lunes, 4 de mayo de 2015

4 mayo: Obsequios a María

La verdadera flor
          Pablo y Bernabé están a punto de ser apedreados, y optan por huir a otro lugar (Hech 14, 5-17). Y ese lugar es Licaonia, localidad pagana, en las ciudades de Listra y Derbe. En Listra hay un hombre cojo de nacimiento. Pablo se dirige a él y lo cura: Levántate, ponte derecho, le grita. Y el tullido se incorporó y quedó sano. El sacerdote pagano y el pueblo quedan admirados y consideran a Pablo y Bernabé como dos dioses, y hasta pretenden ofrecerles culto sacrificando animales ante ellos. Pablo se rasga las vestiduras  e irrumpe por medio para cortar aquella acción. Y les declara que son hombres de carne y hueso como los propios habitantes del lugar. Pero que ellos han actuado con la Buena Noticia de Jesús, e invitan al pueblo a dejar los falsos dioses y adoren al Dios verdadero.
          En el evangelio (Jn 14, 21-26) Jesús declara cuál es la fe y la religión verdaderas: las que guardan la palabra del Padre. Porque el amor y la fe no se manifiestan en devoción externa, sino en la palabra que os estoy hablando. Palabra que el Espíritu Santo irá haciendo comprender. Es para nosotros la buena noticia de Jesús.

          Un nuevo día de mayo debe sernos una nueva oportunidad para traer ante la Virgen una flor; flor muy personal, de la que solo conocen su aroma quienes van del brazo de María. Y que hoy deberá ser tal flor que suponga buena noticia y secunde los planes y proyectos de Jesús, a sabiendas de que tal flor responde a sus deseos. No es una flor como aquellos animales que llevó el sacerdote y el pueblo de Listra, que acaban “divinizando” lo humano. A la Virgen se le debe obsequiar con lo que Ella misma obsequió: volviéndose al Dios vivo que hizo el Cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen.  Se trata, pues, de ese obsequio que va a parar a las mismas manos de Dios, a través del auxilio de María, que hace de vehículo de trasmisión y al mismo tiempo de “filtro” para que nuestras ofrendas (tantas veces menos dignas) puedan llegar hasta Dios con la limpieza debida de nuestra mente y corazón. Y no cabe duda que hay aún una buena parte que purificar, porque o bien no ofrecemos lo mejor de nuestros frutos, o bien los detenemos demasiado sobre nosotros mismos y nuestras ventajas. Y Ella, como buena madre, adereza esas flores para que sean reflejo de una realidad más auténtica, y expresen la parte más noble de nuestro corazón.

          Ahora sí estarán en condiciones de ser presentadas a Dios, con la pureza que Dios merece.

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