miércoles, 2 de noviembre de 2016

Otro 2 de novb.: Liturgia de difuntos

          A raíz de mi rato de oración y como un complemento al texto que ya he puesto en el blog, añado palabras de la Sagrada Escritura que se incluyen en las Misas de difuntos y que bien merecen la pena tomar hoy como fuentes de esperanza y sentido hondo de esta conmemoración.
          Uno de los formularios posibles comienza con el libro de la Sabiduría 3, 1-9 y dice así: La vida de los justos está en manos de Dios y no los tocará el tormento, La gente insensata pensaban que morían, consideraba su tránsito como una desgracia, su partida de entre nosotros como una destrucción. Pero ellos están en paz. La gente pensaba que eran castigados, pero ellos esperaban la inmortalidad. Sufrieron un poco, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probó como oro en el crisol, los recibió como sacrificio de holocausto.
          Palabra por palabra me han confortado mucho en esa oración personal, y me han proyectado la mirada hacia mis difuntos. Y yo lo copio para que todos podamos experimentar esa esperanza y esa paz profunda cuando pensamos en los que ya no están aquí con nosotros. Y porque –finalmente- nosotros pasaremos por ese momento de abandono definitivo en las manos del Dios misericordioso.
          La otra lectura del mismo formulario está tomada de Rom 8, 31-35. 37-39. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica (=el que santifica).  ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió; más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro? ¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado, Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni poderes, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.
          Y se cierra el formulario con la proclamación del evangelio de Emaús (Lc 24, 13-35), el de unos hombres que huían de la muerte y se encontraron con la vida. Huían de un Jesús fracasado y se encontraron un Jesús resucitado. Huyeron de los compañeros porque ya no quisieron saber más, y volvieron a ellos proclamando el gozo de haber visto al Señor.

          Todo esto es un mensaje que llena de esperanza en este día y nos hace protagonistas de esa esperanza.

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