martes, 13 de septiembre de 2016

13 septbre.: Cuerpo Místico y Naím

HEMOS ESTADO SIN INTERNET.
De ahí el retraso en salir este día.

Liturgia
          San Pablo vuelve a tomar vuelo -1Cor 12, 12-14. 27-31- y se lanza nada menos que a presentar ante sus fieles lo que llamamos en la fe “el Cuerpo Místico”. Pone delante lo que es un cuerpo humano: uno pero con muchos miembros… Muchos, pero un solo cuerpo. Así es TAMBIÉN Cristo.
          Y va explicitando: somos judíos, griegos, esclavos, libres…, pero bautizados con un único bautismo del único Espíritu de Dios. Por eso formamos un solo cuerpo. Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro. [Quizás aquí entronca con la Eucaristía de cuya institución acababa de hablar, y somos uno solo los que comemos del mismo y único pan. No podemos andar divididos; no podemos estar encontrados unos contra otros].
          En la variedad de miembros de ese cuerpo, unos son apóstoles, otros evangelistas, otros son profetas, o hacen milagros; unos son útiles para gobernar, otros poseen la interpretación del don de lenguas… No todos son una cosa, sino que hay diversidad de funciones como en los miembros y en los órganos del cuerpo. Lo que recomienda Pablo a sus fieles es que ambicionen lo mejor…, que no se queden en candiles los que deben ser estrellas por la misma vocación cristiana a la que han sido llamados.
          El SALMO (99) reafirmará la idea: Somos tu pueblo y ovejas de tu rebaño. Muchos pero un solo pueblo. Muchas ovejas pero un solo rebaño.

          El evangelio de Lc 7, 11-17 es la pieza maestra en las que se nos describe el episodio de la resurrección del hijo de la viuda de Naím, una descripción llena de matices y expresión de muchos sentimientos en unos y otros.
          Aparentemente el protagonismo sería el de la pobre madre viuda que saca a enterrar a su hijo. Muy doloroso para una madre perder al hijo, pero si además ella es viuda, queda huérfana y desprovista de todo con la muerte del hijo único. No le quedaba, pues, nada más. No le quedaba agarradero, máxime cuando –viuda- quedaba en las peores condiciones de necesidad y abandono.
          Pero acertó Jesús a pretender entrar en esa ciudad en el momento en que salía el entierro. Y Jesús se entremezcló con la abundante muchedumbre que acompañaba a la madre y al féretro y preguntó de quien era aquel entierro. Y le informaron que de un joven, hijo único de aquella viuda que va llorando desconsolada…
          Y Jesús entra a ser el verdadero protagonista del momento. Porque en su afán de consolar a la pobre madre que iba destrozada, no se le ocurre otra cosa que decirle: Mujer, no llores. ¿Cómo no iba a llorar?
          Pero Jesús llevaba razón al decirlo; lo que pasa es que todo no se podía hacer en el mismo instante, y lo primero que pretendió fue consolar a aquella pobre madre. No se quedaba en palabras de falso consuelo. Se fue directo al féretro, lo tocó e hizo parar a los que lo llevaban. Se pararon. Él se plantó ante el cadáver y le dijo con toda autoridad: Joven, yo te lo digo: levántate. Y el muerto se removió entre sus sudarios y se incorporó y empezó a hablar.
          Ahora estaba el cuadro completo. Con razón le había dicho a la madre que no llorara. Pero para hacerlo más vivo, más cordial y más tierno y cercano, tomó al muchacho de la mano, le ayudó a salir de su ataúd y Jesús fue y se lo entregó a la madre.
          Todos quedaron sobrecogidos y exclamaron: Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo.
          No se nos dice nada más sobre los momentos siguientes. Pienso que la mujer se debatía entre dos reacciones: abrazar a su hijo mientras lloraba ahora de alegría…, y querer besar las manos de Jesús, que le había devuelto a ella la misma vida. Tampoco se nos dice nada de la actuación de las gentes con Jesús, ni si Jesús se quedó en Naím, o si siguió su camino. Hecho el bien que tenía que hacer, Jesús desaparecía de la escena.

          Lo que sí nos dice el texto es que la noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera. No era para menos. No sólo era el hecho en sí –la vuelta a la vida de aquel joven- sino el modo tan delicado con que aquello había sucedido, la alegría inmensa de aquella madre, el agradecimiento que le había quedado.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad5:52 p. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)

    CREO EN JESUCRISTO HIJO ÚNICO DE DIOS

    "Fuera de la cruz no hay otra escala por donde subir al cielo"(santa Rosa de Lima)

    QUERÍA DIOS LA MUERTE DE SU PROPIO HIJO?.-No se llegó a la muerte de Jesús por desgraciadas circunstancias externas. Jesús fue entregado conforme al plan que Dios tenía establecido y previsto (Hch,2, 23). Para que nosotros, hijos del pecado y de la muerte, tengamos vida, el Padre del Cielo " a quien no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro"(2Cor 5,21). La grandeza del sacrificio que Dios Padre pidió a su Hijo corresponde sin embargo a la grandeza de la entrega de Cristo. Por ambas partes se trata de un amor que se demostró hasta el extremo en la Cruz.
    Para librarnos de la muerte, Dios se lanzó a una misión arriesgada:introdujo en nuestro mundo de muerte una "medicina de la inmortalidad": su Hijo Jesucristo. El Padre y el Hijo eran aliados inseparables en esta misión, dispuestos y deseosos de asumir sobre sí lo máximo por amor al hombre. Dios quería llevar a cabo un intercambio para salvarnos para siempre: Quería darnos su vida eterna, para que gocemos de su alegría, y quería sufrir nuestra muerte, nuestra desesperación, nuestro abandono, para estar en comunión con nosotros en todo. Para amarnos hasta el final y más allá. La muerte de Cristo es la voluntad del Padre, pero no su última palabra. Desde que Cristo murió por nosotros, podemos cambiar nuestra muerte por su vida.

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