martes, 28 de marzo de 2017

28 marzo: Agua vivificante

Liturgia
          Hoy se retoma en la liturgia el tema del Bautismo, al que se estaban preparando los neófitos que habían de recibir las aguas liberadoras en la Vigilia Pascual. El simbolismo de la piscina bautismal para el bautismo primitivo era el de una sepultura –en el agua-, de cuya “muerte” es liberado el neófito por la palabra de consagración que el celebrante pronunciaba sobre él. Y la salida de aquella piscina era una verdadera resurrección que nos identifica con la vida de Cristo y nos orienta ya a la resurrección: vivir una vida en adelante una vida de justicia y santidad. Cosa que supone emprender ahora la trayectoria de la vida de Jesucristo para repetir el consagrado su realidad cristiana o de identificación con la vida del Jesús. Lo que acabará en la muerte de la persona pero con ese signo de Luz encendida que expresa su destino triunfal y su llegada a los brazos de Dios. A él estaba dedicado en exclusiva por el Bautismo, de manera que no puede ya renunciarse a él sino a vivir acorde con un estilo que va marcado a fuego por el carácter bautismal, que indica la pertenencia de esa persona a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
          Con un bello simbolismo está expresada esa maravilla en la 1ª lectura: Ez 47,1-9. 12. Un agua que corre hacia Levante (el “lugar” que representa a Dios) y que va aumentando su caudal cada espacio, de modo que lo que era una pequeña acequia, cuya agua llegaba a los tobillos, se va haciendo más caudalosa hasta llegar a las rodillas, a la cintura y llegar a ser un inmenso torrente que ya no se puede vadear. El agua ha ido ganando terreno y se ha adueñado de la situación, mostrándonos así la riqueza de esa agua que purifica y que origina vida donde desemboca, incluido el mar de las aguas pútridas. El Bautismo es purificador, y limpia lo que encuentra a su paso.
          Así, al regreso por la orilla de aquel torrente, todo tiene vida, y vida excelente que se saborea como de variados árboles frutales y cosechas nuevas cada mes. Y es que aquellas aguas ya consagradas manan ahora del Santuario donde está Dios: su fruto es comestibles y sus hojas son medicinales. A esa experiencia son conducidos los neófitos que alcanzarán su objetivo como una vivencia intimísima de lo que es el triunfo esencial de la Resurrección de Jesucristo en la Vigilia, madre de todas las vigilias y punto de partida de nuestra fe.

          El evangelio de Jn 5,1-3. 5-16 nos lleva también al tema del agua sanadora de aquella piscina de los 5 pórticos donde había la tradición del torbellino que removía las aguas y que el primer enfermo que entraba entonces era curado de su enfermedad.
          Ya tenía así su referente “sobrenatural” por aquel poder curativo del agua. Pero quien realmente viene a sanar es Jesús, quien aparece por allí y viene a fijarse en un hombre al que se le debía reflejar en el rostro el sentimiento de desánimo por sus múltiples ocasiones en las que había pretendido entrar el primero en aquel torbellino, pero su parálisis le impedía la rapidez necesaria de movimientos. Humanamente no tenía mucha solución. Ni había nadie que se le prestara a ayudarle lanzándolo al agua, porque en un sitio de esos prevalece el egoísmo de cada cual o de los mismos acompañantes de enfermos, que lo que les interesa es ser ellos o sus pupilos los que alcancen el agua antes que cualquier otro. Es la queja dolorida de aquel paralítico de 38 años: que no tengo a nadie.
          Allí aparece Jesús. Se fija en él. Le viene y le pregunta una de esas preguntas casi infantiles que gustaba hacer a Jesús: ¿Quieres sanar? Podría haber respondido un tanto molesto: ¿Para qué, si no, estoy aquí? Pero se limitó a expresar lo que llevaba más clavado en el alma: No tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando yo llego, otro se me ha adelantado.
          Es el momento de Jesús: aquel hombre va a tener a alguien, pero no ya para meterlo en el agua sino para darle la salud ahora mismo y “exprés”: Levántate, toma tu camilla y echa a andar. El hombre debió quedar pasmado. Al cabo de 38 años no sabría ni caminar. ¿Cómo puede levantarse y ponerse en pie y echar a andar? Pues podrá porque “ha tenido a Alguien”…

          Nuestro Bautismo nos pone en pie, nos pone en planta. No sabremos ni cómo pero la acción de Jesús podrá ponernos a caminar y a sentir nuestros pies consolidados, pese a la atrofia de nuestra realidad humana. Y no sólo nos pone en pie sino que nos echa a andar y avanzar por un camino nuevo, el de la vida de la Gracia que abre en nosotros vías sobrenaturales para seguir sendas más que humanas. Es el proceso que se nos pone delante en cuanto sepamos situarnos ante esa realidad sublime de nuestro Bautismo, aguas vivas y medicinales.

1 comentario:

  1. El Bautismo es purificador y limpia lo que encuentra a su paso...Jesús insiste en las normas y vuelve hasta su raiz y restablece el sentido que las origina: el sábado tenía como finalidad dedicar un día a Dios y los trabajos debían evitarse para no distraer de esta finalidad.pero lo que se opone totalmente es la inmovilidad espiritual, la cerrazón, la falta de ilusión por consagrar a Dios la vida entera. Los fariseos eran incapaces de comprender que el Amor de Dios, es ante todo, perdón y ternura y que el hombre le debe adoración ya que no sólo es Señor del sábado sino de la VIDA.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!