domingo, 23 de febrero de 2014

Domingo 7, T.O. Del Sermón del Monte

Aquí te quería ver
             … y aquí me tengo que mirar.  Siguen los domingos con el Sermón del Monte, que es cosa fina. Aquí está volcado todo el secreto de la vida cristiana.
Pero es digno de atención que ya el tercer libro de la Biblia, cuando el Pueblo de Dios está haciéndose, tenga unas formas de conducta puestas por Dios, como las que hemos leído en la 1ª lectura (Lev 19, 1-2, 7.18): Seréis santos porque yo, vuestro Dios, soy santo. Una auténtica norma esencial y rabiosamente significativa. Un “Pueblo de Dios” tiene que reflejar a Dios. Y si Dios es santo, sólo tienen sentido ante Dios las actitudes santas, las personas santas.
             Y en lo que puede dar de sí su cultura, esa santidad presupone que no odiarás a tu hermano; corregirás a tu pariente (para no ser cómplice de su pecado); no te vengarás ni guardarás rencor a tu pariente, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y todo eso queda firmado y rubricado: YO SOY EL SEÑOR.  Es esa la razón suprema y sobre cualquier otra.
             Y llegamos al Sermón del Monte y Jesús sube el listón: sabéis que está mandado: “Ojo por ojo y diente por diente”… Ya era una perfección esa ley, cuando en otras culturas se permitía la venganza plena. En esa llamada “ley del talión” lo que no se permitía era que alguien se defendiera haciendo un daño mayor que el que recibía. Si has perdido un ojo, sólo puedes atentar contra un ojo del agresor; no más. Pero aún así, Yo os digo: si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra. Y no se trata de hacer cristianos tontos que se van dejando abofetear. Pero sí cristianos tan a lo Cristo que no toman venganza ni devuelven la bofetada recibida. ¡Eso ya es un avance grande, ¡un cambio de raíz en aquel pueblo! Más todavía: devuelve el bien…: a quien te pide qyue le acompañes una legua, acompáñale dos…
             Y la razón es que se dijo antes: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo; pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persoguen y calumnian. ASÍ SERÉIS HIJOS DE VUESTRO PADRE DEL CIELO. Un cambio, pues, de envergadura. Para ser hijos de Dios y ser auténtico pueblo de Dios, habéis de ser como es Dios: que ama también al pecador, al malo, y hace salir su sol sobre todos, buenos y malos, justos e injustos… Jesús ha dado un vuelco a un modo de pensar y actuar. Jesús plantea otra forma de vivir, la que  distingue al creyente. Porque si fuéramos a ser como los otros, los que aman a quienes los aman, ¿qué mérito tenéis? Lo que se os pide a vosotros, como vuestra insignia y vuestro título de algo tan especial como el Reino de Dios, es que seáis perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.  Eso tiene dos modos de reflexión, dentro de lo imposible que Jesús nos ha puesto delante: uno, yéndonos a San Lucas y tomando el “paralelo” –y continuando el discurso anterior- es que seáis misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. La misericordia por encima de toda otra actitud, ¡porque así es Dios!
             Otra interpretación –que a mí me dice mucho-: sabe Jesús que nos ha dicho algo imposible: el ser perfectos como Dios. Pero lo que no puede ser nunca un hecho real, sí puede ser una llamada, un imán, un estímulo, una búsqueda…: querer irse acercando a la perfección de Dios. Será una utopía imposible. Y sin embargo es un estímulo emocionante, una espuela que nos espolea a no rendirnos jamás y a no detenernos jamás en ese caminar hacia la perfección. No la alcanzaré nunca en la realidad mía, pero no habré renunciado nunca a alcanzarla.
             Y eso tiene un inmenso valor de entusiasmo…, de saber que mi vida no tiene un límite corto ni pequeño…, que no me puedo contentar con ser candil cuando por vocación soy estrella.
             San Pablo confirmará esta hipótesis cuando nos lleva a la inmensidad de sentirnos templos del Espíritu Santo…, y que Dios habita en nosotros. Ya bastaría esa razón para ir espoleados hacia un más… Y cuando este mundo que vivimos nos cree necios porque mantenemos estas pautas de vida, en realidad el Señor penetra esos pensamientos del mundo y conoce que son vanos… Y “vanos” dice igual que “vacíos”, “hueros”, sin contenido. En San Ignacio de Loyola dice aún más: “son pecaminosos”, porque quedarse a cero quien está llamado al infinito (“sed perfectos…), no es simplemente “vacío” sino un pecado de “lesa vocación”, un haber dejado vacía la llamada de  Jesús, el sueño del amor del Padre Dios.
             Para que podamos afrontar esta vocación a las alturas, Jesús nos ha dado la EUCARISTÍA, semilla que se siembra en nosotros, pero no para nuestra devoción y solo alimento espiritual, sino para que sea germen que lleva en sí la fuerza infinita de hacernos crecer hacia el Cielo. Y como en el Sermón del Monte hay una proyección necesaria al prójimo, no hay Eucaristía donde no haya corazón abierto totalmente a ese prójimo hasta amarlo como a uno mismo.

             Y sabemos que Jesús no se quedará ahí… Un día, en el límite de su vida y a punto de su muerte, lo que nos va a poner como mandato nuevo es que nos amemos unos a otros COMO YO OS HE AMADO. Ha llegado, pues, el reventón cristiano…, el reventón del amor…, porque ASÍ AMAMOS A JESÚS QUE NOS VEMOER IMPELIDOS A AMAR COMO ÉL.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!