domingo, 5 de mayo de 2013

6º de Pascua.- C


6º Domingo C, de Pascua
                Hoy celebra el comercio y las familias el día de la madre. Al estar en el mes de Mayo, nosotros podemos hacer un particular acento en MARÍA, Madre de Jesús y Madre nuestra. Por tanto hoy celebraríamos de modo especial a María, llevándole nuestros obsequios, esos que no se compran en las tiendas sino que han de brotar del mismo corazón de cada persona. Y no como sobreañadidos superpuestos a la vida real, sino como poner el corazón en manos de tal Madre, y que eso vaya siendo avalado por esos hechos simples de la vida diaria, convertidos en amor a María.  Y son obsequios que implican a la persona, que nos deben surgir desde la vida de cada día, cada uno en sus responsabilidades, en su misión, en su sencilla o complicada realidad. Pero convertido todo en digno regalo que hacemos a María.


             El 6º domingo de Pascua nos lleva a esas comunidades cristianas primeras, ahí donde se intentaba vivir genuinamente la voluntad de Dios. Lo que no quitaba era que surgieran esos grupúsculos menores que alteraran la tranquilidad y buena fe de quienes caminaban rectamente en la línea apostólica y evangélica. Y la 1ª lectura –[Hechos 15, 1-2; 22-29]- nos presenta ya una dificultad surgida en el seno de la propia iglesia, en diversas comunidades. En Antioquía hay una comunidad que marcha muy bien. Pero algunos judíos cristianos de Jerusalén, vuelven a sus tendencias anteriores, y tratan de inculcar a los antioquenos que han de circuncidarse como paso previo a entrar en la comunidad de creyentes en Cristo.  Pablo y Bernabé se marchan a Jerusalén para consultar con los apóstoles, porque hay que dirimir ese aspecto.  Y, Pedro –el que ya ejerce su misión de pastorear la Iglesia de Jesús-, escribe una carta a la comunidad antioquena para decirles que no se alteren por dichos y exigencias que no van de parte de la Iglesia de Dios. Que deben abstenerse de la idolatría, de la fornicación y de comer sangre de animales estrangulados [esto último era el respeto a la vida, que se veía en esa cultura, expresado en la sangre].
                Nos puede resultar extraño que en una comunidad primera surgiesen ya discrepancias  e  influencias marginales. Y sin embargo nos puede bastar abrir los ojos para descubrir que sigue existiendo la misma tendencia en esos grupúsculos que pretenden atraer a otros a su idea.  Y como en aquella ocasión, la Iglesia –con la autoridad de su misión de parte de Jesús- no impone esas cargas tan poco evangélicas y advierte que no hagan caso de esos añadidos que les pretenden imponer.  [Para entendernos y para que entendamos con un ejemplo: vienen los que afirman Jesús y la Virgen o el Papa “dicen” que hay que comulgar en la boca o de rodillas…; y así otros sobreañadidos que nada tienen que ver con el Evangelio y con la enseñanza de la Iglesia].
             Por eso no puede extrañarnos que en aquellos tiempos, de mucha menos cultura, pudieran surgir las ignorancias que pretendían aspectos más que superados.  Para eso estuvo la autoridad de Simón Pedro, porque “hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…”  Y aquí queda dirimida toda la cuestión.
             En el Evangelio de Jn 14, 23-29, Jesús establece dónde está el núcleo de la verdad: en que el que me ama guardará mi palabra, y así mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él.  Ahí está el punto que distingue y que define: amar a Dios, vivir la fe, se muestra en el grado de fidelidad a la palabra de Jesús, sin tildarla de dura o verla suave y ligera… Porque la palabra de Jesús está en todo el Evangelio y tiene el mismo valor en cualquier enseñanza de Jesús.  Y lo que ahora no entendemos o nos resulta difícil, el Espíritu Santo que Jesús enviará desde el Cielo, irá enseñándolo en el fondo de los corazones que estén abiertos a esa palabra. Y será esa palabra de Jesús la que nos dé la PAZ DE CRISTO, que nada tiene que ver con la paz que da el mundo.  Y como la paz de Cristo atraviesa por la realidad del Calvario, que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde.
             La lectura del Apocalipsis 21, 10-14; 22-23, nos define simbólicamente ese destino de Cielo al que somos atraídos. Ese Cielo expresado con las medidas perfectas de un cubo que tiene las mismas dimensiones por todas partes, y cuyos cimientos llevan los nombres de los apóstoles del Cordero… Jesús, los Doce, como fundamento. Sin templo porque el Templo es el propio Cristo, y sin necesidad de sol ni de luna porque la LUZ es el propio Dios.
             El “Padre nuestro” que nos centrará ya en la paz de Cristo y en su venida real a nosotros en la Comunión, nos está llevando a esa exigencia de una comunidad cristiana donde se vayan eliminando cada vez mejor las distancias y diferencias, los particularismos y personalismos.  Una Eucaristía que nos aglutine alrededor de la Palabra y la Presencia de Jesús, que nos trae SU PAZ, y que habita dentro de nosotros y nos obliga amorosamente a que vivamos amorosamente nuestra unión de cristianos.

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