martes, 5 de abril de 2016

5 abril: Así os envío yo

Liturgia
          Uno de los párrafos más sublimes en la descripción de los primeros momentos de la Iglesia, nos lo presenta Hech 4, 32-37. Nos pone por delante lo que era la vida de aquellos CREYENTES (y yo siempre lo escribo con mayúsculas porque me produce una gran veneración constatar lo que es el creyente verdadero). Se les describe con unas cualidades muy definidas: todos pensaban y sentían lo mismo; lo poseían todo en común y nadie llamada suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor… Los que poseían tierras o casas las vendían y traían el dinero y lo ponía a los pies de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno. Es evidente que eso se podía hacer en verdaderas comunidades de cristianos y que eso no se puede vivir en un estadio como el normal actual, si bien hay comunidades concretas, reducidas, en las que puede vivirse ese espíritu. Pero de todas formas es un espejo precioso en el que mirarse y admirarse, porque eso nos deja patente lo que es dar testimonio de la Resurrección del Señor con mucho valor.
          En el evangelio de Juan 3, 11-15, Jesús habla a Nicodemo de la fuerza de la cruz –puesta en alto del Hijo del hombre- para obtener nosotros vida eterna porque CREEMOS.

VIDA GLORIOSA
          El domingo de resurrección (ya podemos llamarlo así tras las 3 apariciones del Señor –“Dominus”- resucitado, que han sucedido: a Magdalena, a Simón, a los dos de Emaús), a última hora de la tarde, Jesús se presenta a los apóstoles, encerrados en el Cenáculo. El primer movimiento es de sorpresa temerosa, porque las puertas están bien cerradas y “alguien” se ha presentado entre ellos. La palabra de saludo es la propia de Jesús: PAZ A VOSOTROS, que trata de sosegar aquellos ánimos alterados de los Diez. Tomás no estaba. Tomás no se había sabido aguantar allí dentro. Su temperamento no era compatible con los temores y con las cuatro paredes y con el  ambiente de sobresaltos o anuncios que se habían ido sucediendo  aquel día.
          Los otros Diez sí estaban allí. Y Jesús les presentó “sus  credenciales”: sus 5 llagas de pies, manos y costado. Y cuando se hubieron apaciguado y ya se empezaban a dibujar sonrisas de alegría, Jesús vuelve a repetir –con una profundidad nueva- su característico saludo de resucitado: PAZ A VOSOTROS. Jesús venía haciendo su oficio de consolador a los que habían sufrido la desolación y la depresión que siguió al viernes de la cruz. Su paz invadía ahora el ambiente y estaba pletórica de contenido. No era sólo una paz de tranquilidades sino una paz envolvente que daba un giro a la vida de aquellos hombres. Porque Jesús continúa hablando sin solución de continuidad: Como el Padre me envió, así os envío yo. Dios envió a Jesús. Lo envió para obrar la salvación. Para predicar al mundo la nueva de la redención, del mundo nuevo, de la nueva creatura. Pues esa misma misión reciben ahora los apóstoles: Como el Padre me envío, así os envío yo. Ha comenzado la cadena de una nueva historia: Dios envió al Hijo; el Hijo envía a sus apóstoles; los apóstoles seguirán enviando…, y el envío se continuará por los siglos, y llegará hasta nosotros. También hoy sigue siendo realidad ese “así como el Padre me envió, así os envío yo”… Sublime envío en el que nos sentimos implicados los cristianos del siglo XXI.

          Ahí se perpetúa aquel soplo de Jesús sobre ellos: recibid el Espíritu Santo…, un Espíritu que transforma lo humano en divino, la invalidez humana en poder de Dios, hasta el punto de que “a quienes perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes no se los perdonéis, les quedan retenidos”. ¡Enorme poder! “Como el Padre envió a Jesús”, así es enviado el apóstol, el Sacerdote de hoy. Y se obra la inconmensurable maravilla de un pobre hombre que es investido con el poder de Dios (“así os envío yo”), y puede realizar el prodigio de perdonar pecados. El día que un recién ordenado se sienta a oír en confesión a otro, se produce el estremecimiento de saberse con el poder de perdonar cuando él mismo necesita ser perdonado. Pero es que en ese momento no actúa el hombre…: actúa personalmente Jesucristo: Como el Padre me envío, ASÍ os envío yo…: PERDONAD PECADOS. Es algo inmenso, apabullante. Pero a la vez es algo real. Demos gracias a Dios que hizo tal maravilla, y que tenemos el don de sabernos perdonados por el signo visible sacramental que realiza el sacerdote sobre el penitente.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad10:09 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÒLICA (Continuación)

    SEGUNDO MADAMIENTO:"No tomaràsel nombre de Dios en vano"

    ¡No nos avergoncemos de mencionar al Crucificado; sellemos llenos de confianza la frente con los dedos, hagamos la señal de la Cruz sobre todo; sobre el pan que comemos,sobre el vaso del que bebemos! Hagàmosla al llegar y al partir, antes de dormir, al acostarnos y al levantarnos, al caminar y al descansar.

    ¿QUÊ SIGNIFICA LA SEÑAL DE LA CRUZ?.-Mediante la señal de la Cruz nos ponemos bajo la protección de la Santìsima Trinidad.
    Al comenzar el dìa, al comenzar una oración, pero también al comenzar una empresa importante, el cristiano se pone bajo el signo de la Cruz y comienza su tarea con ello "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Esta invacaciòn delnombre del Dios trino, que nos rodea por todas partes, santifica los asuntos que emprendemos; nos otorga BENDICIÔN y nos fortalece ante las dificultades y tentaciones.

    Continuarà

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