sábado, 12 de noviembre de 2016

12 noviembre: Insistir a Dios

LITURGIA
                Creo que es el escrito más corto que hay en toda la Biblia: la 3ª carta de San Juan, y con un mismo argumento básico que las otras dos, aunque con concreciones diferentes. Hoy se dirige al Obispo de la comunidad y le reconoce sus méritos en la caridad con los hermanos, aunque para él sean extraños. Pero ellos mismos han hablado bien de ese obispo por su acogida. Y en la línea de ese amor que caracteriza los escritos de San Juan, le pide que los provea de los fondos necesarios para el viaje, puesto que ellos se pusieron en camino para trabajar en la causa de Cristo. No aceptaron sufragio de los paganos, y eso mismo obliga a atenderlos, cooperando así en la propagación de la verdad.
            Y no hay mucho más que decir de ese texto breve que nos ha servido hoy de primera lectura.

            Hoy aprovecho que hay menos materia que desarrollar para hacer una parada en el Salmo 111: Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus mandatos. Son dos versos de una misma estrofa. Está construida bajo el estilo de “paralelismo”, que es muy típico en muchos lugares de la Biblia. Un verso explicita al otro. Y si en el primer término ha aparecido la palabra “teme”, el segundo la cambia inmediatamente por “ama”. De modo que cabe sustituir el primer término por el segundo.
            Una cosa es la traducción literal y otra es la comprensión pastoral. Suena mal y no hace ningún favor decir “dichoso quien teme al Señor”. Y sin embargo se entiende perfectamente: “y ama de corazón sus mandatos”. Entonces yo NO LEO NUNCA “teme” y lo sustituyo automáticamente por “ama”, que es su sentido real. Pastoralmente prefiero alterar el dicho literal bíblico y darle así a los fieles el sentido que a ellos les va a resultar comprensible. Y que no es falsificar la verdad sino poner precisamente lo que de verdad ha querido expresar el autor.
            Podrá alguien –de la antigua usanza- defender el “temor de Dios” como un freno en la vida. Pero coincidiremos que no se dice “el temor a Dios”. Y de las muchas veces que en la Biblia sale la palabra “temor”, en todas está en paralelo con “amor”. Es lo que la Sagrada Escritura quiere poner ante los ojos del creyente, aunque en una lengua tan pobre de vocablos como el hebreo, estas matizaciones son muy pequeñas. Ojalá el amor a Dios sea el determinante de nuestra manera de proceder, y que nunca jamás haya que recurrir al temor como modo de invitar a la conversión. Es un hecho que ha ganado muchas más almas la parábola del padre bueno que las amenazas con que –en ocasiones- se ha pretendido atraer a alguien.

            El evangelio (Lc 18, 1-8) ha sido comentado hace poco con ocasión de un domingo. Es la enseñanza de Jesús sobre una oración insistente, para que nos acostumbremos a no desanimarnos cuando nuestras peticiones parecen no acogidas o no atendidas por Dios. Dice Jesús que insistamos. Y lo explica –a su estilo- con la parábola del juez que no escuchaba las peticiones de aquella viuda, y la viuda yendo una y otra vez a pedirle al juez que le hiciera justicia frente a su enemigo. Al final el juez accede a la petición de la viuda por su insistencia. Jesús lo adorna con situaciones extremas porque la comparación está puesta en el plano de los humanos. La mujer llega a intimidar al juez, que hace su labor por el temor de que aquella viuda ya exaltada, le pueda llegar a abofetear. En el plano humano rige el temor. Pero cuando Jesús lo pasa al plano de la relación hombre-Dios, Jesús nos dirá que “Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche”.

La manera de presentar Jesús el tema es muy típica suya, porque quiere poner las cosas en un extremo para llamar la atención de lo que quiere explicar. Y el fondo de la explicación es que Dios quiere que haya insistencia en la petición y en la súplica, y que Dios acaba escuchando las peticiones que se le hacen. Ese es el fondo de toda esa presentación, y la lección que nos queda que aprender: pedir-insistir-no desanimarse, sabiendo que Dios es buen juez y dirime la causa a favor del que suplica. Sencillamente Dios responde con el amor y lo que le gana el Corazón es el amor.

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