miércoles, 5 de febrero de 2014

5 feb.: Crítica demoledora

El poder de la crítica
             Comienzo con un “paréntesis” en relación con la primera lectura. (2Sam 24, 2, 9-17), y no expreso “una opinión personal” sino líneas maestras con las que los estudiosos se han adentrado en los estilos, expresiones, formas y tiempos en que cada libro de la Biblia se escribió. Los autores sagrados tienen un sentido absoluto de que todo cuanto sucede, sea lo que sea y como sea, solo ocurre porque lo hace Dios. Si fue un fallo de David ordenar un censo –cosa que sería propia de un buen gobernante-, no entro ahora en ello. Que sea la peste declarada en el territorio israelita una realidad, no lo voy a negar. Y que el autor del libro junte ambas realidades de modo que una provoque a la otra, es ya la lección catequética que pretende el autor. Aporta dos lecciones muy positivas y en línea de historia de salvación: la primera, la convicción de David de estar mucho más seguro de dejar que Dios actúe que si actúan los hombres. De Dios puede fiarse, porque está convencido que Dios es misericordioso. Y la segunda, muy ligada a ésta: ante la plaga natural de la peste, que amenaza ya a la Ciudad, David se va a Dios y le suplica misericordia y que detenga aquel mal. Y de hecho, así sucede.  No le ha defraudado a David ni su confianza en la misericordia de Dios, ni su seguridad de que la oración llega hasta el Corazón de Dios. Si el autor logra trasmitir esos principios, los medios para ponerlos ante los ojos de un pueblo como aquel, los da por bien empleados.

             En el Evangelio (Mc 6, 1-16) tenemos una versión algo diferente de Lucas. En Lucas todo lo ocurrido en Nazaret sucede en una sola visita de Jesús. Se pasa de la admiración y asentimiento al rechazo, persecución e intento de despeñar a Jesús.  En Marcos y Mateo no se cita la primera parte: acogida y admiración ante la lectura y aplicación que hace Jesús de un texto de Isaías. En ese momento, y en la forma en que Jesús explica, hay una atención especial con todos los ojos fijos en Él, admirados de que de sus labios sólo salieron palabra de gracia (de liberación mesiánica).
             Supongamos que eso siguió así, en ese buen clima. Y hoy Marcos nos lleva a una “segunda parte”, cuando Jesús se ha ido de allí. Vienen ahora los comentarios, las malas lenguas, las posturas críticas…, los reventadores…, los que tienen por oficio ser escarabajos peloteros. Y uno deja caer la pregunta: ¿Pero no es éste el hijo del carpintero? Y ahí se apoya el siguiente: ¿No viven en el pueblo sus parientes? Y surge la persona que se hace una pregunta que podría ser clave si se hiciera de buena fe…, pero que la hace en plan demoledor y sin querer tener respuesta: ¿De dónde le viene esa sabiduría y esos milagros?  Si hubiera buena fe, ahí estaba resuelto el problema: algo muy especial ha ocurrido en el “hijo del carpintero”, pariente de muchos en Nazaret…; algo muy especial ha ocurrido para que el paisano de años…, el que iba a trabajar al tajo…, el que paseaba con amigos en algunas tardes de Nazaret, o seguía la carpintería de José…, ahora hablara con esa Sabiduría, y tuviese poder para hacer milagros.
             Esa sería la respuesta bien intencionada, reflexiva, y que iría en línea con la primera admiración que habían experimentado con Jesús en la sinagoga.  Pero el poder de la crítica es demoledor. La mala índole del que critica es dejar en el aire preguntas que quitan tierra bajo los pies de quien cree con fe sencilla. La fama de alguien se derriba fácilmente con una sola insinuación que se deja caer…
             Y Jesús tuvo que lamentarse de que “no desprecian a un profeta más que entre sus parientes y en su casa”.  Y la consecuencia es que ara las manos a Jesús. Si ayer lo veíamos repartiendo curaciones, porque la fe de la hemorroísa o de Jairo ponían la bandeja para recibir el don, en Nazaret encontró un frontón que rechazaba. Con todo, había quienes siguieron creyendo en Jesús y no le retiraron su fe. Y por eso el texto nos dice que no pudo hacer allí milagros, aunque curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos… Y se extrañó de su falta de fe.
             En Lucas sale del pueblo perseguido y a punto de que lo despeñen. Marcos nos lo pone yéndose a los lugares diversos de Galilea…, y nos apostilla: enseñando.  Y no tuvo problemas; era acogido… Y puede uno concluir fácilmente que hizo miagros. Eliminado el freno maléfico de las críticas, “de los de su casa”, Jesús seguía llevándose detrás a las muchedumbres, por esa fuerza que salía de Él y sanaba a todos.

             Por poco que nos deje este evangelio, dos aspectos son evidentes y muy dignos de personalizar: toda crítica que no sea para ayudar (y esa será una crítica “en directo” a la persona afectada), hace daño, siembra cizaña, destruye, lleva tras sí un reguero de daños. Y si mala es la crítica abierta, mucho peor la que siembra preguntas sin respuestas.

             La segunda lección: nos quejamos de que no hallamos soluciones a problemas… No nos revisamos a nosotros mismos…, no nos planteamos si nuestra fe (nuestra rutinaria fe) sea in obstáculo que ata las manos a Dios.  Si estaremos yendo a la palabra de Dios como “devota meditación” y no como enfrentamiento hacia LA VERDAD…, y las debidas consecuencias de una modificación de determinadas actitudes.

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