viernes, 7 de febrero de 2014

7 feb.: PRIMER VIERNES.- Compromisos

Hoy es PRIMER VIERNES
             El VIERNES es tradicionalmente un día dedicado al CORAZÓN DE JESÚS, porque en un VIERNES SANTO culminó Jesús el hecho soberano del AMOR A NOSOTROS, muriendo en la Cruz, para pagar así la deuda contraída por nuestros pecados. Nosotros nunca hubiéramos podido pagar, por la cuantía de esa deuda que había traspasado las posibilidades humanas por haber sido el puño de la soberbia levantado contra Dios. Necesitábamos un AVAL de tanta cuantía que sólo podía pagarlo el mismo Dios. Y para que eso fuera posible, el HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE, POR AMOR a la pobre humanidad, haciéndose uno de tantos, uno como nosotros, metido en el mismo fango humano, para desde la basura, levantar a esa humanidad caída. Solo que eso no se hacía con un bastón de mando sino con un AMOR SOBRE TODO AMOR, viviendo nuestra vida y purificando la suciedad que nosotros acumulamos.
             El PRIMER VIERNES es, pues, un día de CELEBRACIÓN DEL AMOR, de mirada a Jesús, que tanto amó, que se entregó a la muerte por mí, y ante el que yo me pregunto –en nobleza del alma- cómo corresponder a tanto amor.
             Por eso, el APOSTOLADO DE LA ORACIÓN, cuyo sentido –doble sentido- va unido al AMOR DE JESÚS (simbolizado en SU CORAZÓN, como la fuente de los sentimientos humanos), y al SERVICIO a los hermanos, busca potenciar esta misión y vocación suya ofreciendo un especial CULTO AL AMOR DE DIOS, manifestado en el CORAZÓN DE SU HIJO, en el primer viernes de cada mes.

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             El evangelio de hoy puede dejarnos –en primera lectura- una sensación de “mera historia de un suceso” –muy desagradable suceso- de Herodes que ebrio y sensual, y por más señas “adúltero con la mujer de su hermano”, se ha comprometido con juramento ante los invitados- a regalar y compensar a la hija de esa mujer, nada menos que con la mitad de su reino (si así lo quiere ella)…, o cualquier cosa que le pidiera. Todo ello porque se ha deslumbrado con el baile oriental que la muchacha, Salomé, ha ejecutado para resaltar la fiesta.
             Y como aquella irrupción de Salomé en la Sala del banquete podía estar preparada por la astucia de Herodías, su madre, la promesa que hace Herodes acaba redundando en lo que aquella adúltera pretendía, que era callar de una vez la voz del Bautista que le decía al rey que no le era lícito aquella unión con su cuñada. Salomé pregunta a su madre qué debe pedir, y Herodías sentencia: la cabeza de Juan el Bautista, ahora mismo, en una bandeja. Y la macabra repugnante escena de la niña que aparece con aquel horripilante presente en medio de la Sala, debió ser de un mal gusto difícil de soportar.
            
             Pero no hay una sola Palabra de Dios que no esté destinada a penetrar en las almas como espada que llega hasta la médula de los huesos. Y por tanto no sólo vemos la espantosa escena anterior, ni sólo nos indignamos contra la lascivia de unos y otros, sino que sacamos lección útil. Y esa lección lleva el sello de un compromiso. Herodes se ha comprometido con a muchacha y ante los comensales. Y aunque Herodes lleva a mal la petición de Salomé (porque él respetaba y hasta consultada al Bautista), el compromiso adquirido le constriñe ahora hasta llevarlo a su final. [Cierto que un compromiso o promesa de algo malo, no obliga a cumplirlo]. Herodes se siente obligado a una promesa hecha, y –parte por el juramento, parte por el respeto humano ante los invitados- cede y cumple.

             Un ejemplo de adónde debe llevar un compromiso adquirido ante Dios…: en las llamadas de la fe, en las promesas bautismales, en la alianza de los esposos, en la fidelidad a un colectivo, y hasta en la seriedad ante la hora de una cita. Diría yo: el sentido de compromiso, que va más allá de un detalle u otro. Es una característica definitoria de la persona. Ahí donde me comprometí, ahí respondo. Me costará, me obligará mi propia promesa hecha… Pero ahí siento que me constriñe el compromiso adquirido. Y por eso no puedo jugar al “más o menos”, al “no tengo gana”, “estoy cansado”, etc. Mi vida se compone de compromisos expresos o tácitos. Y cuando el objeto es bueno, he de ser consecuente. A lo mejor debo saber calibrar mis compromisos, y saber que sólo llego a donde llego y que no debo pensar en más de lo que puedo. Hasta ahí, el conocimiento de uno mismo, y la humildad y realismo con que he de vivir. Pero cuando llego a comprometer mi tiempo de oración, mi dominio en las horas de televisión, mis reacciones de carácter, mis palabras o mis silencios, las compras o el descanso, el dominio de mis afectos, el saber ceder…, etc., debo hacerlo con toda seriedad de vida. Porque no es bueno vivir a salto de mata con lo primero que se viene a la mano o al deseo, sino saber qué quiero (sabiendo mirar también el querer de Dios), qué puedo, cuándo… Y hasta teniendo la personalidad necesaria para decir NO cuando algo no puedo, no debo, o no es oportuno.

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