miércoles, 18 de septiembre de 2013

18 spbre: Bailes y duelos

“Ni con ni sin”
             Estoy encargado de recibir, atender y ayudar a las parejas que piden boda en nuestra Iglesia del Sagrado Corazón. En mi contacto con ellas busco, primeramente, que tengan un encuentro plácido, sereno y agradable “con la gente de iglesia”, que –desgraciadamente- somos vistos con recelo en múltiples ocasiones. Y no digamos en este momento de la historia en la que se ha procurado borrar del mapa la acción de la Iglesia y de los que ejercemos en ella el ministerio.  Sin embargo queda aún en una mayoría de esas parejas una forma de fe que podría sintetizarse en el deseo de “casarse ante Dios”. Precisamente porque hay que ir llegando a esos aspectos, y favorecerlos o aclararlos…, envío por delante un cuestionario (con mucha antelación a la boda) en el que pregunto si quieren la boda con Misa o sin Misa.  Y no hace demasiado tiempo me topé con una respuesta que me dejaba fuera de juego.  Decía: ”Ni con ni sin”. Podéis comprender mi perplejidad. De modo que cuando nos sentamos a preparar ¿la boda?, mi pregunta seca fue: ¿Qué es lo que queréis?  Porque la respuesta en sí era sencillamente que no querían boda.  Y no podía ser eso tan claro, puesto que estaban aquí para prepararla. He de dar la solución final para sosiego de los lectores: aquella respuesta estaba dada con la boda tan lejana que no sabían ni lo que iban a acabar queriendo, pero se habían preparado bastante bien a través de Internet, y venían mucho mejor que otros que confiesan su fe a machamartillo…, y luego la cosa es muy diferente.
             Os he contado esta anécdota (aquí con final feliz) a propósito del evangelio de Lc 7, 31-35: Jesús se pregunta a qué se parece aquella generación de personas religiosas que tiene delante, fariseos a la cabeza: qué es lo que queréis… “¿A quién os compararé?”  Jesús se responde que tendría que compararlos con niños displicentes, aburridos, desganados, a los que le gritan otros niños: “Os tocamos la flauta y no bailáis; cantamos lamentaciones y no lloráis”…
             Y Jesús aplica: ni habéis aceptado a Juan Bautista, hombre exigente, recio, de predicación austera…, y con una vida mortificada y dura. Llegáis a pensar que “tiene demonio”. Pero tampoco aceptáis mi predicación abierta, amplia de horizontes, colmada de misericordia…, y me tildáis de comilón y borracho porque acepto la llamada de quien quiere invitarme. ¿Qué salida me queda?, puede preguntar el Señor.
             Aparte de lo que eso se pudiera aplicar a los extremistas de uno y otro signo, siempre displicentes, que ni bailan ni dejan bailar; ni lloran ni dejan llorar… (nostálgicos, detallistas de la minucia, aferrados al pasado y las costumbres de siempre…; y al otro lado los “inventores” de una “iglesia” a su medida, que les dé la razón o que quede como monolito inalterable…), yo quiero prescindir de toso eso porque mi planteamiento quiere siempre pisar tierra y no perderme en aquello que se decía en teología: “cuestiones de pelos de cabra”.
             Me preocupa la “gente normal”, la que busca y la que duda, la que pregunta y la que no quiere más que “su respuesta”, los “creyentes” sin sacramentos, y los de rezos a secas y promesas y banderas;  y los comprometidos en una fe de la Iglesia, lo mismo en lo que se ha de mantener incólume, que lo que ha de avanzar necesariamente para seguir siendo Iglesia que sirve y ayuda y sabe que no vive en una urna de cristal.
             Me preocupan los que tienen siempre a flor de labios la palabra que “califica”, que van buscando el mosquito, que critican, que enjuician, que no se bajan de su burro, que parecen estar sobre el bien y el mal.  Me preocupa porque eso significa que “yo no soy como los demás: borrachos, ladrones, adúlteros…; que yo pago mis impuestos y doy mis limosnas”. Me preocupa una visión “de lo demás” [todo lo demás, que no es el propio YO], que deja siempre el atisbo de crítica, sea porque bailan, sea porque lloran…, o porque ni bailan ni lloran.  Cazadores de displicencias para malo o para mejor. Encerrados en su propia burbuja…, pero con lengua de camaleón para dispararla contra “su víctima” a miles de kilómetros por segundo. Me sirve mucho esa expresión tan “despistante” del “ni con ni sin”, porque es como un estereotipo de muchísimas personas.
             Como Jesús en aquella ocasión, su expresión triste es como decir: “¿qué puedo hacer o qué puedo deciros?”  ¿Cómo se entiende una vida de fe que no encuentra campo de  aterrizaje, más que el “propio”…, porque todos los demás campos tienen defectos y deben ser ellos los que corrijan?
             Imaginad una obra de reparación y mejora de un edificio. Por fas o nefas la cosa sale con muchas goteras. Y nadie tiene la culpa; nadie la asume. El dueño contra el responsable mayor; el responsable contra el técnico, el técnico contra el contratista, el contratista contra los ejecutores materiales, los ejecutores acusan a los otros gremios de ejecutores, y del conjunto salen todos peleados y sin querer ni verse.
             ¿Ahora, qué?  Os tocamos la flauta y no bailasteis; os tocamos a duelo y no llorasteis…  De verdad que esas palabras de Jesús se clavan dentro porque comprende uno el descorazonamiento que podía producirle tal situación… Ni con ni sin… ¿Qué es lo que queremos?

             La solución, muy en los adentros.

2 comentarios:

  1. Anónimo3:09 p. m.

    ”Ni con ni sin” significa que no saben lo que quieren porque no saben lo que significa una boda, ni una Misa. ¿Y por qué no lo saben? ¿Y quién se lo dará a conocer?

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  2. José Andrés.9:10 p. m.

    ¡Buenísima la imagen de la lengua del camaleón!

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