miércoles, 23 de noviembre de 2016

23 noviembre: La perseverancia

Liturgia
          Apoc 15, 1-4.            Juan tiene de nuevo una visión del Cielo, “definido” con expresiones fantásticas de cristal trasparente y  “mar de fuego” (que indica centelleo de estrellas).  Y allí, en ese mar que es el cielo de Dios, “siete ángeles” para realizar el proyecto de Dios, que salva a los suyos:
        - Allí estaban, en su orilla, los que han vencido a la bestia -el Imperio Romano-, a su imagen y a la cifra de su nombre. Son los innumerables mártires, que llevan “arpas que Dios les ha dado”: radiantes, pues, y resplandecientes.
        “Cantaban el canto de Moisés”. (Moisés es el primer libertador de Israel, contra los egipcios, y es símbolo de la liberación frente a los romanos. Las ideas de ese canto son: 1) Dios actúa prodigiosamente, 2) derrotando a Egipto  3) Los enemigos quedan espantados, 4) y Dios da a su Pueblo la Tierra de Promisión.
        Eso mismo, en los momentos presentes, era el “Canto del Cordero”: el definitivo libertador, que libra por su Sangre a los hombres, y crea un “nuevo Pueblo”, que es la Iglesia. Es el Cántico de los triunfadores de la bestia: los mártires, la Iglesia, que reconocen en “el Cordero” honores divinos. Es un canto de adoración, de triunfo final, que reconoce la voluntad de Dios, santísima y justísima, que no deja vencer al mal, e invita a observar los mandamientos de Dios y así glorificar su Nombre.

          Lc 21, 12-19 es continuación del anuncio del final, que ya nos ocupará la semana. Entremezclada la ruina de Jerusalén y de su templo con la visión de los últimos tiempos, Jesús anuncia la persecución a la que van a estar sometidos los fieles a su evangelio. Serán entregados a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre; así tendréis ocasión de dar testimonio.
          Es curioso cómo se juntan aquí los mensajes de la 1ª lectura y del evangelio. Lo que Jesús anuncia en Lucas es lo que luego ve, en visión profética, el vidente de Patmos. Es la persecución, los juicios contra los seguidores de Jesús, y todo en razón de su fe y religión.
          Pero dice Jesús que no os preocupéis por preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a la que no podrá oponerse ni contradecir ningún adversario vuestro. Jesús describe la situación tan dura poniendo delante de los ojos de sus oyentes que serán los propios familiares –padres y parientes, hermanos y amigos- los que traicionen, maten a algunos, y odien por causa de mi nombre.
          Es patente el terror que origina ese “final” de los tiempos, que está muy concretado en aquellas generaciones que se van a enfrentar a poderes políticos y religiosos que no aceptan la nueva fe que Jesús ha venido a traer. Pero que expresa algo más allá de aquellos tiempos, de aquellas primeras persecuciones, de todos los martirios que llevó a cabo la nación opresora, el Impero de Roma. Hoy día hay muchas regiones donde la persecución está vigente, donde siguen haciendo mártires, y precisamente por razón de le fe en Jesucristo. Y no es que –en razón del progreso cultural- hay menos barbaries, sino que conforme van avanzando los tiempos se van produciendo mas extremismos fanáticos que pretenden destruir la fe católica en muchos pueblos del orbe (sobre todo en África).
          ¿Y podemos quedarnos como meros espectadores de algo lejano, cuando estamos asistiendo con más frecuencia a las profanaciones de capillas, Iglesias y símbolos sagrados? Algo huele mal en el mundo que estamos viviendo cuando en medio de las proclamas de “libertad” y de “valores democráticos”, se producen atropellos indignos de los libertarios populistas.

          Acaba el evangelio de hoy con una palabra de seguridad y confianza. Jesucristo dice que, en medio de todo eso, ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Que no significa que vayamos a caminar por nuestra vida pertrechados con una especie de coraza milagrosa, sino que en medio de todo este mundo hostil, hay encendida una luz de seguridad que nos pone Dios por delante. Aquellos mártires y los mártires de hoy lo saben. Sus cabellos cayeron pero no perecieron, porque más allá de su muerte, el reguero de su sangre fecunda la fuerza de la Iglesia. Y nosotros estamos ahí. Lo que se nos pide, como a ellos, es esa perseverancia con la que tenemos que dar cumplido sentido a la fe que hemos recibido.

2 comentarios:

  1. Es por ello que el católico debe implicarse en política. De una forma u otra estamos llamados a contribuir al bien común. Para ello es preciso salir de comportamientos tibios que no ayudan, y ser valientes y dar la cara ante la sociedad, enfrentándose al mal con la propuesta del bien, y sobre todo sin temor a decir la verdad a los demás, porque el que pierde la vida por El, la ganará.

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  2. Respecto al "decir" a los demás cosas triviales hay que tener cuidado y saber elegir. Hay personas a las que decir cosas triviales les puede causar un gran daño psicológico por razón de su naturaleza. Por ejemplo: el acosador o acosadora creen tener siempre una especie de superioridad sobre la otra persona y se sienten cómodos en "decir" a la otra persona.

    Los daños psicológicos son reales y tienen una causa. No es culpable quién los recibe sino el que los provocó.

    Por tanto: más que mentalizarnos en decir al otro algo "que creemos" que no cayó en la cuenta o que no hace bien, deberíamos ocuparnos en dar un 95% de dosis de amor, cariño y comprensión. Acogida. Aceptación. Ceder nuestro puesto al otro si es necesario. Buscar el bien del otro, y no el mío propio. Una vez que hemos dado ese 95% de nosotros, ya estamos en disposición de "decir" a la otra persona algo que no nos parece bien de su forma de ser, porque habremos ganado su confianza y respeto.

    Pongo un ejemplo: El otro día un amigo estaba esperando en la parada del autobús. Por la acera de enfrente pasó un sacerdote al que hacia tiempo que no veía (podría haber sido un seglar). Mi amigo se quedó perplejo al ver como el sacerdote le saludaba con la mano desde lejos. Mi amigo se alegró. Le hizo un gran bien.
    Aún estaba disfrutando en su interior de ese momento y sintiéndose agradecido, cuando se percata que el sacerdote da media vuelta, se cruza y viene hacia el.
    Ambos se saludaron amistosamente, porque mi amigo es así. Es afable.
    Hablaron unos minutos, y el sacerdote se interesó del motivo por el cual hacía tiempo que no se veían. Mi amigo le explicó amablemente pero seguro. Y siguió su perplejidad, cuando observó que el sacerdote no le recriminaba nada. Es más, pareció comprenderle.
    Vino el autobús y se tuvieron que despedir, pero mi amigo se quedó con una buenísima sensación dentro. Sintió un gran cariño por ese sacerdote, y dio gracias a Dios. Mi amigo deseó en ese momento poder ver a ese hombre más a menudo. A lo mejor no le era posible, pero lo deseó. Se quedó con una sensación de paz y de que ese sacerdote había comprendido bien lo que era su vocación.

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