguimos hoy con San Juan (5,31-45) y empiezo como concluí ayer: esto no es para comentarlo sino para pensarlo, para ir desgranando las frases e ir buscando lo que en ellas me va resonando. Muchas veces una manera de oración es repetir  la misma frase y repetirla mientras dice algo y resuena en el alma de la persona orante: Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna: pues ellas están dando testimonio de mí. A aquellos oyentes, sordos a la palabra de Jesús, les llama él la atención de que no queréis venir a mí para tener vida. Pues que no sea esa la queja de Jesús con nosotros: vamos a su evangelio y queremos captar la vida que nos comunica la fuerza de la Palabra, que es la fuerza de Jesucristo que nos habla desde su misma persona.
          Y Jesús les hace caer en la cuenta de que él no va a ser quien eche en cara de ese pueblo su negativa a conocer la verdad que Jesús trae. Va a ser Moisés, el hombre recto y amigo de Dios, el que supo llegar al corazón de Dios para apartar el castigo, pero que si ahora apareciera en este momento de la vida en que Jesús ha venido con la plenitud de los tiempos, sería el mismo Moisés quien acusaría de dureza de pensamiento y de cerviz al pueblo que no lo quiere acoger.

          También nos toca pensar, porque han pasado 20 siglos desde entonces y el nuevo pueblo se ha desviado escandalosamente del camino de Jesús. La Cuaresma no es bastante para que un grupo de personas se abra a la gracia y mejore su conducta. Pero ¿y los demás? Los medios de comunicación nos hablan profusamente del Ramadán. ¿Han escuchado en esos mismos medios muchas alusiones a la Cuaresma cristiana?

1 comentario:

  1. Jesús acusa a los judíos de su incapacidad para descubrir el Mensaje. Ellos no tienen fe y no escuchan la Palabra, no acogen a Jesús y lo persiguen porque no respeta la ley y dice que Dios es su Padre...Su obstinación no les deja ver claro.Para nosotros es menos complicado si meditamos los textos bíblicos y a través de ellos podemos ver la presencia de Cristo en el mundo y en nosotros mismos. Es la llamada de Jesús en el Evangelio de hoy. Hay que leer la Escritura y las inspiraciones que vienen de la conciencia, como decía Orígenes, y lo más importante: pedir al Señor sabiduría y un corazón lleno de bondad.

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