miércoles, 15 de mayo de 2013

Cerdos al acantilado


Mc 5, 1-20
                Después del terror asado en la tempestad, y la insospechada deriva que había tomado la barca, lo que los apóstoles buscaron fue la playa más inmediata, con ganas de echarse en la playa y descansar del esfuerzo y la tensión que habían vivido.  No conocían el lugar en que estaban. Vieron, sí, una zona agreste, con acantilados cortados en vertical sobre el Lago, y una pequeña playa en la que pensaron encontrar una tranquilidad en la que poder rehacerse de los espantos sufridos.
                No sabían que aquel paraje estaba dominado por un hombre endemoniado, espantosamente agresivo y furioso, que –apenas se bajaron de la barca- les salió al encuentro desencajado, casi desnudo, con el cuerpo lleno de heridas. Era una fiera viviente.  Jesús se percató inmediatamente de que era una víctima del demonio, que lo poseía corporalmente, y a través del hombre, el espíritu destructor tenía amedrentado a todo un pueblo.
                Inmediatamente Jesús le conminó a salir de aquel hombre. Y mientras la tempestad –viento y olas- obedecieron al instante, el demonio aquel se revuelve ferozmente contra Jesús.
                Los apóstoles se llenan de miedo. Esta tempestad es aún peor que la pasada. Tratan de apartar a Jesús y volver a la barca y dejar atrás a aquel energúmeno.  Pero Jesús permanece firme, como cuando se puso de pie en la barca que parecía irse a pique. El hombre endemoniado (el espíritu que lo poseía) pretende ganarle la partida a Jesús con un procedimiento que hasta nos podría parecer absurdo a nuestra mentalidad (y que sin embargo practicamos constantemente): se encaró con Jesús, nombrándolo, demostrando que lo conocía: ¿Qué tienes que ver con nosotros, JESÚS, HIJO DEL DIOS ALTÍSIMO?; ¿has venido a perdernos?   [Antes de seguir quiero explicar una afirmación que he hecho: dominar a través del nombre que se pronuncia.            ¿Qué hacemos nosotros cuando adquirimos una mascota? – Nombrarla, ponerle un nombre. A ese nombre obedecerá. Con ese nombre la dominaremos. ¿Qué hacemos con alguien que no cede fácilmente a un deseo o mandato: recalcarle su nombre propio con un determinado énfasis, con el que buscamos achicarlo, llevarlo a hacer o evitar alguna cosa.  Es exactamente el procedimiento que usaba el demonio con Jesús.  Si lograba atemorizarlo con ese identificarlo por su nombre, saldría victorioso y no obedecería las órdenes de expulsión que estaba recibiendo.
                Jesús devolvió la misma moneda. Obligó al mal espíritu a decir su nombre.  Y su nombre era: “LEGIÓN”, porque en realidad eran muchos. Y como la fiera dominada que se siente vencida, el demonio-Legión suplica a Jesús que si lo va a echar de allí, lo mande a la inmensa piara de cerdos que hozaba en el monte contiguo.  El propio demonio se habí metido en su trampa. Estaba dominado y en realidad totalmente vencido. Pretendía no salir de aquel lugar (y ahora veremos por qué). Y su intrínseca maldad, al entrar en los cerdos produjo una estampida terrorífica, y dos mil animales se lanzaron acantilado abajo hasta el mar, y allí se ahogaron.
                Otra vez podían los apóstoles sentir el sobrecogimiento y temor ante lo sobrenatural… Otra vez Jesús “se había puesto firme” cuando una tempestad diabólica pretendía echarlo a pique. Otra vez el gigante sagrado había impuesto su paz.  La “Legión” había desaparecido derrotada, y el hombre, antes fiera, ahora está sentado, tranquilo, en su sano juicio, como el que sale de una pesadilla horrorosa y encuentra a su alrededor campos y flores, sol y paz.  Jesus está allí, y es su libertador.  Pero los porquerizos, que han visto aquel espectáculo impensable, y se han quedado paralizados ante lo vivido, reaccionan después y se marchan al pueblo. Tenían una responsabilidad porque eran los que habían de guardar la piara, y venían a avisar que todos los animales habían muerto ahogados, en un espectáculo que ellos jamás habían visto ni podrían imaginar; todo en un abrir y cerrar de ojos.
                Tenemos ante nosotros un relato, mitad historia y mitad fábula, o algo parecido a lo que los especialistas bíblicos definen como “parábola en acción”.  Prescindiendo ahora de otros aspectos, lo que se hace más duro de entender a muchos es cómo Jesús permite a los demonios ir a los cerdos. Se sabe que aquella región estaba dominada por gentiles (los que vivían ajenos a las leyes de Israel). De ahí el negocio de los cerdos en cantidades industriales, cuando el cerdo era un animal prohibido en aquella nación. El cerdo que exportaban y con el que sacaban sus ganancias, ofendiendo el sentimiento profundo judío.
                Vamos a decirlo de una manera comprensible: la fe católica, la Iglesia, civilizó a un mundo bárbaro en el que los vicios, las bacanales, la inmoralidad…, incluso el infanticidio, estaban a la orden del día. Y Europa se humanizó.  Pero han llegado los tiempos de “los cerdos”, los animales prohibidos que dan dinero…  Y a la Iglesia, y al propio Cristo, se le dice: “¿Qué tenéis que ver con nosotros?”. Y se les aparta del criterio honrado, de los principios humanizadores, de la influencia moral que dignifica al ser humano. Y pasa a ser dominante el dinero, los negocios sucios, el aplastamiento de las economías menos fuertes, el negocio de las múltiples clínicas abortistas, los puestos de trabajo señalados a dedo, los ERES y los PER falsos, la Alemania de Merkel que coloniza Europa, ls guerras televisadas, las ventas criminales de armas a un bando y al contrario, la juventud desbordada –sin norte, fuera de control-…  Y cada cual puede seguir la lista.  Hoy “los cerdos” es el dominio inicuo del dinero, de las economías que subyugan, empobrecen y esclavizan a pueblos pobres que –mal que bien- iban saliendo a flote aunque sólo fuera para subsistir.
                ¿Qué desearíamos que ocurriera en esta coyuntura? ¿Qué le pedimos a Dios los creyentes ante una situación así?  ¿No pensamos que “los demonios deben entrar en los cerdos”, y que por ellos mismos, por los propios demonios del poder y del dinero, los cerdos se precipiten a su propia ruina, pero que no arruinen y maten a la mayor parte de la población mundial?  ¿No ansiamos poder vivir en paz –como aquel hombre- liberado de las fuerzas diabólicas de una verdadera LEGIÓN de indeseables?

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