lunes, 3 de febrero de 2014

3 febrero: Lectura moderna

San Marcos en el siglo 21
             [5, 1-20]. En este tiempo Jesús llegó a la región de la corrupción. Apenas desembarcó, le salió al encuentro –desde el cementerio de muerte-  un hombre drogado. Ni con cadenas podía nadie sujetarlo; muchas veces lo habían intentado con técnicas de rehabilitación y desintoxicación, pero rompía todos los remedios, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día abobado y deambulando como alma en pena, y se pinchaba si parar, gritando como energúmeno cuando le venía el “mono”.
             Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se plantó delante con gesto amenazador y gritó: “Qué tienes tú que ver con  nosotros, Jesús, Dios…? Te lo pido: déjame tranquilo”. Jesús le preguntó: ¿Cómo te llamas?  - Me llamo “LEGIÓN”, porque aquí hay de todo.  Me llamo cannabis, cocaína, droga sintética, pornografía, abuso de sexo hasta salir por los ojos, negocio de la muerte, alteración y negativa de todo sentido y principio ético y moral…  Para resumirte: me llamo “mafia”, “corrupción”, “dinero”, “clínica abortiva” –con todos sus negocios adyacentes-. Me llamo “esclavitud”…, y si quieres llamarme por mi verdadero nombre, me llamo demonio.
             Jesús permitió un viento solano que arrasase en un santiamén los campos de cultivo de droga. Jesús dominó al demonio-Legión y le permitió que el propio demonio arrasase tanto mal…, tanta maldad…; que Beelzebul se hiciera la guerra a sí mismo y que entrara en guerra civil y se destruyese de modo que las páginas sucias de las redes sociales se aniquilasen a sí mismas por la competencia incompetente de las mafias…
             Y aquel pobre hombre, que era víctima hasta ese instante de tanta canalla dispersa bajo nombres diversos, se halló a sí mismo sereno, como quien sale de un coma y empieza a sentirse persona…, que ya no está enganchado a sus substancias fatales…, que ahora está vestido, sentado, en su sano juicio.
             Claro: aquellos campos ocultos y calcinados; aquellos creadores de muerte en sus clínicas de negocio, aquellos corruptos que vivían a costa de los inocentes, aquellas mafias de la suciedad…, se rebelaron. Habían perdido sus fuentes de ingresos. Salieron al encuentro de Jesús y –como no podían defender lo indefendible, lo pernicioso…- optaron por “las buenas formas” y le pidieron a Jesús que se ausentase de su territorio. Ni repararon en el hijo, el pariente, el amigo, el vecino que antes era una piltrafa y que ahora es un hombre. Y si repararon en él, era lo que menos le importaba. Lo urgente era alejar de allí a Jesús como enemigo número uno… Que Jesús se fuera…, que ellos volverían a empezar, no teniendo allí ese referente de la libertad y del bien.
             El que estuvo destruido por tantas maldades y que ahora era persona, vio el panorama y pretendió dejar aquel lugar de infierno humano e irse con Jesús y los hombres que le acompañaban.  Jesús no se lo permitió porque Jesús pensó que –ya que a Él lo mandaban fuera- alguien debía quedar como icono visible de lo que había ocurrido. Ese hombre podría siempre ser un grito contra todo lo que se cocía alrededor… Ese hombre, en medio de sus paisanos y parientes, podía ser quien representara una luz en medio de la oscuridad.
             Jesús se embarcó. Iba triste. No hay mayor tristeza que la de ver que ante una liberación tan llamativa, los poderes maléficos e infernales (esos se camuflan también en hombres y mujeres…; por eso el evangelio los llama: “espíritu inmundo”), rechacen la libertad que les trae la fe, el valor humano ético o moral… ¡Que rechacen y hasta se mofen o culpen a Dios!
             Porque, ¿qué impresión es la que salta primero a la vista cuando ve uno a los dos mil cerdos que se precipitan por el acantilado? ¿Cuál es el sentir primero ante esa permisión de Jesús de que los “demonios” pasasen a los cerdos (negocio prohibido en Israel)? Lo que no se ha parado ese tal que piensa o duda o incluso se escandaliza de la solución…, es que allí hay un hombre recuperado para la vida normal…; que era un desgraciado, un casi “bestia humana”, que ahora está redescubriendo la belleza del sol y de la vida, de la paz y de ser humano. En eso no se para la mirada cuando se ha escuchado esa historieta de los porquerizos que llegan a la aldea escandalizados…, y con el temor a los amos…
             Aquel pueblo tampoco tuvo atención al valor positivo, a la persona que había traído la paz a una criatura a la que antes todos temían. Y la solución fue pensar que Jesús está mejor lejos que cerca… Porque cuando está cerca nos está llevando al bien, al orden, a la alegría por la vida, a los principios evangélicos, a los valores espirituales, a la desintoxicación de muchas “drogas sintéticas” en las que nos desenvolvemos en nuestra vida diaria…  Lo fácil es pedirle que no nos molestes…, que si vas a entrar en nuestro territorio, nos dejes irnos a otro…, aunque ese otro pueda ser territorio fatal… Y cuando vuelven a crearse víctimas de esa nueva situación, acabar culpando a Jesús…, y rogarle entonces que se aleje Él. Y no es plantearse ellos si deben cambiar de actitud…  Sino que Dios desaparezca de su entorno… Que entonces serán los malditos libres esclavizados… (pero “a su gusto”), la juventud perdida, los matrimonios rotos, los hijos desgraciados, o ni dejados nacer, las familias destruidas por los hijos desenfrenados… Y todo ese capítulo que cada cual puede completar…

             Sí: Jesús se ha subido a la barca… Nos ha dejado un encargo: Vete a tu casa, a los tuyos, y anúnciales lo que ha hecho contigo Dios por su misericordia.

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