martes, 8 de noviembre de 2016

8 noviembre: Ha aparecido la gracia de Dios

LITURGIA
                Estamos ante un bonito texto de San Pablo, en su carta a su discípulo Tito (2, 1-8. 11-14). Le da orientaciones sobre lo que debe enseñar o aconsejar, y va pasando por diversos estamentos de personas. Como norma general, “habla de lo que es conforme a la sana enseñanza”. Y como orientaciones particulares, a los ancianos que sean sobrios, serios y que piensen bien; robustos en la fe, en el amor y en la paciencia. Que no es menester ser anciano para que estas recomendaciones puedan venirnos muy bien en una revisión de nosotros todos.
            A las ancianas, que sean decentes en el porte, que no sean chismosas ni se envicien con el vino, sino maestras de lo bueno, de modo que inspiren a las jóvenes, enseñándolas a amar a sus maridos y a sus hijos; a ser moderadas y púdicas, a cuidar bien de su casa, a ser bondadosas y sumisas a sus maridos para que no se desacredite el evangelio. Quitando la última consideración, que era propia de su tiempo y de su cultura, todo lo demás es de una aplicación práctica perfecta para nuestras mujeres, ancianas o no. ¡Y para los varones! Porque todo lo que ha dicho Pablo en este apartado, es digno de examen y reflexión por parte de todos.
            A los jóvenes exhórtalos también a tener ideas justas. Y como la mejor recomendación es que el propio Tito se presente en todo como modelo de buena conducta. Es lo que más necesitan los jóvenes: un ejemplo que les atraiga y al que pueden imitar. Ahí las “ideas justas” se adaptan a las obras justas que se les puedan presentar con el ejemplo.
            En la enseñanza sé íntegro y grave, con un hablar sensato e intachable.  Y la razón para ello es que ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para la humanidad, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: LA APARICIÓN GLORIOSA DEL GRAN DIOS Y SALVADOR NUESTRO: JESUCRISTO. Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para prepararnos un pueblo purificado, dedicado a las buenas obras.
            He dejado hablar a Pablo en uno de los textos más íntimos del apóstol, cuando ha querido sintetizar el sentido de la enseñanza, esa que debe abochornar al enemigo de la fe, que –si vivimos esta realidad- no podrá criticarnos en nada. Su programa es muy sencillo: la renuncia a los deseos mundanos y a la vida sin religión. Dos realidades que se funden en una sola. Y dos realidades completamente actuales, y que una tira de la otra. No sé cuál tira de cuál, pero es evidente que la vida sin religión lleva a los deseos mundanos, y que los deseos mundanos acaban por desposeer a la vida de la religión.
            Frente a esa situación, lo que propone Pablo es una vida ordenada, sobria para mantenerse en la debida posición; justa o santa (que es lo que mejor pone al alma en esa sobriedad, para vivir la vida con medida y no según las apetencias que se vienen fácilmente a las manos). Y finalmente es una vida que tenga enarbolada la bandera de la PIEDAD. Lo que abarca dos líneas de actuación: lo que mira a Dios, para darle a Dios lo que es suyo que naturalmente sobrepasa la mera devoción o “piedad”. Y al prójimo ofrecerle igualmente lo que es suyo con una piedad (=amor) que es el que cierra el círculo de la verdadera “piedad” con Dios.


            El evangelio de hoy (Lc 17, 7-10) fue tratado en el blog hace unos domingos en los que tuvimos este mismo texto. Aquí quiere Jesús dejar claro que el ser justo y bueno no es un heroísmo sino la actitud que debe ser propia de todo ciudadano. Y que lo normal es que el subordinado esté disponible para servir a su amo cuando él vuelve a la casa. El subordinado habrá estado en otras tareas, también de su obligación. Pero eso no le sería razón para estar al servicio del amo cuando regresa de sus negocios. Jesús concluye con toda razón que esos criados de la parábola –como todo el que cumple con su obligación- deben considerarse pobres siervos que hemos hecho lo que teníamos que hacer. Buena reflexión para todos nosotros que, en nuestro vivir diario hemos de tener conciencia de hacer lo que hemos de hacer, y llevarlo con la mayor naturalidad y así desenvolvernos ante Dios. El resto ya es cosa de Dios, que –como dice el pueblo- “no sed queda con na de naide”.

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