viernes, 30 de septiembre de 2016

30 sept_Purificar la conciencia

Liturgia
          Estamos acabando el libro de Job, con otro amplio salto hasta el cp. 38 y 39. En su sufrimiento Job ha tratado de preguntarle a Dios por qué de aquel padecimiento que está llevando, cuando él es inocente de alguna culpa. Dios le responde con una serie de preguntas a ver si Job las sabe responder. Preguntas de hechos que caen totalmente fuera de las posibilidades humanas, a las que Job no puede responder. [Sugiero que se lean en 38. 1. 12-21, porque son de una belleza poética oriental que no cabe más]. Realmente es un pobre hombre –reconoce Job- que no tiene nada que decir a las cuestiones que le ha puesto delante Dios: Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me llevaré la mano a la boca; he hablado una vez y no insistiré. Job se humilla ante Dios.

          En el Evangelio (Lc. 10, 13-16) Jesús expresa su dolor ante las ciudades de Corozaín y de Betsaida, en las que ha volcado una parte importante de su estancia, palabras y hechos, y sin embargo no han respondido… Y les reta con la comparación con ciudades paganas, en las que si se hubieran desarrollado allí los milagros que en aquellas, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados sobre ceniza. Lo mismo digamos de Cafarnaúm, el emporio judío, que tampoco ha respondido a los hechos que Jesús desarrolló en ella. Por eso Tiro y Sidón, siendo paganas, tendrán un juicio más benévolo.
          Quien a vosotros –apóstoles- escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, me rechaza a mí y rechaza a Dios.

          Tendría poco que explicar esa perícopa evangélica. ¡Pero mucho que pensar! Porque algo de esto que dice Jesús puede ser motivo de reflexión para cualquiera. ¿Cómo serían esos otros que quizás están desahuciados de la fe y aun de la cultura, si hubieran tenido las oportunidades que hemos tenido nosotros? ¿Cómo hubiera podido ser su respuesta a esos dones que nosotros hemos recibido? Y ¿cómo hemos respondido nosotros a tales dones? ¿Hemos respondido en radicalidad? ¿Nos mantenemos en una cierta posición mediocre o intermedia para ser “buenos” pero sin dar el salto? ¿De dónde salieron esos santos que –en los altares o sin altar-  fueron un dechado de fidelidad y de compromiso con su fe?
          ¿De cuántas justificaciones nos valemos para explicar nuestras fallas y encontrar “sentido” a todo, aunque más de una vez no estamos convencidos ni nosotros mismos de esas “razones” que aducimos? De hecho no se las admitiríamos a otro.
          Cuando nos llegan historias de esos países de misión, con verdaderas heroicidades y profundos compromisos con la fe de esos misionados, sentimos admiración y hasta vergüenza, porque nosotros con toda nuestra cultura religiosa y tradición cristiana y educación en la fe desde niños, no llegamos a esos grados de abnegación y sacrificio.
          Me gustaría que estas reflexiones mías, hechas en voz alta para mí mismo, nos sirvieran de estímulo para crecer. No me las tomo como dardos lanzados hacia fuera, ni siquiera contra mí mismo. Pero como motivo de reflexión honda y de estímulo para adelante sí que lo considero útil. Porque siempre puede ser una ocasión para dar un paso, aunque pequeñito, en una línea determinada. Para que seamos siquiera como Tiro y Sidón y no nos tengamos que llevar los penosos ayes de Jesucristo, que lamenta la falta de fidelidad y aceptación de su persona y su obra por parte de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm.
          No es cuestión de hacerlo todos los días, pero de vez en cuando no es superfluo tomar entre manos un manual detenido de examen de conciencia e ir releyendo sus preguntas. Seguramente encontramos “detalles” que ya se nos pasan por alto en nuestra conciencia, y que –sin embargo- no está de más descubrirlos.
          Un autor declara que el descubrimiento de un nuevo pecado no es una desgracia, sino precisamente una acción de la gracia de Dios, que enfoca el fondo de la conciencia y le hace descubrir los rincones y las telarañas que se habían disimulado en la oscuridad.

          Es un hecho que cuando Job trató de ponerse como inocente y que no tenía una culpa, Dios le tuvo que llevar a comprender que se había creído mejor de lo que era. Y Job hubo de humillarse para ocupar su verdadero puesto ante Dios.

1 comentario:

  1. Job se creía justificado, pero cuando Dios lo puso en su lugar, se humilló y reconoció que no era tan justo..." Me siento pequeño;¿qué explicaré?. Me llevaré la mano a la boca; he hablado una vez, no insistiré". Hoy celebramos la fiesta de San Ferónimo, un gran santo que tampoco se sentía pecador y en las navidades de no sé que año, oraba ante el Niño Jesús: le preguntaba,¿ qué quieres que te regale? Y el Niño Jesús le iba pidiendo muchas cosas que Él ya le había dado, como reconociera San Jerónimo que no tenía nada propio para darle, el Niño Jesús le pidió que le regalara sus pecados...Todos somos pecadores, pero Dios está ahi para ayudarnos; debemos ser exigentes para no dejarnos llevar por lo más fácil.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!