martes, 26 de abril de 2016

26 abril: Apareció a Saulo

Liturgia
          Hoy es la fiesta litúrgica de San Isidoro, un enorme personaje y pozo del saber, no sólo en las ciencias teológicas y religiosas sino en otras ramas del saber humano, por lo que fue llamado como consejero de reyes. Pero la liturgia no le asigna lecturas propias. Por ello sigo la línea de la lectura continua, con los Hech. 14, 18-27, que pone ante una nueva persecución, que esta vez es directa contra Pablo, al que apalean y dan por muerto, pero al que recogen sus compañeros y lo llevaron a la ciudad. Al día siguiente sale a atender a las comunidades cristianas, a las que les deja un mensaje –que es mensaje repetido- de que hay que pasar por mucho para entrar en el Reino de Dios. Podía decirlo por sí mismo, y porque él ha penetrado en el núcleo de la vida de Jesús. De nuevo en Antioquía atendió a las comunidades de allí y les contó lo que Dios había hecho en los gentiles, abriéndoles la puerta de la fe.
          El evangelio –Jn 14, 27-31- comienza con una afirmación muy valiosa; La paz os dejo, mi paz os doy; no como la da el mundo. La paz del mundo es “pasota”, sin compromiso, sin esfuerzo, dejándose llevar, yendo a lo fácil, a lo que apetece. La paz de Cristo exige lucha, exige “ganar la paz” desde la guerra interna que cada cual ha de hacerse. Pero que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Llega el príncipe de este mundo y no tiene poder sobre mí, pero yo no salgo a cada batalla, sino que voy al Padre porque hago lo que el Padre me manda. Aquí está un misterio radical: podría deshacer Jesús la acción del príncipe de este mundo con el solo soplo de su boca. Pero no lo hace. Nos deja en la lucha que hemos de llevar nosotros sin acobardarnos y sin temblar. Porque Yo he vencido al mundo, pero ahora os toca la lucha a vosotros. Así es la voluntad de Dios.

VIDA GLORIOSA
          JESÚS SE APARECIÓ A MÍ, COMO EL ÚLTIMO, dice Pablo. Por tanto, entre las apariciones, hay que contar la de Pablo. Una aparición muy distinta de las otras. Cae más allá de haber ascendido Jesús al Cielo. Sucede cuando ya existen comunidades cristianas y se ha establecido la lucha de los judíos contra el nuevo Camino, el que siguen los que han aceptado la nueva fe. Saulo, empedernido fariseo, activista cien por cien, y dispuesto a acabar con esta “secta”, pide cartas que le den autoridad para ir a Damasco y apresar allí a los cristianos y llevarlos a Jerusalén. Y reúne una avanzadilla de hombres para cumplir esa misión. ¡Allí le esperaba Jesús! Y no con la dulzura de María Magdalena o Simón Pedro… A un soberbio engreído no le podía servir la mano aterciopelada de Jesús. Necesitaba un impacto mucho mayor.
          Y sucedió, en efecto, que se pronto Saulo cae rodando por tierra y que, además, se queda ciego, sin ver. A la soberbia, Jesús se le aparece con la humillación. “La otra mano” de Dios. La única que podía entender el fanfarrón. ¡Y la entendió! Caído en tierra, Saulo sabe que le ha vencido alguien mayor… Y pregunta: ¿Quién eres, Señor? Y la voz le contesta. Soy Jesús, a quien tú persigues. Saulo era inteligente y se dio cuenta de que Jesús eran  aquellos cristianos a los que él perseguía. Y no discutió. Aceptó su humillación, que se prolongaba ahora con la nueva palabra de Jesús: Ve a la ciudad y allí se te dirá lo que tienes que hacer. Ni siquiera Jesús le da la solución. Ya se la darán en Damasco, adonde Saulo pretendía apresar a los fieles.
          Y en Damasco no tiene una visión nueva de Jesús. Tiene la visita de uno de sus “perseguidos”, un tal Ananías, que entra en la casa, le impone las manos y le dice: Saulo, hermano, recobra la vista. Y precisamente de la mano de Ananías, caen de sus ojos una especie de escamas y vuelve a ver. Todo se desenvuelve en ese mismo terreno de la humillación. Ni siquiera ha venido Jesús en persona. Se le aparece de muy diversa manera. Saulo ahora ve, y no sólo ve con los ojos de la cara sino con los ojos de la fe. Más adelante nos dirá él que había tenido una visión en la que fue llevado al séptimo cielo, momento en el que puede decirse que VIO A JESÚS. Pero los pasos hasta tal visión fueron muy distintos de las otras apariciones de Jesús.

          También de esta aparición hay mucho que aprender y mucho que descubrir como experiencia de aparición que nos llega a nosotros y no precisamente con las dulzuras dl domingo de resurrección. Se aparece también Jesús en la contradicción, en la humillación, en la dificultad, en la caída, en la ceguera del no ver nada y tener que ser conducido…, en no ver…, y sin embargo estar viendo. En el error, que también puede ser vehículo para VER: ¿quién eres Señor?, desde el suelo y cegado por un extraño resplandor…, u oscuridad. 

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:18 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Continuación)

    QUINTO MANDAMIENTO:"NO MATARÁS"

    "Acaso no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?. Y no os pertenecéis(Cor 6,19).

    ¿CÖMO DEBEMOS TRATAR NUESTRO CUERPO?.-El quinto mandamiento prohíbe también el uso de la violencia contra el propio cuerpo.Jesús nos exige expresamente que nos aceptemos y amemos a nosotros mismos:"Amarás a tu prójimo como a ti mismo".
    Acciones contra el propio cuerpo ("incisiones", etc) son en la mayoría de los casos reacciones psíquicas ante experiencias de abandono y de falta de amor;por eso, en primer lugar, reclaman todo nuestro amor y cariño a estas personas. No obstante, en este marco de cariño debe quedar claro que no existe un derecho humano a destruir el propio cuerpo que recibimos de Dios.

    ¿QUË IMPORTANCIA TIENE LA SALUD?.-La salud es un valor importante, pero no absoluto. Debemos tratar el cuerpoi recibido de Dios con agradecimiento y cuidado , pero no caer en el culto al cuerpo.
    El cuidado adecuado de la salud pertenece también a las obligaciones fundamentales del Estado, que debe crear condiciones de vida que garanticen el alimento suficiente, viviendas limpias y una asistencia médica básica.

    Continuará

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  2. El Hombre no es dueño de su propia vida y por ser templo del Espíritu Santo, debe observar una vida ejemplar, intachable, viviendo con la dignidad que le corresponde a un hijo de Dios.

    Un cristiano tiene que ser sal y luz en el mundo. Una Luz que pueda penetrar en todos los recovecos oscuros de la vida. Sal que ofrezca el buen sabor del Evangelio. Para que esto sea posible tenemos que ser unos testigos coherentes y valientes, que no sintamos miedo de ser evangelizadores. Como Pablo, creer en el poder del Espíritu para anunciar a Cristo muerto y resucitado y también en la fuerza del testimonio de la Iglesia.

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