miércoles, 22 de mayo de 2013

¿Un día de descanso?


Mc 6, 30-46
                Pasando por alto un comentario expreso del martirio de Juan Bautista, voy derechamente al regreso de los apóstoles tras su misión por aldeas, pueblos y ciudades, a los que Jesús les había enviado. Y ya podemos imaginar con mucha viveza las ganas que traen todos de contarle a Jesús, admirados, todo lo que han hecho, las situaciones en que se han visto…, ¡los demonios que han expulsado! (¡¡que les obedecían a ellos y salían  de los enfermos!!), y las mil peripecias que habían podido vivir en aquellos días. [Los novicios jesuitas tenían una “prueba” durante su noviciado, en la que eran enviados en grupos de tres a diferentes itinerarios de pueblos para pedir limosna y luego repartirla a los necesitados; nunca admitiendo dinero, y muchas veces teniendo ellos mismos que comer de lo que habían recogido. Y cada día escribían a sus compañeros –que habían quedado en la Casa Noviciado- las peripecias, las anécdotas, las situaciones que habían vivido. Bien puede suponerse la cantidad de experiencias que contábamos y que los otros compañeros disfrutaban leyéndolas].
                Aquellos Doce las tienen todas acumuladas y cuando regresan adonde está Jesús y donde se van reuniendo todos, cada uno quiere contar sus admiraciones, sus momentos difíciles, sus alegrías, y si encontraron gentes que no recibieron en son de paz… Se entrecruzan las conversaciones, se atropellan en el afán de narrar algún punto concreto que para cada cual es el más importante…
                Pero he aquí que las gentes que se han apercibido de que está Jesús allí, empiezan a ir y venir y acaba Jesús y los suyos por no sacer ni un tiempo tranquilo para comentar y comer,  Y allí se hace patente la mucha humanidad de Jesús, que les dice a los apóstoles: Vamos a la barca y nos pasamos a la orilla opuesta, y allí tenéis ocasión de descansar un poco.
                Y dicho y hecho, se meten los trece en la barca y comienzan la travesía.  Y como van de descanso, no tienen ninguna prisa, pueden comer ahí mismo en la barca, y dejan de remar…, y hablan…, y cuentan… ¡Pocas veces habían tenido ese relax!, y lo están disfrutando, contando –además- con la tarde tan tranquila que esperan gozar en ese día de asueto que les ha ofrecido el Maestro.
                Las gentes que antes iban y venían ni se quedan paradas porque se hayan embarcado Jesús y los apóstoles.  Intuyen fácilmente el rumbo de la barca, y ellos corren por las zonas costeras, sin perderles ojo a los “navegantes”, y durante su marcha van comunicando por aldeas y pueblos que Jesús va en tal dirección…  Como, por otra parte, la barca está buenos ratos detenida, les favorece para poder rosear el Lago y llegar antes que ella. [Puede uno preguntarse si los embarcados estaban tan absortos en sus cosas que ni advirtieron aquello… Si Jesús, que mira siempre con cien ojos, no se estaba percatando…].
                El hecho fue que al desembarcar, las gentes, por miles, estaban esperando allí con un aire de victoria porque han conseguido su objetivo. No debió ser igual la impresión e los Doce, que veían chafada su tarde de descanso…, ¡que bien sabían ellos cómo era Jesús!, y que ante aquel espectáculo de gentes ansiosas de su palabra.., y conocedoras de su misericordia para con los enfermos, el Maestro iba hasta a olvidarse del descanso que buscaban. 
                Y así fue. Nos dice el evangelista que Jesús se compadeció entrañablemente de aquellas gentes. Por eso ahora deja a sus apóstoles y se va hacia la muchedumbre y, ¡primeramente hacia aquellos enfermos que le habían colocados estratégicamente como un recamo!  Y pasa entre ellos, les va imponiendo las manos en gesto personalizado de cercanía y misericordia, y los va curando. Y las gentes se van exaltando más cada vez, predispuesta a favor de la palabra que puede salir de la boca de Jesús.  Y a uno y otros se les va el santo al cielo; se sienten a gusto, sintonizan perfectamente. La misericordia se entiende muy bien con la miseria humana; la bondad con la carencia, el corazón rico en amor con lo que es esa pobreza innata que la humanidad lleva encima. Y se pasan las horas y los que están más impacientes son los apóstoles. No es ya sólo que se han quedado sin su descanso, sino que no están tan metidos en aquella situación que no se den cuenta del compromiso que es que la tarde declina y que miles de personas de muy diversas edades, están en descampado y no parece que hayan traído viandas para reponer fuerzas.
                Se fueron a Jesús para sacarlo de su “éxtasis de misericordia” y hacerle caer en la cuenta de la situación real: Despídelos que vayan a buscarse alimento, porque aquí pueden desfallecer de hambre.
                La sorpresa más grande se les vino encima cuando Jesús les dice con la mayor tranquilidad: Dadles vosotros de comer.  ¿Era broma o era verdad? ¿El Maestro hablaba en serio?  Y más que admirados, ellos mismos “siguen la broma” exponiéndole a Jesús el dinero que supondría…, y que el grupo no tiene, ni por asomos; y acarrear ¿cómo ese cargamento de comida? Y así, además, en esa cantidad industrial, ¿dónde podían encontrarlo…, y a aquella hora…?
                Jesús lo había dado por hecho, de modo que tienen que investigar, de primeras, qué comida traen las gentes…, para acabar con las orejas gachas porque lo único que han encontrado son 5 panes y dos peces…, no era precisamente para estar optimistas. 

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