miércoles, 4 de septiembre de 2013

4 sptbre.:- Sanar por la oración

4 sptbre: Una jornada de Jesús
             Con la visita de Jesús a la sinagoga de Cafarnaúm (que vimos ayer), se ha comenzado una jornada completa de Jesús, que durará sin interrupción hasta la mañana siguiente. Y tiene su encanto poder seguir a Jesús en los diversos momentos de esas 24 horas.
             Salió de la sinagoga. Muy cerca estaba la casa de Simón, y fue llevado hasta allí. La suegra de Simón estaba en cama con una fiebre muy alta. Y Simón se lo dijo a Jesús y le rogó a favor de ella. Jesús pasó a la habitación, “increpó a la fiebre, y se le pasó”. Dicho así, queda muy frio. Sería la acción de un poderoso taumaturgo. Pero con esa narración así, era un episodio sin alma.  Por eso podemos estar bien seguros de que no fue de esa manera. Al acercarse Jesús a la cama de la enferma, ya lleva en su rostro una sonrisa que infunde confianza y cercanía. Luego vienen esas palabras de interés por saber qué siente, cómo se encuentra… La respuesta de la maltrecha pobre mujer que tiene encima el consabido “trancazo” (que nosotros diríamos). Y Jesús le toma la mano…, le bromea…, se interesa por otros aspectos…, y crea esa fuerza y calor humano que –en el fondo- es parte importante de la curación.  El calor de aquella mano de Jesús trasmite a la enferma una sentir que se consolida su cuerpo…, que se siente bien…, que se incorpora..., y que está dispuesta levantarse.  Jesús le vuelve a bromear y sale de la habitación.
             Departía Jesús con Simón y Andrés, que serían los únicos presentes a en ese momento. A poco, salió la buena mujer que, con nuevo ánimo y fuerzas, pregunta a Jesús qué le puede apetecer comer… Lo tiene de invitado y además ha sido “su médico” muy eficaz.  Ella se retira hacia la puerta para hacerse de los elementos para fraguar un almuerzo, y se topa pronto con vecinas que –con extrañeza- la ven sana y sin secuelas de una gripe recién pasada.  Y ya podemos imaginar lo que es ese revuelo de mujeres admiradas, que se cuentan aquellas novedades…, y que –por lógica- empiezan a interesarle a muchas y a familias que tienen enfermos, tullidos, y hasta posesos.  Lo que la mujer curada está contando, tiene para muchas de las mujeres que escuchan una segunda lectura interesada. No era sólo que la suegra de Simón había sido curada, sino que tantos otros del barrio estaban igualmente necesitados.
             La suegra de Simón se puso a la cocina, aderezó un almuerzo para aquellos hombres –ella comía aparte, por más que Jesús le insistió que se viniera con ellos-, y la mujer servía. Alabó Jesús el guiso que había presentado… Y transcurrió aquel tiempo con un clima alegre y feliz. Luego aprovechó Jesús la sobremesa para ir perfilando aspectos de su misión y que se trataba del Reino de Dios… Un rato muy agradable y muy provechoso para unos hombres que habían dejado todo para emprender la “aventura” de Jesús.
             Era ya la caída de la tarde… Mientras ellos habían conversado, el barrio se había movilizado con sus enfermos por delante, y se habían situado a la entrada de la casa. Avisaron a Jesús lo que le esperaba fuera. Y Jesús salió a ellos, gozoso y compasivo. Porque le habían situado las camillas y parihuelas delante, con los enfermos.  Y Jesús no quedaba impasible ante ellos. Se dirigió a cada uno; a cada cual le fue tomando la mano… Salía de Él una fuerza de sanación…,y aquellos enfermos iban poniéndose en pie, apoyados en la misma mano de Jesús, mano fuerte que les daba seguridad para poder erguirse y sentir que sus pies y piernas se habían consolidado.
             También los otros enfermos… Y entre ellos, esos que sufrían más allá de lo que es una enfermedad como tal: los que se sentían esclavizados y disminuidos en su realidad humana, por causa de una posesión diabólica. A esos malos espíritus les mandaba Jesús salir, y aquellos posesos sentían como un volver a vivir, un hallarse ante una vida nueva que ya habían perdido.
             Luego vino el momento de dirigirse a toda la gente. Era también una sanación de las almas…, una fuerza de nueva salud que entraba desde la fuerza de la Palabra de Jesús, y que admiraba y removía. Y es que en el fondo, no era sólo la curación de los cuerpos a lo que vino Jesús, sino a abrir el alma a una conversión que miraba hacia el Reino de Dios, que es lo que Él venía a traer.
             Ya anocheciendo, despidió Jesús a la gente y se retiró al interior. En la hora del sueño se acomodaron, guardándose Jesús el lugar más cercano a la puerta.  Durmieron. Jesús también.  Pero su Corazón velaba y antes de la madrugada salió sigilosamente y se fue al descampado cercano porque quedaba esa pare esencial de su misión que eran los tiempos de oración y comunicación con Dios. Allí se pasó un largo tiempo, buscando en el Corazón de Dios los proyectos que quería comunicarle su Dios.
             Cuando despertaron Andrés, Simón, la suegra…, descubrieron que Jesús no estaba. La puerta de la calle entreabierta delataba que había salido. Lo buscó Simón, al par que ya se habían ido viniendo algunas personas que tenían gusto de seguir escuchándolo… Encuentra Simón a Jesús y le dice: Todo el mundo te busca.  Y Jesús responde: Vamos a otro sitio, porque para eso me han enviado.  Ahí estaba la clave y la sanación más importante: que Dios tiene una Palabra que decir, y que eso mismo está diciendo la trascendental importancia que tiene ponerse a orar a solas y con el corazón volcado a la escucha de ese “nuevo proyecto” sobre mí…

             

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