viernes, 9 de septiembre de 2016

9 septbre: En el Sermón del llano

Liturgia
          Es una pieza muy bella la que nos ofrece la 1ª lectura, tomada de 1Cor 9, 16-19. 22-27, en la que Pablo hace ver a los fieles de aquella comunidad que su labor de predicación no es un prurito personal, porque si sólo pretendiera aparecer y destacar con lo que predica, eso sería su paga. Muy corta porque no pasaría de la mera vanidad. Pero si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio: dar a conocer el evangelio, anunciándolo de balde. Porque siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos. Me he hecho débil con los débiles para salvar a los débiles; me he hecho todo a todos para salvar siquiera a algunos. Y hago todo esto por el evangelio.
          Pablo se presenta así como amigo de aquella comunidad, aunque tenga que corregirles sus fallos, y aunque tenga que ser duro con ellos. Pero la verdad es que todo lo hace por servirlos a ellos y por la predicación del Evangelio, porque también él quiere participar de sus bienes.
          En esa competición de la vida hay que correr la carrera para alcanzar el premio. Que si eso ya lo hacen los atletas, ¡cuánto más cuando esta carrera no busca un premio perecedero sino una corona de gloria que no se marchita! Por eso corro yo, pero no al azar; lucho pero no contra el aire. Mis golpes van a mi cuerpo para mantenerlo a raya, no sea que predicando a los otros, me descalifiquen a mí. Pablo se presenta no como un predicador que dice a otros lo que deben hacer y él se queda estancado, sino que domina sus pasiones para no quedar descalificado por el Señor.

          Lc 6, 19-42 es un conjunto de pequeñas parábolas de mucha enseñanza. Un ciego no puede guiar a otro ciego porque los dos caerán en el hoyo. De amplia aplicación en muchos terrenos y de fácil comprensión porque más de una vez encontramos a quienes quieren corregir a otro, siendo así que ellos mismos están en el mismo defecto. O quieren que se les siga en sus formas cuando andan extraviados.
          Sin parábola, lo explicita a continuación: el discípulo no es más que su maestro y no puede enseñarle; ya es bastante con que el discípulo –al acabar el aprendizaje- sea igual que su maestro.
          Y con otra breve parábola va concretando su pensamiento: nadie que tenga una viga en su ojo puede pretender sacar una mota del ojo ajeno. ¡Y buena advertencia es ésta! El saber popular lo formula así: siempre tiene que hablar un jorobado en la puerta de un lisiado. Porque no es extraño que se juzgue a un prójimo por algo que no es más que una mota, cuando la realidad es que el que critica tiene una viga en su ojo…, un defecto mucho mayor.
          Y Jesús lo tilda de hipócrita porque ¿cómo puede uno pretender corregir a otro el mismo defecto que uno lleva encima? Y lo curioso es que sucede así no pocas veces. O también el caso del que intenta dar a entender que es una víctima cuando la realidad es quien lleva encima la carga de su propio defecto…, y es la causa de encontrarse en una situación concreta desfavorable. Lo fácil es sacudirse las propias pulgas y echarlas sobre otro. A eso es a lo que Jesús llama “hipócrita”, y le estimula a quitarse primero la viga del propio ojo, antes que pretender sacarle la mota al ojo ajeno.
          Todo esto está en el “sermón del llano” que Lucas sitúa en paralelo al sermón del monte en San Mateo, en lo que está poniendo delante la liturgia de estos días.
A propósito de la fiesta de ayer, hemos saltado algunos aspectos de ese sermón del monte: poner la mejilla izquierda cuando recibimos la bofetada en la derecha. Que no es dejarse abofetear sino no tomar venganza, no responder con la misma moneda, no vivir el falso principio de “ojo por ojo”.
Tratar a los demás como queremos ser tratados. Porque si solo amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen también los paganos. Y un cristiano no puede regirse por principios paganos.

Por eso, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada. Y seréis hijos del Altísimo, que hace salir su sol sobre malos y buenos. Y sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará. Recibiréis la medida que dais. Es más: recibiréis mucho más de lo que dais, porque os verterán una medida rebosante, generosa, colmada.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:30 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Ontinuación)

    CREO EN JESUCRISTO HIJO ÚNICO DE DIOS

    Y en el colmo del asaombro decían: "Todo lo ha hecho bien; hace oir a los sordos y hablar a los mudos"(Mc,7,37).

    POR QUÉ HIZO JESÚS MILAGROS?.-Los milagros que hizo Jesús eran signos del comienzo del reino de Dios. Eran expresión de su amor a los hombres y confirmaban su misión.
    Los milagros de Jesús no eran una representación mágica. ÉL estaba lleno del poder del amor salvífico de Dios. Por medio de los milagros Jesús muestra que es el Mesías y que el reino de Dios comienza en él. De este modo se podía experimentar el inicio del nuevo mundo: liberaba del hambre (Jn 6,5-15) de la injusticia (Lc 19,8) de la enfermedad y de la muerte(Mt 11,5). Mediante la expulsión de los demonios comenzó su victoria contra el "príncipe de este mundo"(Jn 12,31; se refiere a Satanás). Sin embargo Jesús, no suprimió toda desgracia y todo mal de este mundo. Se fijó especialmente en la liberación del hombre de la esclavitud del pecado. Le importaba ante todo la fe que suscitaba a través de los milagros.

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  2. El Evangelio de hoy de nuevo nos exhorta a no juzgar ni condena. El Papa Francisco nos ha vuelto a avisar sobre lo peligroso que es esto y a donde podria llevarnos si no nos acostumbramos a "saber percibir lo bueno que hay en las personas, que nos impide poder apreciar lo bello por algún defectillo que se nos ha puesto por delante unido a nuestro gran defecto de querer controlarlo todo; y a nuestra presunción de que todo lo sabemos... Cuando realmente, lo que nos pasa es que no tenemos la capacidad y la honestidad de reconocer nuestros propios vicios. Esto nos obliga a estar siempre en guardia para ser misericordiosos con todos y para tener la capacidad de una ayuda mutua.

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