domingo, 8 de marzo de 2015

8 marzo: Templo roto y reconstuido

El nuevo Templo
Hoy se inicia la Palabra de esta Eucaristía con la entrega que hace Dios a su pueblo de las normas naturales más fundamentales, y que pone ante los ojos del pueblo como los mandamientos que Dios pide. Dios ha hecho a favor  de ese pueblo hebreo las grandes maravillas de su liberación de la esclavitud de Egipto. Dios se ha volcado en signos y prodigios para acabar eligiéndose a ese pueblo como pueblo suyo”. Pero Dios pone unas contraprestaciones que son las reglas normales de comportamiento que ha de tener ese pueblo como su santo y seña: de una parte, la relación personal humilde y rendida ante ese Dios que se ha volcado con ellos. Segundo, unas relaciones recíprocas completamente respetuosas de padres e hijos, de personas hacia la dignidad de las otras personas, o de sus bienes o de su fama.
La verdad es que Dios no pedía demasiado. Pedía las normas naturales y básicas para una conciencia de Pueblo, y de Pueblo de Dios. Eso son los mandamientos que hoy se han propuesto en la 1ª lectura (Ex 20, 1-17).
En las promesas de Dios que irán siguiendo para comprensión y enseñanza de ese pueblo, surgirá la promesa de un Mesías que será centro de toda la realización de los proyectos de Dios. Ese Mesías fustigará los vicios para que el pueblo permanezca fiel a los principos que les ha dado Dios.
Y San Juan (2, 13-25) en su estilo simbólico y de varios sentidos, pondrá ya al comienzo de su evangelio la presencia de ese Mesías, con los cordeles en la mano fustigando, porque aquel pueblo se ha corrompido tanto que el propio templo de Dios –símbolo de toda la religiosidad- está siendo profanado: los sacerdotes se benefician económicamente dejando que se establezcan vendedores dentro del templo. Y Juan (sólo él; no los otros evangelistas) presenta a Jesús con esos cordeles echando a los animales que han llevado allí para su venta para los sacrificios. A los animales los fustiga (los echa con la “fusta” de cuerdas) mientras a los vendedores les habla diciéndoles que no profanen aquel recinto que es casa de oración y no un mercado.
Los más afectados son los responsables del templo y son los que exigen a Jesus una explicación. Y Jesús les dice que derriben ese templo y Él lo reconstruirá en tres días. Evidentemente hay un juego de palabras: de hecho aquellos hombres  están destruyendo lo sagrado de ese templo. [Nos contarán los evangelistas que en el momento de la muerte de Jesús se rasgó el velo de la parte más sagrada y misteriosa de ese Templo, dejando ya sin sentido todo lo anterior].  Jesús (que se refiere a su propio cuerpo) les dice que –destruido- en tres días quedará rehecho… Muerto, a los tres días resucitará. Eso lo entendieron los apóstoles cuando la Resurrección. Y también provocó que allí mismo en el templo, aquel día, muchos creyeran en Él.

El signo del cristiano es la señal de la Cruz: Cristo crucificado, que es un escándalo para los que no tienen los principios esenciales de la fe. Para nosotros es la fuerza de Dios, y de ella participamos en la Eucaristía, que nos hace presencia de ese “templo destruido y nuevamente reconstruido” por la resurrección de Jesucristo. Y que nos está pidiendo que hagamos del Templo CASA DE ORACIÓN y no “casa del pueblo” donde más de una vez puede haber “profanación” por la falta de respeto de los mismos fieles al lugar sagrado en donde se alberga la Presencia real de Jesús.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!