miércoles, 16 de noviembre de 2016

16 noviembre: Parábola de las onzas

Liturgia
          Nueva visión.  Lo anterior fue “en la tierra”, en iglesias de diferentes lugares, con su “angel” (=obispo) correspondiente.
        Hoy es visión del Cielo. La “puerta abierta” es señal de que el vidente es invitado a entrar.  Si no, no podría hacerlo. Lo invita el propio Cristo: “Sube aquí y te mostraré lo que tiene que suceder después”. Y aquello es tan sublime que Juan cae en éxtasis. Y lo que ve ahora es el Cielo.
        “El trono de Dios y el que está sentado en el trono”, descrito en forma de comparaciones sublimes: jaspe y granate y un arco iris como esmeralda alrededor del trono.  No puede hacerlo de otra manera.
        “24 ancianos en 24 tronos; los ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro”, serían los Arepresentantes más notables de la historia religiosa de Israel y del mundo. Así lo ve el comentarista.
        “Del trono salían relámpagos y retumbar de truenos”, manera como el vidente puede mostrar la trascendencia de lo divino al faltarle conceptos para definir lo infinito. Ante el trono, siete lámparas ardiendo, y siete espíritus de Dios (=la plenitud) y un mar transparente parecido al cristal. Narración fantástica de lo inexpresable.
        “Los 4 vivientes”, representan lo más fuerte de la Creación: león, toro, águila, y otro “de aspecto humano”.  Se refiere a órdenes superiores de ángeles, que cantan permanentemente la Santidad suprema de Dios, su Gloria, su dominio, sus gracias, con los que Dios colma la Creación. Esos ángeles día y noche cantan sin pausa: “Santo, Santo, Santo es el Señor, soberano de todo; el que era y es y viene”. Y cada vez que cantan, los 24 ancianos se postran ante el trono…: es decir, viven permanentemente postrados en adoración de amor ante Dios, y arrojan sus coronas ante el trono, diciendo: “Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y la fuerza por haber creado el universo”.
        Toda una expresión de la felicidad perenne que es ese vivir en la presencia de Dios, sin cansarse jamás.

          Lc 19, 11-28. La gente pensaba que el reino de Dios iba a aparecer de pronto y de un momento a otro.
          Y Jesús les baja de esa ilusión comparando la vida con un encargo que reciben unos súbditos mientras el amo se ausenta para obtener el título de rey. Y da a diez empleados suyos una onza a cada uno para que negocien mientras vuelve. O sea: no se va a acabar el mundo todavía. Por un espacio de tiempo “el amo” se ausenta, pero deja labor que hacer a sus empleados, que deberán trabajar y negociar con la onza recibida.
          Al regreso –cuando quiera que sea ese regreso- el amo pide cuentas. Y los empleados van dando el resultado de su gestión: uno, ha gestionado y ha alcanzado diez; otro cinco… Otro, nada. Y el amo premia al de diez con el mando de diez ciudades (es decir: es hombre de fiar); el de cinco, cinco ciudades. Y el que no ha producido nada, no sólo no le corresponde nada sino que le han de retirar hasta la onza que recibió, y pasarla al que tiene diez. Porque ese es capaz de hacer fructificar y el otro no. Cierto que aquel ya tiene diez, peso al que tiene se le dará porque es de fiar.
          En la vida hay muchas maneras de esperar la venida del Señor, y muchas actitudes. Desde quienes están activos y responsables, quien más, quien menos, hasta los holgazanes que no hacen nada por mejorar. Y Jesús los ha dibujado con trazo maestro para que nos miremos en ese espejo y seamos de los que “aguardamos actuando” y no de los que se guardan la onza en el pañuelo. La pasividad no encaja en el reino. El “ahí me las den todas” es contrario al encargo para el que el Señor nos puso en la existencia.
          Todavía hay una “parábola paralela” dentro de la de las “onzas”, y es la de los que no sólo no fructifican sino la de los que minan el terreno y quieren eliminar de la vida a ese amo, y mandan “emisarios” [actitudes negativas, de resistencia, enemigas] para que conste que “no queremos ese rey”. Jesús está completando el cuadro de aquellos que no son solamente negligentes sino expresamente enemigos que hacen la guerra al reino. Y con ese estilo rajante con que le gusta expresar con exageración las consecuencias, dice que el amo aquel manda degollar a esos enemigos.

          Por mi parte me atrevo a decir que puede ser elemento incluido por Jesús en la parábola, y puede ser la forma de mostrar el temperamento extremo de aquel pueblo que ayer, como hoy, resuelve las cosas por la tremenda.

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