viernes, 1 de abril de 2016

1 abril: En el lago

Liturgia
          La curación del tullido del Templo aún colea. Pedro y Juan han sido llevados a la cárcel – Hech 4, 1-12- por haber enseñado a resurrección de los muertos con el poder de Jesús. Llevados ante el tribunal, Pedro responde: Porque hemos curado a un enfermo nos interrogáis con qué poder lo hemos hecho. Pues conste que ha sido con el poder de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos; por su nombre este enfermo ha curado. La piedra que desechasteis los constructores, ha venido a ser la piedra angular.
          El evangelio (Jn 21, 1-14) es una de las piezas más bellas de los 4 evangelios. Dice el evangelista que fue la tercera vez que se apareció Jesús a sus apóstoles: la primera en el Cenáculo la tarde-noche del día de la resurrección; la segunda, a los 8 días, estando Tomás junto al grupo, y ahora ésta, la tercera.
          Estaban 7 apóstoles junto a Lago. Dos no están identificados en la relación que hace San Juan. Quizás con la idea de dar paso a ese “discípulo amado y anónimo” que tiene un papel importante en la escena. Simón Pedro decide irse a pescar. Parte por ocuparse en algo, parte por necesidad de sacar unos denarios. Los otros asienten sin más y dicen: nosotros vamos contigo. Y en esa armonía se meten en la barca e intentan la pesca. Pero tras buscar varias posiciones, se topan con la ausencia de pescado. Y los siete hombres en el pequeño espacio de la barca, asumen tranquilamente esa realidad sin incomodarse, sin crearse tensiones, sin discutir sobre quién es el mayor… Lo cual es observado por ese “discípulo amado” y le hace pensar.
          De madrugada, y aun entre las brumas del amanecer, un desconocido aparece caminando por la orilla, que les grita preguntando si tienen pescado. Una respuesta seca de quienes han de reconocer su fracaso: -No, no han pescado nada.
          Y el desconocido les indica que echen la red a la derecha de la barca. Y recogieron una gran cantidad de peces grandes. El “discípulo” ya no duda. Todo lo que están viviendo aquella noche y aquella madrugada ES EL SEÑOR, es la huella clarísima de la presencia del Señor. [Es la lectura propia de persona de fe, que más allá de los hechos aislados en sí mismos, acaba “leyendo” otra realidad].
          Simón no esperó ni un instante. En su fogosidad no halla mejor manera que lanzarse al agua e ir a nado hasta aquel hombre de la orilla, que le dice que traigan los peces que han recogido. La barca llega casi al mismo tiempo, y arrastran la red y Simón cuenta: 153 peces grandes.
          Pero a la hora de desayunar aquella mañana, en la playa ya hay de antemano unas brasas y asándose un pescado. De hecho van a desayunar con ese pescado, pero el hombre de la orilla les ha hecho sacar la pesca y hacerse cargo del valor de aquel hecho. Les invita a desayunar…
          Y escribe San Juan una frase que a mí siempre me hace pensar: Ninguno se atrevía preguntarle: ‘Tú quien eres’. Porque SABÍAN que era el Señor.
          Esto es muy semejante a nuestra experiencia diaria, y sobre todo a nuestro acto de fe en la presencia eucarística. Estamos conviviendo con el Señor, y LO SABEMOS (no lo vemos). Y no tenemos que preguntar: ‘Tú quien eres’, porque nuestra fe nos deja muy claro que ES EL SEÑOR. No preguntamos ante la Eucaristía: ‘Qué es esto’, PORQUE SABEMOS que es el Señor.

          De donde queda claro que la fe no es una experiencia de visión sino de convicción; de algo muy interior que no supone la ‘certeza del ver’ sino la seguridad del creer. Lo que vemos en la Eucaristía no nos daría pie a la fe; sencillamente veríamos lo material. Lo que nos hace adorar es la fe, la convicción de que ES EL SEÑOR, mucho más cierto que lo que vemos con los ojos de la cara. En la visión de los ojos nos cabe el engaño, porque hay impresiones que parecen ser y luego no son. Ante un mismo hecho, los testigos van a narrar una cosa diferente, porque “han visto” con una percepción muy subjetiva. En la fe el asentimiento no admite duplicidades: creo o no creo. Y si creo, asumo aquello como una parte misma de mi ser, que no tiene vuelta de hoja. Porque lo que CREO es aquello que Dios me ha puesto en mi interior: ES EL SEÑOR… Y no porque se ve su figura sino porque se ha descubierto con una evidencia interna.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:15 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA (Continuación)

    PRIMER MANDAMIENTO."AMARÂS A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS"

    TRASCENDENCIA:(superar). Lo que està por encima de la experiencia sensible, lo perteneciente al màs allà.

    Elconocimiento de los padres de Israel de que Dios lo supera todo, (TRASCENDECIA) y de que es mucho mayor que cualquier cosa del mundo
    , pervive actualmente, tanto en el judaísmo como en el ìslam, donde al igual que antes no puede existir ninguna imagen de Dios. En el cristianismo se relajò la prohibición de las imègenes a prtir de siglo IV en consideración a Cristo.Mediante su encarnaciòn Dios ya no es el absolutamente inimaginable; desde Jesús podemos tener una imagen de su esencia.
    Dios asumió un rostro humano, el de Jesús, y por consiguiente de ahora en adelante si queremos conocer realmente el rostro de Dios, nos basta contemplar el rostro de Jesús. En su rostro vemos realmente quien es Dios y còmo es Dios."QUIEN ME HA VISTO A MÌ,HA VCISTO AL PADRE".

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  2. Ni los Apóstoles ni nosotros podremos "pescar" nada si lo hacemos "de noche", sin estar iluminados con la Luz de Cristo Resucitado. El amor tiene que abrasar nuestro corazón para que podamos reconocer que el Señor está con nosotros..., nos habla con ternura y nos invita a comer pan y pescado: Él. glorificado, ya no tiene hambre;pero, come; lo hace para para que los discípulos aprendan a vivir de una manera natural y familiar la Presencia del Señor en cada Eucaristía. Nosotros, cada día somos sus invitados a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

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