lunes, 21 de noviembre de 2016

21 noviembre: Las "cosas pequeñas"

Liturgia
          Apoc 14, 1-5. Hoy es más posible de entender a simple vista.
        Pero pueden explicitarse algunos detalles:
- el CORDERO -Cristo Redentor-, en el monte Sión (el Cielo, o Jerusalén celestial), preside a los 144,000 marcados con el signo de Dios. Llevan marcados en sus frentes los nombres del Cordero y de su Padre.
- “144,000" es el resultado de 12x12x1000, y en el simbolismo hebreo indica multitud incontable y universal.  Pero aquí se les concreta de alguna manera a los que “son primicias de la humanidad redimida”, y representarían a quienes tienen una particular compenetración con Cristo, al que siguen dondequiera que vaya, y son irreprochables. Por eso los 144,000 no expresan un número concreto; no son los únicos. Ellos van delante, pero el ejército de los fieles a Dios es mucho mayor. Ellos son “las primicias”, pero la redención abarca a la humanidad entera.
- En el Cielo hay un CANTAR NUEVO, delante del trono (=de Dios), y delante de los 24 ancianos (personas destacadas del vulgar de las gentes), y de los 4 vivientes (la Creación entera).
- Cantar nuevo que sólo pueden interpretar los ángeles y entender los 24 ancianos.; viene descendiendo del cielo y es un canto tan grandioso como tumulto de aguas y retumbar de truenos, y –a la vez- tan armónico como una sinfonía de arpas (instrumento muy ligado a la simbología religiosa).
- Los 144,000 son el cortejo del Cordero dondequiera que vaya; en sus labios no se encontró mentira alguna: son irreprochables.

        En San Lucas 21, 1-4, encontramos el pequeño relato de la viuda que echó su monedita en el cepillo del Templo, como quien no hace la cosa, pero en realidad aquella mujer había hecho un acto de inmensa generosidad porque había depositado allí lo que ese día tenía para comer. De eso no se apercibe nadie y, si acaso, la mirarían con cierta lástima –y menosprecio- de los ricos, porque “¿adónde iba aquella nadería que la mujer había depositado”?
          La mirada de Jesús fue penetrante. Se quedó admirado del donativo de la mujer, y no de las grandes sumas que echaban en el cepillo los ricos, con su suficiencia de hombres que colaboraban substancialmente al mantenimiento del Templo. Jesús vio más allá y hasta llamó la atención de sus apóstoles que andaban distraídos con otras cosas, y los llamó para hacerles caer en la cuenta de lo que acababa de suceder. Aquella viuda pobre había echado lo que ella necesitaba aquel día para comer. Por eso había dado su misma vida. Los demás han dado de lo que les sobra. Ella ha dado de lo que tenía necesidad para ella misma. Por eso llama la atención de quien tiene profundidad en su mirada y ve no sólo la cuantía del don sino el fondo del alma del donante.
          He aquí por qué tenemos que poner acento en los pequeños detalles de nuestra vida y acciones. Muchas veces parece que si no hay cosas “gruesas” no hay nada en el fondo de nuestra conciencia. Y sin embargo a los ojos de Jesús lo pequeño diario tiene un valor, que no es el valor del hecho en sí mismo sino el de la conciencia de la persona.
          Los santos se han distinguido por esa finura de lo diario, de lo aparentemente trivial, pero que elevado a Dios y vivido por amor a Dios, ha marcado una forma de vida. Suelo decir que “eso pequeño”, eso diario, eso que parece que no cuenta…, eso es nuestra propia “fotografía”. Si fuéramos a preguntar a los demás qué idea tienen de nosotros, no se iban a fijar en grandes consecuciones (que además son desconocidas la mayoría de las veces), sino que nos iban a definir por eso “pequeño” que marca la vida diaria. De ahí –repito algo que he dicho hace muy poco- es  sabio acoger con aceptación esas cosas que nos dicen “bote pronto” en un acaloramiento…: “es que eres…” Porque en aquello que nos han echado en cara puede estar encerrada la imagen que estamos dando en “las cosas pequeñas”…, la “fotografía” que estamos dando de nosotros mismos.

          Lo sensato entonces es meterse dentro de uno mismo y en vez de sentirse ofendido o tildado, analizar aquello que nos han lanzado a la cara. Y una de dos: o llevan razón, o no. Si no llevan razón, no ha pasado nada. Si llevan razón, es de agradecer que nos lo hayan dicho, porque nos han ayudado a adentrarnos en nuestro personal examen de conciencia…, en aquel “detalle” con el que podemos ahora dar gloria a Dios trabajándolo en actitud de renovación de nuestro espíritu.

2 comentarios:

  1. Hoy, nuestra Madre, María, fue presentada en el Templo; tenía tres años de edad. Su presentación es un símbolo de la entrega total de María al Señor.¡Salve, Madre Santa, Virgen, Madre del Rey, que gobierna cielos y tierra por los siglos de los siglos!

    El Evangelio de hoy nos ofrece como modelo una viuda pobre que da su oferta: no da lo que le sobra, le da al Señor lo único que tenía: dos moneditas pequeñas...¿Qué estamos dispuestos a dar nosotros a Dios y a los hermanos? ¿Todo o lo que nos sobra? no sólo se nos pide dinero, también podemos ofrecer nuestro tiempo, podemos escuchar, acompañar, acoger a los nada tienen; a los emigrantes y distribuir equitativamente nuestra "riqueza".

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  2. Ana Ciudad5:59 p. m.

    PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN.
    Nada sabemos de la vida de la Virgen hasta el momento en que se aparece el Arcángel para anunciarle que ha sido elegida para ser Madre de Dios.San Lucas, tan diligente en examinar todas las fuentes que le pudieran aportar noticias y datos, omite cualquier referencia a María Niña.
    La fiesta que hoy celebramos no tiene su origen en el Evangelio, sino en una tradicción antigua. La Iglesia no ha querido aceptar las narraciones apócrifas que suponían al María en el Templo, desde la edad de tres años consagarda a Dios. Pero sí acepta el núcleo esncial de la fiesta la "dedicación" que la Virgen hizo se sí misma a Dios, ya desde su infancia, movida poe el espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde el primer instante de su concepción.
    Hoy es la fiesta de la absoluta pertenencia de la Virgen a Dios y de su absoluta entrega a los planes divinos.Hoy le pedimos a Ella que nos ayude a hacer realidad cada día esa entrega del corazón que Dios nos pide, según nuestra peculiar vocación recibida

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