viernes, 21 de febrero de 2014

21 feb.: CAMINO SIN FIN...

Del “Sígueme” al “niéguese
             Ya hace tiempo que aquellos hombres fueron llamados por Jesús. El “sígueme” primero llevó una componente emocionante de elección personal, de aventura a lo desconocido, pero tras de Jesús. Ya han vivido los discípulos algo tan importante como el paso de discípulos a apóstoles, en esa nueva elección “para estar con Él”. Ya han visto tantos signos… Y ya se han topado con el escándalo: Jesús les ha anunciado que su mesianismo pasa por la reprobación que van a hacer de Él los jefes religiosos y civiles, y aun el mismo pueblo, y que eso le va a llevar a la muerte. Y ahí ha explotado “la incondicionalidad” que había hasta ahora en aquellos hombres. Simón ha expresado a Jesús la disconformidad absoluta con ese planteamiento de la cruz.
             Jesús tiene que volver a empezar…, o que poner puntos sobre las íes y pasar de aquella poesía de “pescar hombres” a algo tan personal como la actitud de quien quiera ir con Él. Tras el episodio difícil y duro con Simón –y a la vista de todos- se sienta Jesús pacientemente y se pone a aclarar el camino en el que está enrolados. Y dice: “Quien quiera venir conmigo que se niegue a sí mismo, que tome a cuestas su cruz, y que me siga. Por tanto no hay seguimiento sin ese negarse a sí mismo, esa actitud de abnegación, que supone una guerra contra el YO, los gustos y apetencias propios, y el endiosamiento que pretende vivir la amistad, la fe, el seguimiento del Maestro…, pero “a mi manera”. San Lucas explicitará que tomar la cruz es cada día, porque seguir a Jesús no es cuestión de “ratos” o de “circunstancias”.
             Habrá quienes crean que “ponerse a salvo” de esas exigencias es un “arte” en el vivir del “seguidor de Jesús”. Y Jesús sale al paso y advierte que ese aparente “salvar la vida” (escurrir el hombro), es en realidad perderla. En cambio saber “perder” cuando hay una causa tan noble como el seguimiento de Jesus y el amplio horizonte del Evangelio, es estar ganando.
             Porque “de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida”. Una palabra que –tomada en serio- cambia a un postinero Javier, profesor y de noble familia, en un San Francisco Javier, misionero incansable para llevar a los lugares más remotos la cruz salvadora de Cristo. Jesús le da ahora la vuelta a esa pregunta que acaba de formular, y la plantea desde el sentido contrario. Demos por caso, viene a decir, que has preferido “ganar el mundo”, aunque sea vendiendo tu alma al diablo… Demos que ahora eres un personaje famoso…, un “hombre libre”…, uno que ha sabido “vivir su vida”… Si ahora –hecho ya una persona madura- te viene el deseo de regresar al punto de partida, ¿qué puedes dar ahora para ese paso? ¿Qué puedes dar a cambio para volver a aquella vida que, aunque sacrificada, te hizo ser más persona, más feliz?  [No se me olvida aquel alumno mío que vivió su misma época de universidad con galanura cristiana, y un buen día tuvo la idea de “vivir su vida ahora”, que para volver a esto “de mayor”, siempre habrá tiempo… Hoy, en su aproximado medio siglo de existencia, vive el permanente pesimismo negativo que ve la vida a través de gafas negras. Y por supuesto que no se plantea aquella “vuelta” que él expresó aquel día]. Pienso que el paso de Jesús por la vida de la persona tiene una comparación con el paso del tren por una estación. Quien está allí con billete, sube al tren y viaja. Quien no estuvo y no sacó su billete, queda varado en la estación. ¿Cuándo es el próximo tren? ¡Eso ya no puede asegurárselo! Su oportunidad fue aquel tren que ha dejado pasar.
             En efecto, el que pretende ganar el mundo entero, arruina su vida, y no tiene en sus manos la posibilidad de recuperarla. Por ello es tan esencial no avergonzarse de Jesús y de sus planteamientos, porque puede uno encontrarse con la parálisis de sí mismo para poder recuperar terreno y hallar a Jesús y seguirlo con todas esas condiciones que Él ha dejado tan clarificadas. Y Jesús toca el gong de aviso porque lo que está diciendo no es una idea que se quede en las nubes. Es que de los aquí presentes no morirán algunos sin haber visto realizado el Reino de Dios.
             Encaja hoy como anillo al dedo el tema de la carta de Santiago: la fe no es un juego, ni una afirmación barata, ni un añadido a la vida. La fe son obras, y lo contrario es bisutería espiritual. “Tú dices que tienes fe y que yo tengo obras; muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mis obras que son las que muestran cuál es mi fe”. Si esto lo rozaran siquiera todos los que hoy pululan afirmando que creen en Dios, y no hacen lo que Dios ha enseñado, ¿qué les quedaba de esa original “fe” que pretenden tener? Si esa misma palabra la supiéramos tomar en serio todos los que tenemos nuestras prácticas religiosas y sacramentales, pero al salir a la puerta de la calle varían ya nuestras actitudes, criterios, pensamientos y modos de desenvolvimiento, ¿dónde está nuestra fe?
             Los estudiosos de san Pablo –gran defensor de la fe frente a las leyes cumplidas- llaman a la fe que predica Pablo una “fe preñada”: una fe con “su criatura” –las obras- tan dentro de la fe como el feto va en el vientre de la madre. La fe será siempre un motor que alimenta y ayuda a desarrollarse la vida y las obras de cada persona. Es exactamente la idea de Santiago. Lo bueno de Santiago es la llaneza con la que expresa los temas, que los puede entender cualquiera que lea su carta.

             Desde el “sígueme” primero al “niéguese” de ahora, no hay variación pero hay concreción y maduración. Seguir a Jesús es camino sin fin.

1 comentario:

  1. José Antonio6:37 p. m.

    Esta semana estoy redescubriendo a un Santiago que pone el dedo en la llaga con nuestro compromiso y ser cristianos. Hoy aterriza en esa fe que sin obras no es grata a los ojos de Dios. A veces, hasta esas obras que debe acompañar la coherencia de nuestra fe, la "mercantilizamos" (no todo se "compra"). Evidente, que como cristianos, no podemos vivir al margen de las necesidades de nuestros hermanos, pero toda nuestra fe ha de convertirse en actitud de vida, desde un simple "Buenos días" (hay muchas formas de decirlo) a compartir nuestro tiempo, o simplemente a actuar cuestionando a otros el porqué de nuestro hacer (no obrando de manera forzada sino que emane de un corazón enamorado del Señor). No hemos de actuar llevados por una estadística o contabilidad de nuestras obras, sino llevados por la impronta que la fe genera en nuestra vida y que ha de brotar de forma natural. Sin duda, tarea nada fácil para nuestra naturaleza tan frágil y dada al egoismo, SOLO en El, podemos.

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