viernes, 14 de febrero de 2014

14 feb.: El sordo y mudo

Todo lo ha hecho bien
             Regresa Jesús desde la frontera en donde le salió al paso aquella mujer pagana. Atraviesa la Decápolis y el Jordán, y se viene a tierras de Galilea. Y allí le presentan a un hombre sordo que, consecuentemente, apenas podía hablar. La escena tantas veces repetida: Jesús que llega o pasa por un lugar, y en cuanto lo descubren, le presentan a alguien necesitado. Y para más fuerza, las gentes le piden a Jesús que le imponga las manos. Y sigue a continuación la escena normal, ¡Jesús se pone a sanar a esa persona!
             Una primera característica de este hecho es que Jesús aparta de la gente al enfermo. Nos trasmite así el evangelio un hecho importante: para estar en presencia de Jesús es necesario –lo primero- un “apartarse”, un buscar espacios de intimidad personal. Es cierto que a Jesus se le puede encontrar en medio de un bullicio y en medio de una feria, y que hay quien lo encontró así. Pero lo normal es ese “encerrarse en el propio cubículo”, tener un “vacío” de ruidos y distracciones… Y entonces hay mucha más oportunidad para la acción de Jesús.
             Jesús le toca los oídos con los dedos. “Le mete los dedos” dice el texto, como un signo de “abrir” lo que estaba cerrado. A esos “tapones” que dificultan la escucha –esos “tapones” que cierran el “oído” a la Palabra de Dios…, a la capacidad de reflexión por estar muy sordos a ese susurro de Dios- los dedos de Jesús hacen el ademán de “abrirlos”, quitarlos, removerlos. En ese “apartado” al que Jesús ha llevado al sordo, se podrá  abrir su capacidad de escucha… El que empieza a orar, piensa que con hacer ese “apartado” ya tendrá los frutos a borbotones. Y sin embargo estamos viendo aquí que Jesús va lentamente, dando pasos..., enseñando que la acción del Espíritu en las almas tiene su “tiempo”…, y que cada alma tiene también su tiempo propio (no todos abren los oídos al mismo tiempo).
             Nuevo paso: la saliva era –en la cultura oriental- un elemento sanador. Jesús ahora se toca su propia saliva con el dedo, y con ese dedo toca la lengua del mudo. Pronuncia la palabra de lengua materna: Effetá, que significa: “Ábrete”, y en ese instante se produce la curación completa del hombre que le habían traído. Si sólo tocar el manto de Jesús era curativo para muchos, la saliva era definitiva. No será la única vez que se haga referencia a la saliva de Jesús.
             Jesús pretendió entonces lo imposible: que el mudo curado permaneciera tan mudo que no proclamara su curación. Y no digamos lo que era aquella gente que trajo al enfermo, y que ahora lo oyen hablar con esa emoción de que “vuelve a ser persona”. Por mucha insistencia que puso Jesús en que no dijeran nada, era muy claro que aquello no iba a quedar callado. ¡Precisamente había hecho hablar a un mudo!, y ahora que el hombre puede hablar, ¿va a callarse?
             Trasladando la escena al testimonio de la época inicial de la Iglesia, también los jefes judíos pretendieron hacer callar a los apóstoles, que venían entusiasmados con la Resurrección de su Señor y Maestro. Y cuando les instan que se callen, ellos responden: “No podemos callarnos”. No era desacato. Era sencillamente que el encuentro con Jesús y la presencia de Jesús y las obras de Jesús no pueden silenciarse…, ¡necesitan ser proclamadas!, y si no lo hicieran las gentes, hablarían hasta los niños de pecho.
             Por eso no logró Jesús ese silencio de la buena acción que acababa de hacer. Y el mudo se explaya ahora hablando y proclamando su alegría, y las gentes van por un sitio y otro expresando sus sentimientos. Y el que ahora les queda al vivo es que Jesús, TODO LO HIZO BIEN.

             Y se me queda esa “canción” en mis oídos y en mi corazón. Y la quiero proclamar a los cuatro vientos. Y quiero que sea slogan que se repita por cada creyente (al menos), y que no quede ni la más leve sombra ni insinuación de duda. Que es doloroso escuchar a quienes –en sus momentos dolorosos- expresan algo así como que “ya podría el Señor hacer tal o cual cosa”, erigiéndose la persona en alguien que se atrevería a corregir la afirmación de que “todo lo ha hecho bien”.  Debe ser la exclamación que surja en ese “asombro” (“en el colmo de su asombro”)…, en los momentos que menos podemos explicarnos…, cuando nos desborda una realidad… Debe ser la síntesis que lleve encerrado nuestro modo de sentir la acción de Dios en la historia…, la obra de Jesús en los acontecimientos de la vida diaria. Jesús, el Señor, TODO LO HACE BIEN.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!