3 septb.: El señor del sábado

Liturgia

          A poco que se fije uno en el proceso de esta 1ª carta a los corintios –estamos en 4, 6-15- puede uno ver que la situación de aquella comunidad no mera la más equilibrada. Pablo viene dejando caer puntos de reflexión y advertencia porque aquellos cristianos no van completamente derechos.

          Hoy les advierte de que no se engríen unos contra otros, porque nadie es tan importante que no deba reconocer que lo que tiene lo ha recibido. No hay lugar al orgullo. Y con ironía sigue el tono de su carta: “Ya tenéis todo lo que deseáis, ya sois ricos, habéis conseguido el reino sin nosotros” (Apolo my Pablo), para concluir que ¡ojalá fuera así, porque entonces irían ellos y la comunidad remando en la mis dirección!: así reinaríamos juntos…

          Y sigue una exposición vibrante en la que el apóstol –con su ironía- les va expresando cómo los apóstoles parecen los vencidos y derrotados mientras que los fieles son tan perfectos: ¡qué cristianos tan sensatos! ¡Y nosotros como la basura del mundo y el desecho de la humanidad!

          Para concluir que no pretende herirles sino hacerles reflexionar porque los quiere como a hijos. Porque podrán tener mil tutores, pero padre de la fe no lo tienen más que a él, a la que yo os he engendrado.

          Lc 6, 1-5 es el conocido tema de las espigas que los apóstoles cogían en sábado y la trituraban entre sus palmas para echárselas a la boca. Lucas, posiblemente con mucho más realismo que otras narraciones, no dice que tuvieran hambre, sino sencillamente que las frotaban en las manos y se comían el grano. Y yo lo entiendo  perfectamente porque yo lo he hecho igual, y no por hambre sino por el regusto de hacerlo. Y no como un trabajo sino como una distracción, una acción espontánea que brota casi sin pensar.

          Para los fariseos aquello –hecho en sábado- era una violación del descanso…, era un “trabajo”, y salieron decididamente a corregir a Jesús por lo que habían hecho sus discípulos. De seguro que esos hombres ni habían advertido que aquello pudiera estar dentro de la prohibición de trabajo que era propia del sábado judío, porque ellos no habían trabajado sino –por decirlo así- se habían divertido con aquella acción tan simple.

          Jesús no se limita a defender o a justificar sino que se va mucho más arriba para hacerles ver a los fariseos que han llegado a ser tan nimios en ese aspecto que habían llegado a ser más perfectos que David. Porque David se llegó a saltar una prohibición legal cuando se le presentó el caso. Él y sus hombres, tras una batalla, estaban exhaustos y se presentaron al sacerdote y le pidieron que les diera comida. Pero sólo había a disposición los panes presentados ya en el altar y que, por tanto, estaban reservados a los sacerdotes. Y David aceptó comer con sus compañeros de esos panes. ¡Y era David, el venerado de los judíos!

          Pues bien: hay algo más en esta ocasión de los discípulos de Jesús y lo que ocurre un sábado, y es que el Hijo del hombre es señor del sábado. Jesús se declaraba por encima de la ley del sábado, con lo que se estaba declarando Mesías.

          No se dice cómo reaccionaron los fariseos. Lo normal es que se escandalizaran sobremanera porque era que Jesús se situaba por encima de las leyes y de una ley tan importante como la del descanso sabático. Y no era que Jesús menospreciaba ese día consagrado al Señor sino que lo veía mucho más por encima de la ridícula percepción farisaica. Al Señor no se le honra con minucias como las que habían planteado aquellos mentores religiosos de Israel. Dios es mucho más grande y está por encima de esas pequeñeces. Una vez más nos sale al paso la importancia de lo interior sobre lo exterior, lo profundo sobre lo superficial, lo que compromete la vida de la persona a lo que es mera apariencia. Jesús va al fondo de las cosas y a la sencillez, mientras que el mundo farisaico está pendiente de unas obligaciones postizas que ellos utilizaban para el propio provecho de medrar y aparecer como santos.