sábado, 11 de mayo de 2013

Diversos SILENCIOS


EL SILENCIO
             Paradójicamente el SILENCIO favorece a LA PALABRA y otras veces la oculta. Jesús ha hablado de la semilla y explica que la semilla es la Palabra de Dios. Por consiguiente es la Palabra la que tiene que resonar. Como decía ayer si la fe entra por el oído, es claro que el oído se nutre del sonido de las palabras.  Y Jesús envió a sus discípulos a predicar el Evangelio, enseñando a todas las gentes…  La Palabra es el arma de la que se vale el Reino para que su pequeño grano de mostaza se expanda y puedan cobijarse allí toda clase de pájaros del cielo.
             Quiere decir con qué decisión y con qué valentía hemos de dar testimonio hablado del Reino, o –lo que es igual- dar razón de nuestra fe. Y eso se hace desde LA PALABRA, la que Pablo inculca a su discípulo a enseñar a tiempo y a destiempo, con ocasión o sin ella;  exhorta, enseña, corrige…  Estamos, pues, sabiendo que la Palabra es vehículo esencial de trasmisión del reino de Dios. Los misioneros de siglos y siglos de la historia de la Iglesia, dejaron casa, familia, patria, costumbres…, para llevar con su palabra el tesoro de LA PALABRA, que prepara a la fe.
             Pero eso no se contrapone a la necesidad imperiosa del SILENCIO, porque sólo quien ha sabido primero dejar su corazón en silencio es el que ha podido dejar entrada a la Voz del Espíritu, esa Voz que se escucha dentro del alma, y que sólo puede escucharse en estado de SILENCIO. Yo me acuñé un dicho del que estoy plenamente convencido y que tengo muy comprobado: El que mucho habla suena a hueco. Hablar y hablar y no saber dejar largos espacios de silencio es –aparte de agobiante para el que ha de soportarlo-  una expresión de vacío en la profundidad del alma.  Por eso puede ser que haya quienes hacen oración pero se quedan siempre en el mismo estado. Es como la paella: que aparte de haber sido cocinada, requiere un tiempo de reposo antes de ser servida. Y oración que no lleva detrás un reposo de silencio espiritual (que exige el externo), no germina. Y no es el silencio obligado del que no tiene con quien hablar, sino el silencio que uno mismo necesita como el agua, que sin que nadie se lo diga, bebe el que tiene sed.
             El silencio es –en la otra parte- un arma de los enemigos de LA PALABRA, a la que tratan de silenciar. Saben esos sicarios de Satanás que si consiguen acallar la palabra de los mensajeros, irán consiguiendo que el mensaje se difumine, se diluya, se silencie.  La historia de los mártires es l de los testigos que fueron acallados violentamente. No habiendo quien hable, se conseguirá que vaya pasando al olvido su mensaje.
             Hoy “la cultura” lo hace de otra manera mucho “más fina”, más satánica. Hoy se va directo AL SILENCIO… A que no levante la voz el misionero. A que no se pronuncie el nombre de Dios. A que crezcan los niños sin noción de Jesús, de pecado o de salvación…, de virtud o religión. Y es muy fácil desde la escuela laica. Ni nombrar a Dios. Ni trasmitir un pensamiento que lo recuerde. Negando hasta la evidencia histórica –y viva- de las raíces cristianas de un continente…, que no podría recorrerse sin toparse con una muestra sublime del arte y la civilización cristianas.  ¿Qué hay que forzar y ocultar la historia?  Se oculta impunemente.  ¿Qué hay que privar al niño, al adolescente, al joven…., de unos referentes que serían fundamentales en su desarrollo humano y en sus niveles profundos psicológicos?  Se les priva aunque se un crimen de lesa humanidad. Así se ha llegado a lo que hoy se expresa como NINGUNEAR A DIOS. Antes se dijo que Dios ha muerto (que no hace falta; que nos bastamos nosotros; que es un concepto trasnochado, propio de la incultura analfabeta…)  Hoy se ha ido más allá.  No hay ni que hablar de Él.  Como si no fuera nadie. Es menos que un ser mitológico. Sencillamente, si existió, ya no existe. Y de lo que no existe, no se habla.
             Y este silencio diabólico ejerce una fuerza enorme. Y así crecen hoy las generaciones del suicidio, las depresiones, la falta de sentido de la vida, la inmoralidad reinante, el aburrimiento de la vida, la soberbia del hombre endiosado, o las ridiculeces de esas reacciones histéricas ante un cantante, un futbolista, un actor de cine, un concierto pop o rok…, o todos esos géneros actuales que acaban en muertes y desgracias y locuras colectivas.
             Son silencios homicidas que han fabricado un subgénero “humano” que son carne de cañón para los extremismos de todo tipo.

             Tenemos que ir hacia el SILENCIO de la vida interior…, al silencio que redescubra el riquísimo mundo interior que hay en nosotros. Tenemos que ser testigos ante esas generaciones del valor de SABER ESTAR CALLADOS y tener precisamente el espacio abierto para que caiga en él LA PALABRA que quiere fructificar.  Tenemos que meternos muy de lleno en esas parábolas en las que Jesús nos hace comprender que el reino comienza por muy poco…, por lo casi imperceptible…, por lo débil…, pero que LA SEMILLA tiene el dinamismo interno suficiente para hacer matear de entre los terrones la planta que irá creciendo.  Una semilla QUE HAY QUE SEMBRAR y que no es mera hierba bravía que sale sola. Y por tanto una responsabilidad de todos y cada uno de ir dejando caer LA PALABRA OPORTUNA (de evitar la inoportuna, la que escandaliza de alguna manera…)  Y vivir el fuerte convencimiento de que esa palabra queda huera si no se ha cultivado primero en el invernadero interior del SILENCIO.  Ahí donde Dios puede ir poniendo sus abonos fundamentales que den vida a la Palabra siguiente.

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