miércoles, 5 de febrero de 2014

ZENIT del día 4

04 de febrero de 2014 (Zenit.org) - Dios también llora y su llanto es como el de un padre que ama a los hijos y no los rechaza nunca aunque sean rebeldes, siempre les espera. Así lo ha afirmado el Santo Padre esta mañana en la homilía de Santa Marta.
Las lecturas del día presentan la figura de dos padres: la del rey David, que llora la muerte del hijo rebelde Absalón, y Jairo, jefe de la sinagoga, que pide a Jesús que cure a su hija. El Papa ha explicado el llanto de David frente a la noticia del asesinato del hijo, a pesar de que su hijo combatía contra David para conquistar el reino. Francisco ha explicado que el ejército de David vence, pero a él no le interesaba la victoria, "¡esperaba al hijo! ¡Le interesaba solo el hijo! Era rey, era jefe del país, pero era padre". Y así, "cuando llega la noticia del final de su hijo, fue sacudido por un temblor: subió al piso de arriba... y lloró".
Francisco lo ha explicado así: "Decía yéndose: 'hijo mío, Absalón. ¡Hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Hubiera muerto yo en tu lugar! ¡Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío! Este es el corazón de un padre, que no rechaza nunca a su hijo. 'Es un ladrón. Es un enemigo. Pero es mi hijo'. Y no reniega la paternidad: llora... Dos veces David llora por un hijo: ésta y la otra cuando iba a morir el hijo del adulterio. También aquella vez hizo ayuno, penitencia para salvar la vida del hijo. ¡Era padre!"
El otro padre al que el Papa ha hecho referencia en la homilía es el jefe de la Sinagoga. "Un persona importante pero delante de la enfermedad de la hija no tiene miedo de postrarse a los pies de Jesús: ¡Mi hija está muriendo, ven a imponerle las manos, para que sea salvada y viva!' No tiene vergüenza", no piensa en lo que puedan decir los otros, porque es padre.
David y Jairo son dos padres: "¡Para ellos lo más importante es el hijo y la hija! No hay otra cosa. ¡Lo único importante! Nos hace pensar en lo primero que decimos a Dios en el Credo: 'Creo en Dios Padre...' Nos hace pensar en la paternidad de Dios. Pero Dios es así. ¡Dios es así con nosotros! 'Pero, padre, ¡Dios no llora!' ¡Cómo que no! Recordemos a Jesús, cuando ha llorado en Jerusalén. '¡Jerusalén, Jerusalén!' ¡Cuántas veces he querido recoger a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas!' ¡Dios llora! ¡Jesús ha llorado por nosotros! Y ese llanto de Jesús es precisamente la figura del llanto del Padre, que nos quiere a todos con él".
Francisco ha subrayado que "en los momentos difíciles el Padre responde. Recordemos a Isaac, cuando va con Abrahán a hacer el sacrificio: Isaac no era tonto, se había dado cuenta que llevaban leña, el fuego, pero no la oveja para el sacrificio. ¡Tenía angustia en el corazón! ¿Y qué dice? '¡padre!' Y en seguida: '¡Aquí estoy hijo!' El padre responde".
Así, Jesús, en el huerto de los Olivos dice: "con esa angustia en el corazón: '¡Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz!' Y los ángeles fueron a darle fuerza. ¡Así es nuestro Dios: es Padre! ¡Es un Padre así!".
Un padre como el que espera al hijo pródigo que se ha ido con "todo el dinero, con toda la herencia. Pero el padre lo esperaba" todo los días y "lo vio de lejos".  "¡Ese es nuestro Dios!", ha recordado Francisco.  Asimismo ha observado que "nuestra paternidad" es la de los padres de familia como la paternidad espiritual de los obispos y sacerdotes "debe ser como esta. El Padre tiene como una unción que viene del hijo: ¡no puede entenderse a sí mismo sin el hijo! Y por esto necesita al hijo: lo espera, lo ama, lo busca, lo perdona, lo quiere cerca de sí, tan cerca como la gallina quiere a su pollitos".

Finalmente, Francisco ha pedido que "vayamos hoy a casa con estas dos imágenes: David que llora y el otro, jefe de la sinagoga, que se postra delante de Jesús, sin miedo de pasar vergüenza y hacer reír a los otros. Estaban en juego los hijos: el hijo y la hija. Y con estos dos imágenes decimos: 'Creo en Dios Padre..." Y pidamos al Espíritu Santo - porque solamente Él, el Espíritu Santo - que nos enseñe a decir '¡Abba, Padre!' ¡Es una gracia! ¡Poder decir a Dios 'Padre'! con el corazón es una gracia del Espíritu Santo. ¡Pidámosla a Él".

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