sábado, 18 de marzo de 2017

18 marzo: El corazón del Padre

Liturgia
          Desde que se empieza la lectura de Miqueas 7, 14-15. 18-20 está uno yéndose con el pensamiento a la gran parábola del evangelio donde se retrata al amor de Dios. Señor Dios nuestro, pastorea a tu pueblo…; ¿qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves de la culpa al resto de tu heredad?
          Y sigue Miqueas haciendo su retrato de Dios, ¡y esto ya en el Antiguo Testamento!: No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia. Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas. ¡Extinguirá nuestras culpas!, las hará desaparecer. No las volverá a ver. Nuestras culpas NO EXISTIRÁN. Han sido extinguidas porque Dios es Dios y no sabe hacer las cosas a medias: arrojará al fondo del mar todos nuestros delitos.
          ¡Cómo se me vienen delante esas almas atormentadas que están siempre dando vueltas sobre sus pecados y el miedo a su condenación! ¡Cómo queda dado un mentís absoluto a esa visión tan negativa y absurda de lo que es el Corazón de Dios!

          Cuando Jesús contó la gran parábola del padre bueno (alguna vez tendremos que no poner la atención en el hijo y sí en el corazón del padre), rizó el rizo de manera magistral para dejarnos una imagen de Dios que dibujó con verdadero encaje de bolillos.
          El padre tiene un enorme respeto al hijo. El hijo es lo suficientemente mayor como para saber lo que hace y para tomar la decisión que toma. Y de hecho la toma con el tiempo por delante para haber podido recapacitar antes de dar el paso… Pidió su herencia y no muchos días después (pero sí con días por medio), optó por abandonar lo mejor de su herencia, que era su propio padre.
          La vida que describe Jesús en aquel hijo es un fracaso humano encima del otro: país lejano (alejado de su padre), donde derrochó su fortuna, vivió mala vida,  se encontró con un período de hambre y necesidad, y acabó teniendo que ocuparse en el más abyecto trabajo (y trabajo en negocio prohibido) de apacentar cerdos. Por si faltaba detalle, ¡ni las algarrobas de los cerdos se las daban!
          Es la descripción de lo que es vivir lejos de la casa paterna, de haber abandonado el tesoro que tenía en su casa. En su casa tenía a su padre y con él, todo lo que podía desear. Ahora no tiene ni lo necesario. Y es el momento en que la necesidad –verdadera gracia- le hace recapacitar aunque sea de momento en plano más egoísta: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo AQUÍ (lejos de mi padre) me muero de hambre! [Es dolor de atrición: por los males que padece].
          De ahí pasa a un sentimiento más noble: Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre (palabra que empieza a ser liberadora): he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros. (Entramos en la contrición: pecado contra el padre y contra Dios).
          No sabía todavía que su padre era el que era, y que su padre seguía día a día esperando su vuelta. Y oteaba el camino en la esperanza de recuperarlo. Por eso cuando el hijo aparece y le pesan los pies por sus propias culpas, se encuentra con la gran sorpresa de que el padre es el que corre hacia él y el que se le echa al cuello y el que se lo come a besos. Y el que sin querer más explicaciones da la orden de que pongan al hijo en condiciones de vivir de nuevo la vida de familia, con sus vestidos y su anillo y sus sandalias, y el banquete de fiesta.
          Así es el perdón que otorga Dios. Así es la reacción de Dios ante el pecado del hombre. Puro amor, pura donación. Puro olvido del mal. Gozo por el encuentro y corazón abierto a la misericordia.

          Quedaba el hijo mayor, la representación de los fariseos puritanos, escandalizados porque Jesús acoge a los pecadores. Ese hijo mayor que se disgusta por la vuelta del hermano y la fiesta que le da su padre… Hijo mayor que reivindica “sus derechos” y le echa en cara a su padre que no le dio un cabrito para festejar con sus amigos…
          Y la respuesta genial, que no puede perder ni una sola frase: Hijo (porque es igualmente hijo ante el corazón del padre). Tú  estás siempre conmigo (ese es tu tesoro). Todo lo mío es tuyo (no tenía yo que darte el cabrito; lo tenías todo a tu disposición). Deberías alegrarte porque ese hermano tuyo estaba perdido y lo hemos encontrado.

          Una pieza maestra salida del corazón mismo de Jesucristo, ¡que tenía el CORAZÓN DE DIOS!

1 comentario:

  1. También yo me he sentido "hermano mayor" alguna vez. Yo era la mayor de mis hermanos y debía dar ejemplo y no siempre era ejemplar.EL hermano, Lucas lo describe como un personaje que crece sólo; ya no tiene un hermano que le puede aconsejar, no se mira nunca por dentro...,necesita agradar; él hace lo que se le pide y no hace más porque no se siente amado. Siente envidia de su hermano pequeño porque ha ido a la suya. El hermano mayor se le ha endurecido el corazón, com a los fariseos de la viña.

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