lunes, 20 de marzo de 2017

20 marzo: San José.- Fiesta trasladada

Liturgia de la solemnidad de SAN JOSÉ
          Ayer era un domingo de Cuaresma, cuyo rango litúrgico era de la mayor categoría. En consecuencia no se podía celebrar ayer –en la liturgia- la fiesta de San José. Pero tampoco se puede pasar por alto esta celebración. Por eso se traslada al primer día hábil, que es hoy, día siguiente al 19 de marzo.
          San José es el Santo de más importancia en la Iglesia, por su lugar decisivo en la historia de la salvación. En el proyecto de Dios José ocupaba un punto central. Su papel es capital porque es el eslabón que conecta a Jesús con David, y por tanto, con su ascendencia mesiánica. María no era de esa estirpe, pero era la esposa de José. Y José, a través de María le da a Jesús el “apellido”, y María –protegida por la sombra de San José- da al Niño su plena familia con padre y madre.
          Es el sentido que recoge la 1ª lectura de 2Samuel 7, 4-5. 12-14. 16), en la que se atribuye a José la paternidad: Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo.
          En la 2ª lectura (Rom 4, 13.16-18.22) se toma otro aspecto ejemplar de José: el de su fe. La lectura está hablando de Abrahán como modelo de esa fe, lo que le constituye en padre de muchos pueblos. Con más razón cuando esa fe se ve en José, que –como Abrahán- creyó contra toda razón, porque era mucho creer que una mujer, en este caso la esposa de José, pudiera estar encinta sin intervención de varón. Y mucha fe para que un hombre del pueblo, un obrero, pudiera ser el responsable de la vida de ese pueblo, por su responsabilidad en la educación y crianza del Mesías de Israel. Su fe le fue computada como santidad de vida.
          El evangelio de Mateo (1,16.18-21.24) rompe moldes. José es presentado por primara vez, dentro de lo poco que los evangelios hablan de él. Es presentado como esposo de María, hombre justo. Pero se encuentra ante un dilema: María su esposa ha concebido un hijo sin que José tenga parte. José no tenía muchas salidas para un caso así: el jurídico era que el marido denunciaba a su mujer por adulterio. Pero José, que es justo y bueno no quiere seguir esa vía. Por otra parte, lo que no puede es dejar pasar el caso como si nada hubiera ocurrido. Y su decisión entonces es abandonar el campo, desaparecer, repudiarla en secreto.
          Hay también otra interpretación que no es de menor calado: José llega a aceptar que Dios ha sido el que ha tomado posesión de María y se la ha apropiado para sí, haciendo en ella ese enorme milagro de una concepción sin intervención de varón. Y José entra en una actitud de adoración a Dios y santo temor de poder interferir en el plan divino, y opta por echarse a un lado, sin disputarle a Dios lo que Dios se ha elegido para sí.
          Pero Dios no le había arrebatado a José su posesión de María como esposa. Dios había intervenido pero precisamente contando con José, que sería quien daría “el apellido” a Jesús, como el descendiente de David. Y Dios se le comunica en sueños –modo con el que Dios se le hace presente a este hombre bueno- y le explica el misterio y le implica en él: tú le pondrás por nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
          José no dudó. José acogió ciegamente la palabra de Dios e hizo todo exactamente como le comunicaba Dios.

          A San José se deben los esposos varones, porque en José encuentran el ejemplo de la fidelidad.
          Se deben los padres de familia, porque fue el responsable de aquella Sagrada Familia de Nazaret, y no precisamente en las circunstancias más fáciles.
          Se deben los formadores del Seminario y los seminaristas, porque José fue el padre del primer sacerdote, al que José educó, formó, condujo…
          Se deben los moribundos, porque José –a lo que piadosamente se cree- fue asistido por el propio Jesús.
          Se debe la Iglesia, porque la Iglesia es el lugar de todo el que cree en Jesucristo.
          Se deben los obreros, porque José fue un trabajador que ganó su pan con el sudor de su frente, y alimentó a Jesús y a María, dando así plenitud a la realidad del trabajo, no como carga sino como colaboración con el plan de Dios.


          La Iglesia distingue a José con un culto especial, por sobresalir sobre los otros santos por su misión y labor y vida.

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