miércoles, 11 de septiembre de 2013

11 spbre.: Cara y cruz

11 spbre.- Dichas y desgracias
             Elegidos los apóstoles, entra el momento constituyente de ese “nuevo Israel” que viene a presentar Jesús. En ese marco se ha de desenvolver el Evangelio; en ese modo tiene que irse haciendo el Reino de Dios.  Jesús se dirige primeramente a sus discípulos, y con tanto mayor énfasis a sus recién constituidos apóstoles, y les presenta las 4 bases sobre las que ha de asentarse ese Reino de Dios, esa labor de ellos, esa vida que han de vivir:
             Dichosos los pobres.  ¿Los mendigos? ¿Los vividores? ¿Los que son pobres por vagos y porque no luchan por superar su miseria humana? Es evidente que no. Y al mismo tiempo, Lucas –que se dirige a una comunidad muy pobre- no ha matizado que la dicha quede en la pobreza de espíritu. No es que vaya a negarlo, pero la expresión es escueta: “Dichosos los pobres”. Sabe que no hay necesidad de matizar porque hay muchas pobrezas y muy dolorosas pobrezas, que pueden vivirse desde la misma miseria y desde la opulencia pecuniaria. Habla Jesús de unos pobres que tienen como apostilla una felicidad porque el Reino de Dios es suyo. Sus condiciones de pobreza serán las que sean, siempre que es una pobreza que se vive en la paz interna del alma, sin recelos, sin espíritu de venganza ni de “vuelta de la tortilla”, para luego cambiar las tornas y hacer pobres a quienes los hicieron pobres. Dios sí le da la vuelta a la tortilla porque acaba eligiéndose a los pobres para confundir a los ricos…, porque un día el epulón será enterrado sin apelación, mientras el pobre Lázaro será llevado por los ángeles. Dios sí le da la vuelta a la tortilla. Y ahí habrá llegado la plenitud de la dicha del que ya –en su pobreza- supo ser pobre (que no es solamente serlo…)
             “Dichosos los que ahora tenéis hambre”. Es una variante de lo anterior. Y observo también que Lucas no ha apostillado sobre “hambre de justicia o fidelidad”. Sencillamente, tener hambre. La dicha de quien tiene que ocuparse sólo de su supervivencia y lo le queda tiempo para pensar si los demás hacen o dejan de hacer. “Hambre” porque ve tantas carencias en sí y en otros, siente tanto en sus carnes que el que “se llama león” es el que come de sobra…, que el que tiene la sartén por el mango es el tiraniza y lleva su vida y la de los demás a su antojo…, que se experimenta un atroz hambre de humanidad, de atención a las auténticas urgencias de la vida; un hambre que el hambriento no tiene en su mano saciar AHORA.  Y Jesús viene a decir a esos hambrientos que van a ser saciados. El Reino de Dios comienza aquí, pero aquí hay peces buenos y malos, trigo y cizaña, luz y tinieblas. Pero un día se va a separar una parte de la otra. Y hasta es posible que no haya que esperar a “la consumación” de los tiempos. Dios tiene también sus reservas para saciar aquí en la tierra.
             Dichosos los que lloran. Aunque llorar suena a amargo, pero saben llorar los que lloran su dolor, su sufrimiento, su pobreza, su hambre…, pero sin un mínimo resquemor. Aunque parezca contradictorio: lloran sin amargura. En ese “dentro” íntimo adonde solo Dios tiene entrada, ríen… Y saben que reirán mucho más. Que “desde la otra acera” van a reírse del ridículo espantoso de quienes se creyeron dueños de la selva…, o del particular cortijillo que pueden construirse algunos, aunque sean como aquel rey que robó la viña, la dicha y la vida a Nabot. El que ahora llora, puede ser que vea venir a los perros sobre la sangre del homicida. Y no es para reír… Pero el transcurso de un tiempo será ocasión de volver a respirar con esa sonrisa de parte a parte…
             Dichosos cuando os odien y os excluyan y os insulten...  ¡Anda que no es verdad que todas esas cosas ocurren…, y entre “amigos”… No digamos si hay enemigos.  ¿Y se puede ser dichoso así?  Pues Jesús ha dicho que sí, y ha dado su suprema razón: cuando todo eso sucede por causa del Hijo del hombre.  ¡Alegraos ese día porque vuestra recompensa será grande en el cielo!  Cuando Cristo plantea su “Constitución del Reino”, rompe todos los esquemas. No manda. No prohíbe. Traza una “hoja de ruta” (hoy término tan corriente), y nos dice: por ahí se va… Y es muy cierto que nuestra reacción es: “hasta aquí se podía llegar” y más tendemos a sacar las uñas que a sentirnos dichosos, Jesús lo deja ahí…, “el que tenga oídos para oír…, que oiga”.
             Pues, Señor: no es fácil “oír”; menos aún escuchar y aplicar.

             Y Jesús pone ahora lo mismo que ha dicho pero planteado desde “el revés” con sus profundos “ayes”: “Ay de vosotros los ricos;  ya tenéis vuestro consuelo”. Amasasteis riquezas; y ahora ¿de quién serán? Os habéis inflado de ricos. No tenéis más…  “Ay de vosotros los que estáis saciados”…, los que no cabéis dentro de vuestro pellejo porque manejáis a vuestro antojo todo lo cae en vuestras manos, y obligáis a los otros a bailar a vuestro son… ¡Tendréis hambre!    “Ay de vosotros los que reís” y reís a costa de los otros o prescindiendo de los otros o pasando sobre los otros… Vuestra risa se trocará en llanto, “porque haréis duelo y lloraréis”. “Ay de vosotros cuando todo el mundo hable bien de vosotros”. Es muy fácil adular, y adular para obtener… Es muy fácil tener la “camarilla” de “adoradores”, y con ello cerrar los oídos a todo lo demás que se cuece alrededor, y que bastarían dos dedos de frente para saber que cuando todos adulan, ¡mala señal!  O hay miedo o hay mentira, o aquellos buscan sacar algo.

1 comentario:

  1. José Antonio8:24 p. m.

    Me dicen mucho las palabras de San Pablo de hoy. Cuántos afanes en nuestra vida para conseguir lo que es temporal, efímero, superficial, incluso presentuoso de cara a los demás... y qué maravillosa invitación a buscar los "bienes de arriba". Que nuestra vida sea una búsqueda de esos bienes de arriba que transforman nuestra existencia (me gusta mucho la frase que usa San Pablo, "...vuestra vida está con Cristo escondida en Dios..."), no prescidiendo de lo terrenal (todo ha de ser usado correctamente) sino convirtiendo esos bienes en medio y no en fin para lo que es verdaderamente nuestro gran "bien": el encuentro con Dios

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