miércoles, 9 de noviembre de 2016

9 novb,: Apareció la humanidad de Dios

LITURGIA
Hoy es la fiesta litúrgica de la Dedicación de la Basílica de Letrán que no tiene lecturas propias y a la que, por tanto se le aplican las del “común” de “Dedicación de una Iglesia”. Y para hacer referencia a ese sentido de la fiesta, aludo a la bonita lectura primera de Ezequiel 43 en que se habla de esas aguas caudalosas que brotan del lado oriental del templo y que van aumentando de caudal a cada distancia, convirtiéndose en un mar inmenso, que expresa la riqueza que proviene del templo y que acaba abarcando todo. Aguas dulces que fecundan y que hacen crecer en las orillas toda clase de plantas, y que al desembocar en un mar podrido lo purifican.
Es todo un símbolo de los efectos curativos y fecundos del templo y, consiguientemente, de la Iglesia, que es la que está representada por esas imágenes.

En la lectura continuada Pablo sigue aconsejando a Tito (3, 1-7) para que recuerde a los súbditos que deben ser buenos ciudadanos que se sometan a las leyes y a las autoridades, dispuestos siempre  un trabajo honrado, y amables con todo el mundo. La razón que aduce es el ejemplo de ellos mismos –con Pablo incluido- que antes iban errados por su insensatez, esclavos de las pasiones y odiándose unos a otros.
Mas cuando ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre, la misericordia de Dios nos ha salvado. No ha sido por nuestros méritos no obras de justicia que nosotros hayamos hecho, sino por esa misericordia de Jesucristo. Hay, en efecto, un punto de inflexión en la vida de las personas: el momento en que interviene Jesucristo…, el momento en que aparece la bondad de Dios y su amor al hombre. Ahí se cambian las tornas y comienza un mundo nuevo, que es el de la misericordia de Dios que nos ha llevado a salvación. No eran los méritos propios porque no los había. Tuvo que venir la salvación desde fuera. Y vino por ese amor al hombre. La Vulgata (primera traducción latina de la Sagrada Escritura) traduce esas últimas palabras como “la humanidad de Dios”, lo que es muy sugerente porque sería una bella expresión de la cercanía de Dios a la humanidad, de su ternura y su amorosa compasión. Y por otra parte es una alusión directa a Jesucristo que es quien realiza en sí esa humanidad de Dios porque es el Dios hecho hombre.
Y continúa Pablo diciendo que con el baño del segundo nacimiento (el Bautismo) y con la renovación por el Espíritu Santo, Dios se derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo Salvador. Jesucristo nos ha traído ese segundo nacimiento y renovación por el Espíritu Santo, y nos ha transformado en nuevas creaturas que justificados por su gracia, somos en esperanza, herederos de la vida eterna.
Podemos ver la riqueza que encierra esta carta, que nos ha situado en el centro mismo del amor de Dios y de la salvación que Cristo nos ha traído. Y que ha puesto nuestro Bautismo en el núcleo mismo de nuestro nuevo ser –segundo nacimiento-, que evoca la conversación de Jesús con Nicodemo, arguyendo la necesidad de volver a nacer por el agua y el Espíritu (casi copiado por Pablo en ese párrafo)


El resto de la liturgia lo ocupa la ya conocida narración de los diez leprosos (Lc 17, 11-19) curados por Jesús, de los que uno regresó a dar las gracias y los otros 9 siguieron adelante con su alegría, pero sin saber ir a Jesús para darle las gracias por su curación. Y lo que debe quedarnos es que Jesús acusó el golpe. No se quedó igual. Hizo recuerdo de que habían sido 10 los curados y que sin embargo sólo había vuelto uno. Pero Jesús no se ha quedado en eso: Jesús se ha fijado en que los nueve que no han vuelto eran judíos y el que ha vuelto es “un extranjero”. Y esa lección la quiere Jesús dejar clara porque es una contante en su vida. Los judíos, los de su raza, quedan mal por su falta de reconocimiento y finura. El “extranjero” (seguramente samaritano, separado de la fe de Israel) tiene más delicadeza y sabe apreciar más el bien que se la he hecho.

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