martes, 4 de febrero de 2014

4 feb.: Fe "a la carta"

Como tú has creído
             Dos por el precio de uno. A Jesus ha llegado un angustiado padre de familia, Jairo, Jefe de Sinagoga, y ha pedido muy detalladamente: “Ven, pon tus manos sobre mi niña moribunda, para que se cure y viva”. Y Jesús se ha puesto en camino hacia la casa de Jairo, tal como él ha creído que tenía que ser. Esa es su fe, y Jesús se adapta a esa fe: Irá, pondrá las manos… Jairo ha agradecido a Jesús que -tan de inmediato- haya puesto rumbo a su casa; sabe Jairo que su hija está en las últimas y que no se puede perder un instante.
             “Al otro lado”, con una muy diversa forma de fe, una pobre mujer con hemorragias que la tienen exhausta en su cuerpo y arruinada en su economía (por su gasto constante en los médicos, que –sin embargo- no llegaron a curarla), ha oído hablar de Jesús. Y con esa espontaneidad de quien todo le queda que esperar, decide una solución “secreta”: si ella llega a poder acercarse a Jesús y –sin más publicidad- rozar los vestidos de Jesús, quedará curada. Así de directa es su fe. Así de simple.
             Y pone su plan en ejecución. Las turbas caminan tras de Jesús, empujándose, queriendo todos estar más cerca. Y la mujer se mete en el tumulto, y a pesar de las protestas de muchos, se abre paso a codazos. Lo que menos le importa y menos le afecta ahora son las protestas o las críticas de otros. Tiene una convicción muy clara y va a buscar el modo de ejecutarla. Y llega a la primera fila, alarga la mano, como tantas otras personas hacían, y toca el manto de Jesús. Notó, como en un golpe de mano, que su hemorragia había cesado. Y con la misma prisa que había buscado la primera fila, ahora se detiene y deja que las gentes le adelanten… Ella está con los ojos cerrados ante ese gozo doble de haber podido alcanzar su objetivo…, y los efectos que ella había deseado: está curada.
             Lo que no se había dado cuenta es que la comitiva se había detenido. Que estaba todavía a pequeña distancia de Jesús, y que Jesús estaba mirando alrededor, buscando y preguntando: ¿Quién me ha tocado? Comprendo la perplejidad de aquellas gentes que en nada habían variado su modo de estar y actuar, y que ahora es cuando Jesús se da por “molesto” porque “le tocan”… Comprendo, cómo no, al buen Pedro que no sabe callarse y que le planta al Maestro el absurdo de la pregunta: Ves que todos te empujan ¿y preguntas quién me ha tocado?  No; no era absurdo. No confundía Jesús “empujar”, “apretujar”, ir en medio de una turba…, con algo muy distinto que se había dado allí: Alguien me ha TOCADO, porque de Mí ha salido una fuerza… 
La mujer se da cuenta de su situación. No ha pasado desapercibida. Y hasta teme haber sido imprudente y haber molestado al Maestro. Se acercó ahora temblorosa y asustada y contó brevemente su historia…, y que había quedado curada.  Jesús no estaba disgustado. Jesús miró con un inmenso cariño a aquella mujer y sintió emoción ante aquella fe… Y como Jesús hace siempre, remite el efecto positivo a la fe de ella: Hija; tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.  Yo pienso que la mujer ya no se fue. Quedó prendida en aquella mirada de Jesús y en aquella bondad y cercanía que le había mostrado.
Quien no estaba feliz era Jairo. Se estaban perdiendo unos minutos decisivos, y todo aquello le estaba haciendo daño. Y por su le faltaba poco en su ánimo hundido, el recado que le llega de su casa: No molestes ya al Maestro. La niña ha muerto. Jairo se derrumbó. No es que hubieran llegado más a tiempo sin el caso de la mujer. Pero ¿quién le quitaba de la cabeza que aquella mujer había hecho perder un tiempo esencial…?
Jesús vio el panorama; vio el dolor de aquel padre, las lágrimas que le caían, el gesto que le hace  a Jesús como quien dice: “Ya, ¿para qué?” Un sentimiento de fracaso, de derrota, de ocasión perdida… [Se me ocurre pensar cómo se hubiera desarrollado todo si en vez de ponerle a Jesús  “los pasos” para la curación de su hija, hubiera llegado con el centurión, al que le bastaba una sola palabra, en el instante mismo… Y veo que la vida de la fe es tan diversa…, y se desenvuelve de modo tan diverso…  La misma mujer que acaba de ser curada, llevó otro modo en su alma].
Tuvo Jesús que dirigirse a Jairo y advertirle una cosa: “no temas; basta que tengas fe”. ¿Qué significaba eso, cuando la niña ya había muerto? ¿Podría ser –pensó Jairo- que no ha muerto realmente? Otra cosa no se le ocurriría.  Para los que estuvieron cerca y escucharon todo esto, el interés y la curiosidad fue mucho mayor… Ahora pasaba de ser “ver una curación” a toparse con una imprevisible sorpresa.
La llegada a la casa de Jairo fue muy penosa. Las plañideras de oficio con sus llantos forzados y sus lamentos llamativos. Sabemos por otros lugares del Nuevo Testamento que podían estar a la puerta mostrando las ropas de la niña difunta, haciendo más macabra la escena. Se las mostraron a Jesús cuando llegaba. Y Jesús les dijo: La niña no está muerta. Duerme. Les llenó de indignación y se rieron de Jesús… [No quiero ni pensar los comentarios que pudieron surgir entre aquellas mujeres, cuando compruebo lo fácil que es hablar y juzgar y criticar…, sin tener más datos que los recibidos al paso]

Jesús entró con sus tres habituales, se dirigió a la madre, destrozada en su alma, y pidió que le condujeran al aposento de la niña. Se quedó Jesús un momento contemplando a aquella chiquilla… Luego le cogió la mano, pronunció unas palabras en arameo: “Contigo hablo, niña: levántate”. Un escalofrío y casi terror invadió a aquellos padres, que contenían el aliento. La niña se incorporó como aturdida. No sabía qué estaba pasando. Veía gentes desconocidas junto a su cama.  Luego, se puso en pie. Hubo un grito de admiración, que tuvo que trascender hacia afuera. Jesús tiene ese rasgo de su delicadeza de decirle a los padres que “le den de comer a la niña”, y –en medio de ese momento inexpresable- El se dirige con los suyos hacia la puerta y se va. Ahora las plañideras están absortas… ¿Será realmente que la niña no había muerto?  Jesús se fue perdiendo por el camino…

1 comentario:

  1. José Antonio7:14 p. m.

    Cada vez que medito y reflexiono este pasaje me atrae más la figura de la hemorroisa. Qué maravillosa lección de fe (que no superstición). Cómo hemos de aprender de Jairo y de la hemorroisa de esa fe ciega y absoluta en Jesús, si realmente alguno la tuviéramos con esa confianza y abandono en Cristo, "otro gallo cantaría".

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