martes, 21 de marzo de 2017

21 marzo: Arrepentimientos distintos

Liturgia
          Tengo la impresión de que las dos lecturas de hoy nos presentan una misma realidad desde dos vertientes contrarias. La primera lectura, en un caso de humilde actitud de súplica de perdón y misericordia, y en el evangelio la postura contraria del que se muestra arrepentido para sacar su provecho, pero él no está en disposición de perdonar a su deudor.
          Vayamos por partes: Dan 3,25. 34-43, nos pone la oración de súplica de Azarías, que es toda una humillada actitud del hombre que ora a favor de su pueblo, con conciencia clara de un pueblo pecador. Clara conciencia de pertenecer a un pueblo con antepasados fieles a la ley de Dios, y de ser un pueblo favorecido por la promesa generosa de Dios. Pero un pueblo que ha abandonado a su Dios y hoy es un pueblo empequeñecido, humillado por toda la tierra a causa de nuestros pecados. Un pueblo que hoy no tiene ni príncipes, ni profetas, ni jefes, ni holocausto, ni sacrificios ni ofrendas, ni un sitio para ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Es una descripción de fracaso profundo, que abaja y lastima y que hace gritar desde lo hondo del alma el perdón y la misericordia de Dios, único agarradero que le queda al que está orando desde su impotencia y dolor.

          En el evangelio de hoy (Mt 18,21-35) encontramos a un personaje que debe una gran suma de dinero, a quien se le pide ahora que pague su deuda. Como le atañe directamente, y por otra parte no la puede pagar porque es una deuda muy fuerte, suplica paciencia y tiempo y hasta llega a prometer que la pagará. Le acucia a él y ve posibilidades de salida, porque uno es siempre benévolo en el juicio de sí mismo.
          El amo le perdona la deuda porque sabe que ni con paciencia va a poder pagarla, y le vale más al amo usar de grandeza que de exigencia.
          Pero las tornas se vuelven cuando el hombre perdonado es el que encuentra a uno que le debe una pequeña suma a él, pues entonces se hace implacable y exigente: Págame lo que me debes. Y lo manda meter en la cárcel hasta que haya pagado la deuda total. Quiere decirse que hay dos baremos en el corazón de ese hombre. Uno es el que pide para sí y otro el que usa para el otro. Para sí es capaz de humillarse para alcanzar su fin: que no le castiguen a él. Pero para su compañero de fatigas usa la medida de la exigencia: págame lo que me debes, siendo así que la deuda es muy corta y que a él le han perdonado todo. Tendríamos aquí una falsa conciencia por la que el hombre no utiliza la misma medida cuando se trata de sus propios intereses. Aquí no hay actitud de arrepentimiento ni de agradecimiento por el perdón recibido. Muy lejos de la actitud que nos ha presentado la 1ª lectura, donde había una súplica humilde que se fundamentaba en el dolor de un pueblo aplastado por la desgracia y el pecado.
          El final de este evangelio es la denuncia de los otros compañeros que hacen saber al amo lo que ese súbdito egoísta ha hecho. Y Jesús concluye que se le retira el perdón recibido y ahora se le exige a él que pague hasta el último céntimo, porque él no supo perdonar a su deudor.
          Todo ha venido porque Simón Pedro ha preguntado a Jesús si el perdón que se debe otorgar debe llegar a siete veces…, lo que ya es una totalidad en la mente simbólica de los números, en la que se manejaban todos perfectamente, y entendían que “siete veces” es una plenitud. Pero Jesús quiere llevarlo –a su estilo- hasta  una exageración para hacerlo más patente, y le responde que no sólo “siete veces sino hasta setenta veces siete”: siempre, totalmente. El perdón es una condición esencial en el desarrollo del reino de Dios. Y Dios perdona precisamente en función del perdón que nosotros damos a quienes nos han hecho algo. Ya lo hace constar Jesucristo en la oración-base del discípulo, que entre las grandes peticiones incluye la del perdón de los que nos han ofendido, perdón que puedo pedir porque nosotros ya hemos perdonado a los que nos han ofendido.

          Entonces, desde esa posición de arrepentimiento de la propia falta y el otorgue del perdón a quien me ha dañado a mí en alguna cosa, yo puedo elevar a Dios mi corazón arrepentido y suplicar ser objeto de la misericordia divina. Que es seguro que no faltará, porque Dios es el primero en saber perdonar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!