jueves, 26 de septiembre de 2013

Herodes y sus espantos

26 spbre.- LA CONCIENCIA
             Otro evangelio sin mucho recorrido en sí mismo (Lc 9, 7-9): Herodes oye hablar cosas extraordinarias –las que hacía Jesús- y como su conciencia no le deja tranquilo, llega a pensar si habrá resucitado Juan Bautista, a quien decapitó él.  Es lo primero que se le viene a la mente, precisamente porque fue su felonía más llamativa y atroz. Y la imagen tétrica de la cabeza sangrante sobre una bandeja, no podía haberle dejado impávido.  Y si no es Juan, puede ser un Profeta antiguo. Sea como sea, un profeta no vendría a la vida si no es para un enfrentamiento de Herodes con su propia conciencia. En su terror interno, deseaba ver a ese “fantasma” porque al menos lo tendría delante y sabría quién era y para qué venía.  En ningún momento presenta una reacción de su conciencia. Está atormentado, sí, y está receloso. Pero no se adentra más.
             Creo que es llegado el momento de hablar de LA CONCIENCIA. Por simplificar una explicación que esté al alcance de cualquiera, la conciencia es el espejo que refleja a Dios en el corazón de cada persona.  Todos hemos jugado con un espejo que proyecta el rayo de luz sobre alguna persona (generalmente sobre su rostro, para deslumbrarla). Pues la conciencia toma ese destello profundo de la verdad de Dios y la refleja en el corazón de la persona, iluminándola. Por eso una conciencia bien formada es la que va contrastando con Dios lo que es bueno o malo, y va haciendo lo bueno. Vive en paz. Refleja la verdad de Dios. Refleja a Dios.  Y puede ser conciencia errónea –pero sana- en la medida de una mala formación, un concepto falso que toma uno por verdadero (voy de caza y creo ciertamente que aquello que se mueve entre matojos es un animal, y disparo. Resulta que –en realidad- era un hombre). No hay culpa.
             Sí la hay cuando es error culpable: que puedo salir del error pero prefiero no investigar. ¿Es domingo o no?  No pregunto y así me quedo libre de otras obligaciones.  En esa duda era obligatorio salir de ella antes de actuar.
             La conciencia que no se cultiva, a la que no se atiende, a la que se le pasa por alto, a la que se le da por supuesta…, acaba adormeciéndose…, acorchándose…, atrofiándose. Una expresión que parece acuñada para quienes han dejado de atender a su conciencia mediante el Sacramento de la Penitencia [confesión frecuente] es: No sé por dónde empezar. Y es fiel reflejo de la realidad. Se ha enmarañado tanto el ovillo, que no hay cabo del que tirar. Consecuentemente, no hay cabo por donde empezar a buscar, a profundizar, a corregir. No es solución la que proponen algunos: “pregúnteme Vd.”, porque apenas puede adelantarse algo, porque –por hipótesis- es una conciencia sin reacción, a base de no haberla atendido a tiempo. Y puede llegarse al embrutecimiento. Ese que se palpa en la persona rústica de conciencia, incapaz de reflexión y de adentrarse en su vida. Con comer y sobrevivir ya ha cubierto todo. Ni sabe por dónde empezar, y ni siquiera ve que haya que empezar… Se ha roto el espejo.
             Tiene sus “formas menores” en quienes son incapaces de rumiar a solas, de valorar sus actos u omisiones, de pensar que “tó er mundo e güeno”…, empezando por esa postiza bondad de sí mismo. Bastaría pararse con una suficiente reflexión sobre los detalles de finura que gustan a Dios para, que pueda uno ir afinando su propia respuesta. Incluso saben captar en su entorno natural cómo es valorada su manera de ser y de hacer. Y cuando se toma en cuenta, uno descubre que alguna mota pude quitar. Eso es lo que distingue al santo del vulgar, al de conciencia fina y conciencia “gruesa”.
             En conciencia gruesa o, por el contrario escrupulosa también se puede pensar. Herodes no era “escrupuloso”. Estaba atormentado por su mala acción. Temía por sí. Para nada miraba a Dios. Ni siquiera puede decirse que era “grueso de conciencia”: era un tirano, un oportunista, un vicioso, uno que vive la vida para su conveniencia. Los terrores vienen por otro lado: por el propio egoísmo, por el temor de lo que le puede pasar a él.
             En la conciencia gruesa con no robar y no matar a mano armada ya se ha hecho todo. Cuela todo lo demás. “No hago mal a nadie” (lo cual es totalmente falso). Lo que pasa es que hace “lo que le da la gana” y lo reviste de “actúo según mi conciencia” (pero ahí no hay nada de ese espejo del que hablamos al principio. Simplemente se vive de inconsciencia, apetencias, goces…  Muy actual. Sencillamente porque no sólo no hay espejo. ¡Es que se ha quitado de en medio a Dios!, y no hay nada que reflejar.

             Y no es mejor el escrupuloso porque también ha sustituido a Dios por su enfermiza seguridad. El escrupuloso jamás se queda tranquilo. Como no mira a Dios (al Dios verdadero) sino al Dios condenador y policía, su labor es “barrer” su “conciencia” hasta que no quede pelusa alguna en la que Dios pueda tener motivos para condenar su alma. Lo que pasa es que jamás cree tener barrido el último pelo. Y vive repitiendo su barrer y en temores patológicos de no estar nunca barrido. También ellos perdieron la conciencia. Y la perdieron porque perdieron al Dios verdadero y ni confían en Dios, ni Dios es EL SALVADOR, ni Dios tiene poder para perdonarles su pecado.  Ellos tienen que “salvarse a sí mismos”…, y evidentemente nunca se ven salvados. Ni atienden ni hacen caso al que les puede orientar y abrir el alma.  [Destino: psiquiatra…, y sin remedio].

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