lunes, 2 de septiembre de 2013

2 sptbre: EL RECHAZO DEL PROFETA

2 spbre: Mirar a María, Madre   (Lc 4)
             El evangelio que nos ofrece hoy este lunes es uno de los que considero como más vivos en toda la relación de hechos evangélicos. Porque tiene ya una connotación emotiva muy grande, pues es el momento en que Jesús vuelve por primera vez a su pueblo y a su casa. Porque viene investido de un halo especial porque ya ha hecho milagros en los alrededores, y porque el sábado ocupa Él la cátedra en la Sinagoga.
             A su llegada al pueblo podemos imaginar todos los parabienes que recibe, la admiración que levanta, el deseo de todos de saludarlo e incluso preguntarle, llenar su curiosidad.  Poco le dejaban conversar con su Madre en aquella casita de tantos y tantos recuerdos.
             Y llegó el sábado, le ofrecieron la cátedra y vino a tocar aquella frase de Isaías: El Espíritu del señor sobre mí; me ha enviado para predicar la buena Nueva de salvación: para dar la vista a los ciegos, el habla a los mudos, el oír a los sordos, la vida a los muertos. Y para proclamar el AÑO DE GRACIA del Señor. [Una “coma” antes, había un versículo que expresaba “venganza”. Lo omitió Jesús).
             Dejó el pergamino, se sentó…; se sentaron los demás… Y comienza la gran primera homilía que se ha tenido en la vida, porque en vez de empezar con predicaciones, sencillamente aplica la Palabra a la realidad: Él mismo. Y traspasando lo que es Palabra, dice: HOY SE CUMPLE EN MÍ esta Palabra.  Dice el texto de San Lucas que los ojos de todos estaban fijos en Él; así como que algo les había admirado: que sólo había leído las palabras de Gracia…, que un hombre, su paisano, se había atrevido a omitir una frase de la Escritura.  Tanta mayor expectación, porque allí se vislumbra Alguien distinto del que salió.
             Hasta que surge el reventador de turno, el que sólo ve la media botella vacía, el listillo del pueblo…, y con la hipocresía del que tira la piedra y esconde la mano, deja por allí una voz como quien no dice nada: ¿No es éste acaso el hijo del carpintero?  ¿No es uno cualquiera de nosotros? ¿No ha salido de aquí, de este pueblo, y conocemos a toda su parentela?  Y como la crítica o el comentario de mala idea, tiene su eco especial, debió alterarse el cotarro y pasar de la admiración al despecho.
             Jesús lo ve inmediatamente y expresa su sentir: Ya está sabido, que ningún profeta es reconocido en su patria y entre los suyos. Y para llamarles la atención de lo que eso puede significar, les pone dos ejemplos de dos paganos (ajenos al Dios Yawhé) que fueron capaces de acoger a los profetas y, en consecuencia, obtener los favores del Dios de Israel. Y lo que habían empezado a alterarse, se convirtió ya en agresividad manifiesta,
             Jesús hubo de salir se la sinagoga porque vio que la situación se había puesto peligrosa. Se salió para quitar fuego a la cosa, pero hubo un grupo que contagió a otros y salieron tras Él. En principio, imagino, que sólo con esa intención de enfrentarse y quizás zarandearlo y pegarle. Pero al correr Jesús hacia las afueras –donde estaba el montículo de Nazaret- lo que se les pasa por la mente es llevarlo arriba y despeñarlo.
             María salió también ante aquel tumulto y gritaba a la gente para que se apaciguara. Habría quienes le harían caso, y hasta influyeran en enfriar los ánimos. Pero un grupo seguía y perseguía… Se iban quedando muchos por el camino porque el tiempo y el aire fresco les iba amainando aquellos fuegos de venganza… Quedaba en el intento un grupo de gentes, ya muy reducido.  Jesús había ganado varios metros a sus perseguidores, y en este momento se detiene y se vuelve a ellos y se es queda mirando conforme viene.  Los conoce a todos. Les está viendo la cara a todos. Ellos ven a ese Jesús que siempre fue bueno y admirado. Y acaban por detenerse y –quizás- a algunos gestos amenazantes, que se van apaciguando porque ya no es “la masa” sino personas con sus nombres, sus recíproco conocimiento unos de otros.
             Jesús entonces se viene hacia ellos pero no les dice nada. Ellos tampoco. En el fondo están avergonzados. Y Jesús se dirige hacia la salida del pueblo. Y el evangelista, con una expresión que realmente es espantosa por lo que significa, dice:  Y se alejaba. [No tendría más significado si se hubiera escrito el original griego con otro tiempo y modo verbal. Pero el que utiliza Lucas –un aoristo- lleva encerrada en sí la idea del “para siempre”.
             No me resigno a acercarme a la Virgen, que bien conoce a Jesús, y puede casi intuir las consecuencias de aquel gesto. Y ahora podría María ir viendo pasar a las gentes que habían provocado todo aquello, y querría preguntarles: ¿pero es que se os han olvidado tantas cosas buenas que vivisteis junto a Él? ¿Es que no habéis jugado o trabajado codo con codo con Él? ¿No he estado en vuestras casas y a muchos de vosotros casi que os he criado? ¿Es que se pierde de pronto todo el recuerdo de lo vivido, y se llega a pretender hacer daño a quien siempre lo hizo bien con todos?
             María se retiró a su casa. Llevaba pena.  Pero pensaba que Jesús había hecho lo que tenía que hacer, lo mismo al hablar que al retirarse; aunque en ese alejarse sintió María el dolor de que no vería más a su Hijo por aquellas calles o plaza o lugares en donde había encallecido sus manos.

             Así es la vida… Y con situaciones así, nos vamos a encontrar más de una vez. Sentir es noble. Aceptar y guardar en el corazón, es hondura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!