miércoles, 20 de mayo de 2015

20 mayo: El Espíritu me anuncia...

EL ESPÍRITU SANTO
          Estamos en la recta final del tiempo pascual, que comenzó en la Resurrección de Jesús y concluirá el próximo domingo con la solemnidad de Pentecostés. Las lecturas, de uno u otro modo, están poniendo siempre alguna nota de referencia al Espíritu Santo. El Espíritu Santo conduce a una determinada situación; el Espíritu Santo inspira alguna decisión; el Espíritu Santo vendrá al marcharse Jesús; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo; el Espíritu Santo conduce a la verdad completa y enseña las cosas que Jesús ya ha manifestado… Hoy mismo, en la lectura de los Hechos (20, 28-38) el Espíritu Santo os ha encargado guardar el rebaño que fue adquirido por la sangre de Jesucristo.
          No podemos ni decir: “Jesús es el Señor” si no es bajo la gracia del Espíritu Santo. Y no debemos lanzarnos al mismo apostolado mientras no llegue a nosotros la fuerza de lo alto: el Espíritu Santo de Dios.
          Varias veces aparecerá el Espíritu Santo en los hechos de la vida de Jesús, conduciéndolo al desierto, posándose sobre Él, o Jesús que habla en la sinagoga y se aplica a sí aquella profecía de Isaías: El Espíritu del Señor sobre mí: me ha enviado…
          Todo esto quiere decir que vamos envueltos en Espíritu Santo. Si Pablo dice de Jesús que “en él vivimos, nos movemos y somos”, nosotros podemos afirmar con toda propiedad que el Espíritu Santo es la atmósfera que nos envuelve, el aire que respiramos, la fuerza que nos impulsa. Y que nada podemos hacer si no es por ese Espíritu Santo que empapa la vida de cada persona y de una manera muy peculiar la de cada creyente. Más hondamente aún: la vida de la persona que vive abierta a Dios…, que VIVE EN GRACIA DE DIOS. Es que vivir en Gracia de Dios es vivir en el Espíritu Santo; o dicho del lado contrario: el Espíritu Santo ha hecho en nosotros su templo, y vive en nosotros, y nos acompaña donde estamos, y no se marchará, salvo que la mala acción y la mala conciencia de alguno actúe en contra de las inspiraciones y los impulsos al bien que pone en nosotros el Espíritu de Cristo y de Dios. El ser humano tiene en su mano el inmenso y, a veces terrorífico poder, de conservar en su vida al Espíritu Santo…, o de expulsarlo de “su sala de estar”.
          He ahí la enorme reflexión que se nos pone delante.

          En esa reflexión nos ha de ayudar la mirada a la Virgen María, tan fiel al  Espíritu Santo, que su vida queda enmarcada por dos Presencias de ese Espíritu: al principio y al final de la historia conocida de María. El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. María queda bajo el manto sublime de ese Espíritu de Dios. Y el fruto visible será JESÚS, concebido en el seno de María por la acción misteriosa del Espíritu Santo.

          Luego, Pentecostés se verificará con María y los apóstoles unidos en oración, tras la ascensión de Jesús. Y allí llegará tumultuosamente el Espíritu Santo y llenará y plenificará a aquellos apóstoles y volverá a cubrir a María en el nacimiento de la Iglesia. María será constituida definitivamente MADRE DE LA IGLESIA porque Ella ha estado ahí en el momento en que el Espíritu de Jesús ha venido “de lo alto” y se ha posado sobre los primeros miembros de aquella iglesia, que –a partir de este momento- se lanzarán a llevar la fe de Cristo y su Bautismo, a todas las gentes.

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