El poder de la
crítica
Comienzo
con un “paréntesis” en relación con la primera lectura. (2Sam 24, 2, 9-17), y
no expreso “una opinión personal” sino líneas maestras con las que los
estudiosos se han adentrado en los estilos, expresiones, formas y tiempos en
que cada libro de la Biblia se escribió. Los autores sagrados tienen un sentido
absoluto de que todo cuanto sucede, sea lo que sea y como sea, solo ocurre
porque lo hace Dios. Si fue un fallo
de David ordenar un censo –cosa que sería propia de un buen gobernante-, no
entro ahora en ello. Que sea la peste
declarada en el territorio israelita una realidad, no lo voy a negar. Y que el
autor del libro junte ambas realidades de modo que una provoque a la otra, es
ya la lección catequética que
pretende el autor. Aporta dos lecciones muy positivas y en línea de historia de salvación: la primera, la
convicción de David de estar mucho más seguro de dejar que Dios actúe que si
actúan los hombres. De Dios puede fiarse, porque está convencido que Dios es
misericordioso. Y la segunda, muy ligada a ésta: ante la plaga natural de la
peste, que amenaza ya a la Ciudad, David se va a Dios y le suplica misericordia
y que detenga aquel mal. Y de hecho, así sucede. No le ha defraudado a David ni su confianza
en la misericordia de Dios, ni su seguridad de que la oración llega hasta el
Corazón de Dios. Si el autor logra trasmitir esos principios, los medios para
ponerlos ante los ojos de un pueblo como aquel, los da por bien empleados.
En
el Evangelio (Mc 6, 1-16) tenemos una versión algo diferente de Lucas. En Lucas
todo lo ocurrido en Nazaret sucede en una sola visita de Jesús. Se pasa de la
admiración y asentimiento al rechazo, persecución e intento de despeñar a
Jesús. En Marcos y Mateo no se cita la
primera parte: acogida y admiración ante la lectura y aplicación que hace Jesús
de un texto de Isaías. En ese momento, y en la forma en que Jesús explica, hay
una atención especial con todos los ojos fijos en Él, admirados de que de sus
labios sólo salieron palabra de gracia
(de liberación mesiánica).
Supongamos
que eso siguió así, en ese buen clima. Y hoy Marcos nos lleva a una “segunda
parte”, cuando Jesús se ha ido de allí. Vienen ahora los comentarios, las malas
lenguas, las posturas críticas…, los reventadores…, los que tienen por oficio
ser escarabajos peloteros. Y uno deja caer la pregunta: ¿Pero no es éste el hijo del carpintero? Y ahí se apoya el
siguiente: ¿No viven en el pueblo sus
parientes? Y surge la persona que se hace una pregunta que podría ser clave
si se hiciera de buena fe…, pero que la hace en plan demoledor y sin querer
tener respuesta: ¿De dónde le viene esa
sabiduría y esos milagros? Si
hubiera buena fe, ahí estaba resuelto el problema: algo muy especial ha
ocurrido en el “hijo del carpintero”, pariente de muchos en Nazaret…; algo muy
especial ha ocurrido para que el paisano de años…, el que iba a trabajar al
tajo…, el que paseaba con amigos en algunas tardes de Nazaret, o seguía la
carpintería de José…, ahora hablara con esa Sabiduría,
y tuviese poder para hacer milagros.
Esa
sería la respuesta bien intencionada, reflexiva, y que iría en línea con la
primera admiración que habían experimentado con Jesús en la sinagoga. Pero el poder de la crítica es demoledor. La
mala índole del que critica es dejar en el aire preguntas que quitan tierra
bajo los pies de quien cree con fe sencilla. La fama de alguien se derriba
fácilmente con una sola insinuación que se deja caer…
Y
Jesús tuvo que lamentarse de que “no
desprecian a un profeta más que entre sus parientes y en su casa”. Y la consecuencia es que ara las manos a
Jesús. Si ayer lo veíamos repartiendo curaciones, porque la fe de la hemorroísa
o de Jairo ponían la bandeja para recibir el don, en Nazaret encontró un
frontón que rechazaba. Con todo, había quienes siguieron creyendo en Jesús y no
le retiraron su fe. Y por eso el texto nos dice que “no pudo hacer allí milagros,
aunque curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos… Y se extrañó de su falta de fe”.
En
Lucas sale del pueblo perseguido y a punto de que lo despeñen. Marcos nos lo
pone yéndose a los lugares diversos de Galilea…, y nos apostilla: enseñando. Y no tuvo problemas; era acogido… Y puede uno
concluir fácilmente que hizo miagros. Eliminado el freno maléfico de las
críticas, “de los de su casa”, Jesús seguía llevándose detrás a las
muchedumbres, por esa fuerza que salía de
Él y sanaba a todos.
Por
poco que nos deje este evangelio, dos aspectos son evidentes y muy dignos de
personalizar: toda crítica que no sea para ayudar (y esa será una crítica “en
directo” a la persona afectada), hace daño, siembra cizaña, destruye, lleva
tras sí un reguero de daños. Y si mala es la crítica abierta, mucho peor la que
siembra preguntas sin respuestas.
La
segunda lección: nos quejamos de que no hallamos soluciones a problemas… No nos
revisamos a nosotros mismos…, no nos planteamos si nuestra fe (nuestra
rutinaria fe) sea in obstáculo que ata las manos a Dios. Si estaremos yendo a la palabra de Dios como “devota
meditación” y no como enfrentamiento
hacia LA VERDAD…, y las debidas consecuencias de una modificación de
determinadas actitudes.
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