martes, 24 de septiembre de 2013

Mi madre y mis hermanos

24 spbre.- Nuestra Señora de la Merced
             Casualmente el Evangelio de hoy [Lc 8, 19-21] tiene una referencia mariana, lo que yo aprovecho para resaltar la figura de María, felicitar a quienes llevan el hermoso nombre de María de la Mercedes, pedir por ese trozo de España que tiene a La Mercé como su Patrona, y pedir al Señor por el nuevo buen camino de cuantos hoy en las cárceles van a vivir la fiesta de su Patrona.
             Por lo que respecta al texto evangélico, tenemos dos escenarios Jesús que está en su labor mesiánica y magisterial, enseñando, mientras escuchas tantas personas en corro que le tienen completamente rodeado. Ya es un dato a tener en cuenta porque supone el atractivo que llevaba Jesú en su Persona y en su enseñanza.  Otro escenario se desenvuelve fuera de ese grupo, y lo constituyen los familiares de Jesús, con quienes viene María, la Madre.
             Jesús estaba en lo que estaba. Y estaba en la realización del proyecto que Dios le ha encomendado. Vive ahora mismo al margen de toda otra cosa, porque si está en donde tiene que estar –según los caminos de Dios- lo demás es accesorio.
             Los parientes de Jesús no saben de esas filigranas de la voluntad de Dios como lo primero, aunque –como buenos israelitas sabían de memoria el primer mandamiento. Entonces, cuando llegan al lugar donde está Jesús y lo vislumbran (pero no pueden acceder a Él por el gentío), irrumpen en la labor de Jesús de otra manera: enviándole un recado: Están aquí afuera tu madre y tu familia, y quieren verte.  Creo de verdad que María estaba al margen de eso. A ella la habían invitado los familiares con el señuelo de ver a Jesús. A María le hace ilusión –evidentemente- ver a su Hijo, pero a Ella no se le ocurriría entrometerse en la labor que Él realiza. Y aquel “recado” se hace sin contar con Ella.
             La respuesta de Jesús es la que se podría esperar: Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la Palabra de Dios y la viven.  Ya era un bien mensaje a favor de su madre, y una respuesta clara a los parientes, que por segunda vez se entrometían en su misión.
             Y es que tengo para mí (sin que aduzca pruebas bíblicas ni exegéticas ni de autoridad de entendidos…, sino como una corazonada), que estamos ante los mismos parientes que vivieron ya antes con cierto escándalo sobre Jesús.  Aquellos familiares, ajenos a la mesianidad de su deudo, han observado cómo “se mete en camisa de once varas”, se indispone con los fariseos (o más bien, ellos con Él), se están creando tensiones y peligros sobre su persona, y los celosos familiares pretenden llevarse a Jesús al pueblo, como persona que ha perdido el jucio…, que no está en sus cabales. Lo consideran un “iluminado”, uno más de esos falsos profetas que surgían con tanta frecuencia… Y piensan que es el momento de llevárselo (dive el texto: arrebatarlo de allí).
             No les salió su intento. Jesús se deshizo de aquello de la mejor manera posible y siguió yendo de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, enseñando el Reino de Dios, y curando toda enfermedad y dolencia porque la mano de Dios estaba con Él.
             Pero los parientes no se han dado por vencidos. Han “invitado” a María, la Madre, a ir con ellos, aunque María está muy lejos de imaginar esos planes. Ella, la que dio el decisivo a Dios, no era ahora un cebo para apartar a Jesús de su propio Sí: Aquí estoy para hacer tu voluntad.
             Cuando Jesús continuó con su corro de oyentes, a Ella le resultó lo más natural: realizaba su labor. Ellos, familia y Ella misma, podían esperar con toda la parsimonia de un oriental.  Y cuando Jesús acabó su enseñanza, vino a su Madre, con su mejor cariño. Saludo con afecto a los familiares pero se dedicó más a su Madre, que estaba en la órbita del Reino. Fácil les fue a los parientes comprender que se habían equivocado con María… Podían ver que María y Jesús vivían en otra dimensión de la de ellos. Y pienso que pudieron captar que la “locura” de su pariente no era la que ellos imaginaron. Que también María encajaba en ese grupo de los que han perdido el juicio (el juicio según lo humano), y que –con ser tan Madre- en ningún momento interfiere en la obra de su Hijo. Es ese otro juicio de la locura por Dios, que ya se remonta a unas alturas en las que los parientes no estaban, ni comprendían.  Aunque podría ser que ahora tuvieran la ocasión para empezar a pensar que la vida es más que lo que da en sí las prudencias y “equilibrios” de la vida… Que quien se va adentrando en las cosas de Dios, tiene ya otra lógica muy diferente…: la de escuchar la Palabra de Dios y vivirla.

             En la actualidad vivo una experiencia muy peculiar. Muchos quieren quitarme trabajo y esfuerzo… Me sacan –aunque fuera de contexto- una frase de san Ignacio, mi Fundador y Maestro en la Compañía de Jesús que recomienda –para evitar excesos celosos apostólicos- “hacer lo que cómodamente se puede llevar”. [Y la expresión “cómodo en San Ignacio está muy lejos de la “comodidad”].  Pero para no discutir sobre palabras, a mí me sirve más –y lleve a donde lleve- la otra palabra de Pablo: me gastaré y me desgastaré por el bien de mis hermanos.  La “comodidad” la espero en el momento en que sea Dios mismo quien me la otorgue.

1 comentario:

  1. José Antonio8:57 p. m.

    Comparto plenamente sus últimas palabras. Anhelo al final de mi vida (cuando Dios quiera que llegue), seguir en la cotidianidad de las tareas (siempre desde la aceptación de las limitaciones biológicas, que no eximen de seguir "dando frutos") y máxime, si son para el bien de los hermanos (me ha gustado mucho ese "lleve a donde lleve"). Me ha recordado esas expresiones que calaron en mi del ámbito salesiano y, que he visto y vivido con religiosos, Don Bosco, decía "Trabajo, Trabajo, Trabajo", e igualmente decía a sus salesianos que... "Descansar, en el Paraiso". ¿Qué mejor modelo de vida para ofrecer al Señor, cuando llegamos al ocaso de nuestras vidas?

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