martes, 11 de febrero de 2014

Un Evangelio de mucha fuerza

Mc 7: Una joya de la verdad
             Estaba Jesús –puede deducirse- en alguna de aquellas invitaciones en las que se entremezclaban gentes muy diversas. Están los apóstoles y están los fariseos. Y está preparado todo lo necesario para ese ritual purificatorio que debía seguirse –en principio. Por motivos de higiene, pero que el mundo farisaico había convertido en “espiritual”, los comensales hacían sus abluciones antes de ponerse a la mesa. Era un conjunto de exageradas “limpiezas” que rayaban en lo supersticioso o lo escrupuloso, y por tanto quedaba muy ajeno al mundo que Jesús enseñaba y del que había hablado tantas veces con sus discípulos. Entonces esos discípulos se han quedado al margen de tantas formas externas como vivían ansiosamente los fariseos.
             Y un grupo de fariseos se vino a Jesús a preguntarle “por qué sus discípulos comían con manos impuras. Se me antoja que a Jesús le sonó aquello fatal. “Manos impuras” era que no seguían el angustioso ritual de lavar las manos hasta el codo [“a fuerza de codos”; “restregando bien”, dicen otras traducciones…, en lo que se revela el sentido tan fuera de lo normal que había en aquel concepto de “manos impuras”. Y se añadirá a eso el obsesivo lavar de platos, jarras, vasos y ollas… En esa selva de lavatorios entra la contraposición de las “manos impuras”]. Naturalmente a Jesús le llegó al corazón esa pregunta del grupo aquel. Y no era que hubieran tildado a sus propios discípulos; era que así vivían “la religión” los fariseos y así la enseñaban…, y así confundían a las gentes, y les hacían sentirse “impuras” por cosas tan nimias y alejadas del sentido auténtico del corazón bueno.
             Por eso Jesús saltó con vehemencia, resaltándoles la frase de Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí; el culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”.  Ya estaba dicho todo, y con palabras que no eran nuevas, ni ahora as inventaba Jesús. Pero Jesús va a bajarles al concreto para que sepan que es lo verdaderamente impuro. Y es que vosotros anuláis el mandamiento de Dios, por seguir las tradiciones  de vuestros antepasados. Y por si no se enteran, les pone un ejemplo real que clamaba al Cielo: os habéis inventado la especie de que si uno declara que sus bienes son “ofrenda al Templo”, ya no tiene que ayudar a su padre y a su madre. Con ello se han quitado de en medio, de un plumazo, ¡verdaderamente impuro! lo que era el cuarto mandamiento de las Tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés y Moisés trasmitió al pueblo.
             ¡Eso sí es IMPUREZA!  Eso es lo que ensucia no ya las manos o el estómago, sino el mismo corazón… Por eso “el corazón de ese pueblo está lejos de mi”. Es el corazón de la trampa, del engaño, de la absurda pretensión de “engañar a Dios”…, o de engañarse a sí mismos bajo el nombre de Dios. ¡Eso es lo que hace impura a la persona!, lo que falsea la religión.
             La conclusión de todo eso lo encierra Jesús en una frase final, que es la que recorre los siglos, la que nos abarca a nosotros…, la que nos obliga a mirar dentro de nosotros…: “Y COMO ÉSTAS, HACÉIS MUCHAS”. Yo no puedo nunca pasar por encima esa expresión de Jesús. Me lleva de inmediato el pensamiento a esa cantidad de modos externos, muchas veces también superficiales, que nada comprometen…, y que –sin embargo- vienen a constituir con cierta facilidad las “religiosidades” y “piedades” de más de uno, entre los que no me quedo fuera, como quien ve los toros desde la barrera. Con un poco de honradez espiritual podemos encontrar en nuestra vida que nos agarramos a costumbres “de siempre”, a piedades fáciles, a limosnas que nos dejan tranquilos…, y a diferentes expresiones que parecen religiosas y que, sin embargo, no están siguiendo el mandato de Dios…, e incluso lo están soslayando.
             Son “muchas cosas como éstas” a las que Jesús está mirando, y a las que nos invita ahora a mirar  nosotros, porque no pretende echárnosla en cara, pero sí quiere que seamos tan sinceros que nosotros mismos las descubramos y empecemos a tener el corazón puro, sin que se pierdan las fuerzas espirituales en bagatelas que saciarán, sí, el aspecto piadoso, pero que bien sabemos que no llegan a transformar formas personales y actitudes. Incluso algunos habrían de afrontar el claro engaño de andar orillando determinadas exigencias de la conciencia, queriendo seguir tal como venían haciendo…, sin afrontar la verdad, aunque al borde de zonas claramente opuestas a mandatos del Señor.
             Por supuesto que es más frecuente el engaño sutil…, el que pretende estar fundamentado en “la propia sinceridad”, pero que –visto desde fuera- deja cierto tufo de soberbia interior, de orgullos personales, de autodefensas de las posiciones adquiridas… Naturalmente esta labor de sinceridad es muy personal. Y hasta tendríamos que acabar con lo mismo de ayer: no se va a ver…, o se ve y no se sabe enfrentar…, o se sabe y no se tiene decisión de hacerlo… [la lucha con Dios los años enteros…], y es que tiene que haber ese TOQUE DE JESÚS, y ese dejarse tocar y desbancar por Jesús… Hay que estar en disposición para el momento en que eso ocurra.


             Nos ayude hoy la intercesión de Nuestra Señora de Lourdes, cuya fiesta celebramos.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad3:35 p. m.

    Al meditar en la fiesta de hoy NUESTRA SEÑORA DE LOURDES ,vemos cómo el Señor ha querido poner en manos de su Madre todas las verdaderas riquezas que nosotros imploraramos y que nos ha dejado en Ella el consuelo del que andamos tan necesitados.Con alegría vemos cómo a los santuarios de la Virgen se acercan personas de todo tipo y condición y se postran a sus pies.Quizá no se habrían acercado si no hubieran experimentado la debilidad,el dolor o la necesidad propia o ajena..
    Le decimos:SALUD DE LOS ENFERMOS,RUEGA POR NOSOTROS.

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