lunes, 24 de febrero de 2014

24 feb.: "Especies especiales"

“Especies” que urgen la oración
             Una breve alusión a la carta de Santiago. Si alguien quiere tener un VADEMECUM substancial de aplicaciones cristianas, que vaya a la carta de Santiago. Más que doctrinal, la carta va aclarando y concretando aspectos de la vida diaria. Por eso se me ha puesto delante la idea de que Santiago es el “Papa Francisco” de aquella época. Cosas claras en lenguaje inteligible.

             Jesús baja del Tabor con Pedro, Juan y Santiago. En el llano y fácilmente perceptible, hay revuelo. Al ver a Jesus se dirige a él un angustiado padre, que tiene a su hijo con ataques muy fuertes que lo dejan maltrecho, y lo ha traído para que los discípulos liberasen de ese “espíritu” al muchacho. Y le expresa a Jesús que los discípulos no han podido.
             Jesús pide que se lo lleven allí. Pero en el momento que llega ante Jesús, el niño se retorció, cayó por tierra echando espumarajos. Se inclinó Jesús hacia él, sosteniéndolo, puesto que este tipo de enfermedad puede hacerle mucho daño físico al paciente. Y mientras estaban inclinados hacia  el niño su padre y Jesús, Jesús le pregunta: ¿Desde cuándo le ocurre esto? Y el padre responde: Desde pequeño. Y muchas veces lo ha echado al agua y al fuego para acabar con él. El buen hombre contaba aquello pero tenía el corazón encogido mientras aquel cuerpecito daba botes sobre el suelo. Y de lo más hondo de su sentimiento, mira a Jesús y le dice: Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos.
             Jesús no se hacía nunca protagonista de sus obras liberadoras. Y con su delicadeza le hizo saber al padre dolorido que no era “si puedo” sino que “todo es posible al que cree”. El buen hombre hace un acto de humildad: Yo sí creo…, pero tengo dudas; ¡ayuda mi fe! Preciosa oración, humilde oración; como por parte de Jesús es admirable ese remitirse a la fe del otro, aunque fuera como un grano de mostaza…
             La gente acudía y se agolpaba –eso tan mal hecho, y frecuente, que hace corro alrededor del que está en el suelo, quitándole el oxígeno- y optó por la vía rápida “increpando al espíritu inmundo”. Típico del mal es que no se va sin pretender hacer daño…; eso que dicen algunos de “morir matando”. El muchacho quedaba violentamente sacudido, y tan mal que la gente creyó que había sido el final.
             Jesús lo tomó de la mano, y el niño se puso en pie. El padre quedaría emocionado, y se abrazó al hijo. Agradeció a Jesús y, todavía con el temblor en su cuerpo por todo lo vivido, se marchó a su casa.
             Hay una frase en esta narración, que conscientemente no he comentado: esa en la que –tras la presentación del caso por el padre del enfermo- Jesús diría: “¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo tendré que soportar?” Es que no me encaja en ningún momento de la narración. No me encaja respecto del padre, porque si ha venido, alguna fe tiene. No me encaja de la gente, puesto que nadie ha protestado, y lo que han hecho es venirse él en cuanto lo vieron aparecer. Nadie está en la escena que se muestre “sin fe” ni que haya que “soportarlo”.  Entonces –cuando menos- está fuera de lugar. Y –conociendo hechos constatados- aquí se trataría de lo que técnicamente es una interpolación. Un copista se ha equivocado de página y ha metido ahí lo que correspondería a otra narración.
             Cuando los apóstoles se quedan a solas con Jesús, en cierto modo están “picados” por su impotencia en el lugar de los hechos. Y quieren saber por qué ellos –que habían echado demonios en las misiones apostólicas- no han podido aquí hacer nada. Jesús les responde: porque esta especie sólo sale con oración.
             Evidentemente no es la oración de “rezar un salmo”. Se trata de esa otra oración que comunica con Dios y le deja a Dios la actuación. Oración que supone dejar que Dios sea Dios, y no ser yo quien “alcanza” el favor, sino que estoy situado como mero trasmisor, pero le dejo a Dios que sea Él quien habla, quien conduce, quien hace. Y el que ora es mero vehículo de trasmisión.

             En códices más antiguos (y así ha quedado en algunas traducciones) el copista añadió: “y ayuno”. No es que fuera descarrilado pero no se trataba del “ayuno” de comer sino precisamente –en esa línea de verdadera oración- había mucho que “ayunar” del protagonismo de uno mismo. Un ayuno que hace que la persona que ora “se eche a un lado” para dejar plena acción a Dios. Ya no soy “yo” quien “hace oración”; soy el que está ahí “ayuno” de sí mismo para dejar camino expedito al Espíritu Santo a orar en mí… Por eso hay “especies” que no salen de nosotros aunque “hacemos oración”…, pero nos mantenemos siempre iguales y sin que se realicen cambios y crecimientos en nosotros. Aún nos queda “ayunar”…, hacernos a un lado, no buscar el prurito de nuestra oración, sino tener una muy convencida conciencia de que “somos inútiles y sin provecho”…, pero que ahí es donde puede actuar Dios, y así es como Dios actúa en lo “pobre” y en “lo necio” porque deja mostrado a las claras que es Él quien hace.

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