lunes, 17 de febrero de 2014

17 febrero: LA OTRA ORILLA

Fe y “otra orilla”
             Dos temas que están hoy en la liturgia del día. Hoy entra Santiago en la 1ª lectura. (1, 1-11). En lenguaje coloquial yo diría que Santiago viene a ser “el Papa Francisco” entre los otros escritores del Nuevo Testamento. Santiago es el que baja a la arena con un lenguaje muy del pueblo y con unos temas muy concretos. Hoy ha entrado con el tema de la fe. Sobre la fe se puede decir mucho y explicar muchas cosas, Santiago se limita a plantear que la fe no se pierde, y que quien crea estar en “crisis de fe”, pida con fe sin titubear. Parece un absurdo lo que está diciendo. Y sin embargo es la gran realidad. Dado que la fe es un don de Dios, y que Dios no se retracta de sus dones, quien cree estar con la fe debilitada, en crisis o perdida, debe tener el íntimo convencimiento de que su fe ha dejado siempre un rescoldo, que no se extingue, y que al menor vientecillo favorable emerge de nuevo. Por eso Santiago hace pedir con fe sin titubear al que se cree con su fe perdida (aunque parezca absurdo). Las “pruebas” que la vida pone deben experimentarse como el colmo de nuestra dicha, por cuanto que esa fe que está puesta a prueba, apretará “las carnes”…, dará mucho más aguante para poder llegar al final. E irá creando adultos maduros, íntegros, sin falta alguna.
             Santiago nos ha metido en el desafío. Podemos aceptar el reto.

             En el evangelio nos encontramos de nuevo con “la otra orilla”. Arranca, como casi siempre, tras un encuentro con los fariseos. Se han presentado con una vieja cantinela: pidiendo un signo del cielo…, con la intención de poner a prueba a Jesús;  o sea: para que Jesús “demuestre” que es el Mesías. La verdad es que Jesús está ya cansado de esto, y su respuesta es un “hondo suspiro”…, un sentimiento hondo de dolor y cansancio, porque ha hecho hasta aquí todo lo que ha hecho, y ha ido dejando obras mesiánicas maravillosas como reguero de su paso…, y todavía le están pidiendo el “signo del cielo”. Jesús expresa ahora en voz alta lo que lleva dentro su hondo suspiro…: “Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará otro signo a esta generación”.  Está visto que cada vez que Jesús designa a “esta generación” está refiriéndose a la mala actitud de aquellos recalcitrantes que no aceptan nada y lo piden todo.
             Y como ya no se les va a dar otro signo, ahí los deja y Él se retira. El Evangelio suele resolver el momento “pasando a la otra orilla”: embarcándose de nuevo, poniendo distancia, cambiando el chip de la situación. Y hoy me ha dado que pensar cuál es “la otra orilla”. ¿Necesita atravesar el lago? ¿Necesita realmente “embarcarse”? Y me quedo pensando si “la otra orilla” no es simplemente retirarse de  allí, no querer entrar en una conversación absurda, no aceptar aquella necia negativa a la verdad que estaba ante los ojos. Y naturalmente me quedo pensando en las veces que podemos nosotros provocar el “paso a la otra orilla”.
             Y aquí bifurco el tema en dos direcciones: podemos llegar a provocar el “hondo suspiro” en el Corazón de Cristo. Son muchas las veces que le podemos provocar ese “paso”, porque está diciéndonos tanto alguna palabra, que hay un momento en que “se hace el dormido”, “el huido”, el “embarcado a la otra orilla”, porque ya no basta que Él nos esté explicando. Quiere provocar en nosotros una parada, una reflexión, un cambio de dirección, un toque de alarma…, porque en la postura nuestra actual, no estamos en actitud de cambio.
             La otra dirección es la reacción que se suscita en uno cuando ve que el otro está cerrado en lo suyo y no da cancha para –siquiera- entrar en la duda de la propia postura. Ante una situación así, lo que se hace es “pasar a la otra orilla”… No va a haber “más signos”…; tal “generación” no va a sacar más de lo que se le ha dado.

             Se tome por donde se tome es para pensar a fondo. Lo más doloroso para alguien es encontrarse con el vacío…, toparse con esa reacción: “ahí te quedas”. El día que lo experimentamos como “víctimas” nos damos cuenta de lo duro que es que “el otro” viva en la otra orilla sin echar cuentas del que se quedó “aquí”. Pues eso mismo debe uno saberse plantear como riesgo cuando llega la luz y la humildad necesarias para darse cuenta que fui yo mismo quien lo provoqué. Que unas veces “me quedé aquí” para no complicarme “pasar allá”; y que otras veces me fui “allá” para evitar tener que mantener la situación que hay “aquí”.
             “La otra orilla” da mucho juego… Más de una vez podemos sentir que Jesús se nos embarcó “a la otra orilla”. Nos debemos preguntar “por qué”. Otras veces fuimos nosotros quienes nos subimos a la barca y nos marchamos para no oír la voz de Jesús que nos pedía algo…
             Y pasado a lo diario, ya he dicho lo que puede ocurrir cuando otros me dejan con la palabra en la boca, porque ellos están en lo suyo y poco le s interesa lo mío. Y lo que yo hago cuando soy yo quien les dejo “como cosa perdida” y me embarco en “mis cosas” que me gratifican más…

             Os invito a seguir haciendo juego con esta misma idea, y –sobre todo- a sacarle las aplicaciones que puedan ir más en positivo en adelante.

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