domingo, 22 de septiembre de 2013

Insistencia en lo menudo.

Domingo 25-C  (22 sptbre)
             La construcción de lecturas de este domingo nos dejan clara cuál es la finalidad del liturgista que las ha elegido. De tal manera que se puede omitir en el Evangelio lo que muchos considerarían “cuerpo central” la parábola-, que de seguro será hoy lo que más se explique. Sin embargo, el que tome el conjunto de la 1ª lectura y el Evangelio (que son los que marcan el tema), puede encontrar una decidida intención de ponernos ante el valor que lo pequeño, en la mirada de Dios.
             En el profeta Amós (1ª lectura: 8, 4-7) la queja de Dios es la avaricia del rico que despoja al necesitado; que el rico siempre quiere más y con más ventajas; que le molesta la fiesta que le impide su negocio. Y que abusa del pobre, al que engaña con un par de sandalias para contentarlo.
             Si tradujéramos a un lenguaje en positivo y actual, lo que Dios está pidiendo es el detalle del que no se queda en lo solamente “justo” y legal, sino que va más allá. Más de un hogar puede parecer plácido y tranquilo. Ya se han acomodado las personas. Pero ¿realmente mira cada una al detalle que puede hacer más agradable esa convivencia? Aquel matrimonio al que no les faltaba ninguna comodidad, ningún deseo que se expresara… Y sin embargo el dolor de la pareja era la falta de cercanía y de ternura por parte del otro.  Muchas veces tendríamos que plantearnos no tanto el hecho de nuestras obligaciones cumplidas sino de las delicadezas y detalles tenidos (o no tenidos).
             Por eso puede omitirse tranquilamente la parábola e ir por derecho al mensaje que Cristo pretendía: El que es de fiar en lo menudo, será de fiar en lo importante. El que es honrado en lo poco, también será honrado en lo importante.  De ahí pasa, como en un mismo tema, a la honradez con el dinero, como un símbolo de “algo” a lo que se pegan las manos… Y concluye, en frase profunda, que no se puede servir a dos señores; no se puede servir a Dios y al dinero.
             Pero, cuando no hay dinero, sino el que se necesita, ¿también Jesús plantea el dilema de “o Dios o el dinero”. Ahí hemos de descubrir el fondo. Lo malo del dinero no es la moneda en sí, sino cómo se pega a las manos, cómo se presta al abuso, cómo se cree superior quien posee dinero. Al final no es el “dinero” como protagonista, sino la persona que lo maneja… En definitiva, la peligrosa moneda que se hace enemiga de Dios lleva el nombre propio de una persona…  El rival más peligroso de Dios es EL YO. Quien rinde culto al YO, quien se ve superior, quien da la última palabra, el que se escuda en la falta de tiempo…, el que maneja los detalles de la vida, y la misma vida de las personas, es EL YO MISMO. El YO que ha fijado una pauta de vida en la que él se ha hecho “regla”, “metro patrón”.
             ¿Cómo es un hogar donde alguien se ha erigido en “aquí se hace o que diga? ¿Cómo es un lugar de trabajo en el que el jefe es el factótum que decide todo a su manera? ¿Cómo se convive en paz con el joven que se impone y no hay quien pueda expresarle la existencia de otros valores?  Y no estoy hablando de “gente mala”, tiránica, sin conciencia.  Me dirijo a los que vivimos una fe… La pregunta es si bajamos a los detalles y finuras que debe implicar esa fe; si nos decidimos a buscar más detallosamente lo que más agrada a Dios…, o sencillamente lo que es más fino y delicado con quienes están a nuestro lado…, lo que posiblemente les haría más felices. Eso supone finura de alma…, alejamiento del “falso principio del YO”.
             Pablo escribe a Timoteo que haga plegarias por los gobernantes y los pobres, por los que mandan y los que debemos seguir unas pautas cívicas, de manera que pueda llevarse una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro; eso es bueno y agradable a Dios.  Y lo motiva en el hecho universal de que Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. [Una observación: “que todos los hombres se salven” no es que “no se condenen”; para Pablo la salvación es plenitud de vida; ¡que para eso Dios envió a su Hijo!  Y la “plenitud de vida” presupone el detalle de lo menudo, de lo pequeño, que se toma en cuenta para CRECER de verdad.
             Para que al hacer vida esta insistencia en “lo menudo” seamos personas que podemos vivir unidas, sin “el vil dinero del “tuyo y el mío” [el YO]”, y con ello demos valor auténtico a la comunión…, común unión, en la que desaparece el sentido del YO personal para fundirse en el YO DE JESÚS. Y que –como Él- más que el hecho de no hacer el mal (que no lo hizo), pone su acento en hacer lo que agrada al Padre…, en ahondar en la perfección de lo menudo…, porque entonces seremos de fiar en lo más importante.


                “Lo menudo” tiene que estudiarse en el interior personal; nadie puede determinar “lo menudo” del otro ante Dios.  A veces “lo menudo” es lo que alguien nos dice de paso y, quizá nos molesta; la frase que se le escapa al otro en un momento acalorado, y que puede ser –muy bien- ese detalle que no advirtió o no le daba importancia uno…, pero que –de hecho- había quedado ahí en el fondo de la otra persona, y por ello lo ha lanzado con cierto tono de disgusto, displicencia o agresividad. ¡No despreciemos esas oportunidades para afinar nuestro propio conocimiento!

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