miércoles, 28 de septiembre de 2016

28 septbre.: Llamadas de Jesús

Liturgia
          Toca suplir de alguna manera lo que la lectura continua omite. Unos amigos de Job se han venido a acompañarle en su desgracia y Job, en esa amargura de su corazón por tanto sufrimiento, se confiesa inocente ante Dios y declara que Dios no tiene algo contra él.
          Los amigos le reprochan que, con ese razonamiento, está tildando a Dios de injusto porque le hace sufrir sin razón.
          Y Job (9, 1-12. 14-16) hace profesión de fe en Dios con esa riqueza de imágenes con las que confiesa la supremacía de Dios sobre todas las cosas, y que a Dios no se le pueden pedir razones: ¿quién le reclamará: qué estás haciendo?
          La verdad es que esa fe hace mucha falta hoy, cuando la gente cae con frecuencia en esas falsas cuestiones: ¿Por qué hace Dios…, por qué permite Dios…? Si Dios fuera bueno no sucederían estas cosas…, deduciendo “la bondad de Dios” de las realidades que suceden a nuestro alrededor. La bondad de Dios se intenta deducir como  conclusión de un silogismo filosófico. Es no tener idea del concepto mismo de Dios, que está fuera de toda deducción humana.
          Dios es bueno como premisa básica para hablar de Dios. Es axioma fundamental que no necesita demostración. Porque si Dios no es el totalmente BUENO, es que no estamos hablando de Dios sino de falsas concepciones humanas. Decir DIOS es decir el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Y en cuanto se mezcle algo no bueno, ya no estamos hablando de Dios.
          Job no necesita demostración de la bondad de Dios. Esa se da como premisa indiscutible. Y otra cosa y por otra causa son sus padecimientos. Por eso el libro de Job acabará felizmente con el triunfo de la bondad de Dios y la superación del mal. A eso va dirigido todo el libro.

          En el evangelio de Lucas encontramos nuevamente aquellas vocaciones que se producen en el transcurso de la predicación de Jesús, unos que se ofrecen de buena fe y otros que son llamadas expresamente por Jesús. Lc 9, 57-62 es un texto interesante para comprender el seguimiento de Jesús. Uno viene hasta Jesús y generosamente se ofrece: Te seguiré a donde vayas. Jesús no le dice ni sí ni no, sino que pone por delante las exigencias que son inherentes a ese seguimiento: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. El seguimiento de Jesús pide desprendimiento. Una vocación no será nunca el refugio de alguien, sino la exigencia de una vida en la que Jesús va delante sin seguridades materiales.
          Me queda la pregunta en el aire: ¿siguió a Jesús?, ¿aceptó el reto?, ¿se echó atrás? Mirémonos a nosotros mismos y deduzcamos qué hubiéramos hecho. Que eso es más importante que la curiosidad de saber qué hizo aquel.
          Una vocación directa la del segundo de este tríptico. Es Jesús quien llama con su consabida palabra escueta: Sígueme. Y el individuo no se niega pero retrasa la respuesta: tiene que quedarse cuidando a su padre hasta que muera. Era la costumbre de la vida de las familias: el hijo que quedaba soltero debía ocuparse de su padre hasta la muerte. Y Jesús le responde que deje a sus hermanos ese cuidado, puesto que ellos no han sido llamados.
          La misma pregunta y la misma respuesta de la vez anterior. Aquí se trataba de sobrepasar una costumbre del pueblo cuando ha surgido una llamada personal de Jesús. ¿Qué acaba valiendo? En definitiva se trata del Reino de Dios. ¿Realmente está Dios –para aquel personaje- por encima de todas las cosas…, amando con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? Es la cuestión que nos puede quedar a nosotros por responder, si nos halláramos en una situación semejante.
          Un tercero se ofrece también…, pero con condiciones previas. Legítimas si se quiere, pero poniéndolas por delante. Y ahí está el fallo. Y por eso Jesús responde con firmeza: quien pone la mano en el arado y mira atrás, no es apto para el Reino de Dios. No es que había pedido alguna cosa imposible. El fallo es que había ido a Jesús con un proyecto anterior al mismo ofrecimiento que hacía. Y eso es lo que no acepta Jesús.

          El resultado no lo sabemos. El evangelista no ha querido satisfacer nuestra curiosidad. Nos ha dado las pautas, los principios generales y fundamentales. Nos toca ahora examinarnos a nosotros mismos para ver detrás de qué postura estamos nosotros. Precisamente eso es ORAR.

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