martes, 25 de febrero de 2014

25 fweb.: Miedos y paciencia

Se sentó otra vez
             No es la primera vez…, ni serían las únicas. Jesús es un derroche de paciencia. [Y yo pienso con amor que esa paciencia de Jesús nos vale; porque si Jesús se impacientara con las durezas de mollera nuestras, ¡pobres de nosotros!]. Pues bien: habían bajado del Tabor, había curado Jesús al niño enfermo y a la misma fe de aquel padre, y una vez retirados en casa, les había explicado a los Doce que hay “especies” que no podrán nunca salir si no es a base de una oración muy atenta que pueda ir moviendo las actitudes internas de cada uno.
             Ahora han caminado desde allí y han atravesado Galilea, pero lo más de incógnito posible porque Jesús iba enseñando a sus apóstoles y no quería que aquella “catequesis” suya quedara interrumpida. Y lo que les va enseñando es lo mismo que hacía poco ellos habían rechazado: que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará. No se había cambiado ni una coma del discurso que ya tuvo para indicar lo que es su misión y realidad mesiánica. Lo curioso es “que ellos no entendían nada”. Y más curioso que no se atrevían a preguntarle porque “les daba miedo”.
             La pregunta primera que se suscita es: miedo, ¿de qué? Y se me ocurre pensar que es el miedo de enfrentarse a la verdad. Miedo a preguntar porque les iba a comprometer. No preguntando, no les compromete aquello. ¿Miedo al Maestro?, porque Jesús se había enfadado mucho cuando Simón pretendió cambiarle el camino? Demasiado sabían –y tenían muy comprobado sobre la misma marcha, que Jesús no era de los que “guardaban”. Podían preguntar sin miedo…, pero sus pensamientos estaban tan lejos de los del Maestro que lo mejor era no hablar. Como quien dijera: vamos a dejar pasar el turbión.
             ¿Tendremos miedo a “preguntar” en sincera oración? ¿Nos dará miedo que esas afirmaciones de Jesús nos acaben comprometiendo y sacándonos de nuestras casillas? ¿Miedo a Jesús? ¡Poco lo conoceríamos! Me da el olfato que nuestros miedos son a que sea verdad eso de Jesús que padece y que quien quiera venir detrás de mí, tiene que controlarse a sí mismo, tomar su cruz y así seguirlo. Me da la impresión que nuestro miedo es a que “nos coja ese toro”…, y preferimos tener miedo para no echarnos a la arena.
             Claro… Mientras Jesús caminaba ellos –con “sus miedo- se fueron quedando atrás y entraron en sus eternas niñerías…, en su “cambiar la conversación”, en evitar plantearse la realidad… Jesús caminó delante y los dejó que ellos siguieran en sus conversaciones. Pero de seguro que captó algo en alguna de esas veces que las personas se exaltan y alzan la voz más de lo que hubieran querido.  Y Jesús dejó que siguieran en las suyas, y así llegaron a casa en Cafarnaúm.
             Allí fue donde Jesús les abordó: ¿De qué discutíais en el camino? No contestaron. Porque mientras Jesús les había hablado de su padecer, ellos habían preferido “beber para olvidar”…, y su “mosto” preferido era discutir sobre cuál de ellos era el mayor. O sea: absolutamente en las antípodas de Jesús. Cambio de conversación para no enfrentarse  a la verdad. [¿No nos suena como “táctica” fácil de emplear para huir de la verdad misma del evangelio?].
             Y Jesús se sentó… No era para menos… Había que volver a empezar, y tomar el agua desde otro venero. Repitió algo tan conocido ya como que quien quiera ser el primero que se haga el último. Difícil lección. Y Jesús utiliza el “audiovisual” de poner a un niño en medio, abrazarlo, y decirle a sus apóstoles: El que acoge a un niño como éste, me acoge a mí. O hay la sencilla candidez de un niño, o no se me entiende. O tenéis la simplicidad de un niño u os vais retorciendo la verdad para acomodarla a vuestra conveniencia. Y por tanto: u os hacéis tan blancos como un niño o no podréis entenderme…, no podréis acogerme.
Por consiguiente: si me acogéis a mí y mis palabras…, a mí con mi realidad, me estáis acogiendo de verdad y como soy y con la misión que traigo. Lo que quiere decir que acogéis a Dios, que me ha enviado. Acoger el proyecto de Jesús no es ya sólo lo visible de la cercanía amistosa de Jesús, sino estarse elevando al proyecto de Dios sobre cada persona.
Santiago hace una de sus exposiciones… La codicia (y ahí estaría aquello de querer ser el primero), os mata porque ni llegáis ni sois felices. Y con una extensión del sentido de la palabra en sí, llama adúlteros a quienes no han acogido esa enseñanza de Jesús. No porque haya un adulterio carnal sino por el adulterio interior que se hace respecto de Dios, cuando en vez de “acoger a Jesús y al que lo envió”, se vive escurriendo el hombro para eludir la exigencia que lleva consigo la fe cristiana.

Por eso recomienda Santiago la humildad, el saber someterse, el quedar atentos a Dios…, lo que es lo mismo que no hacer el juego a ese “demonio esclavizador” que empieza en el propio YO. Así, pues: acercaos a Dios y Dios se acercará a vosotros.

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